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Reportaje:DETRÁS DE LA MURALLA | PEKÍN 2008 | Juegos de la XXIX Olimpiada

'Pekín Potemkin'

Tras la imagen de modernidad se esconden barrios con pisos de diez metros cuadrados

Todo comenzó hará unos dos años. Las viejas casas tradicionales que flanqueaban el primer anillo de circunvalación de Pekín, en las cercanías del Templo del Lama, empezaron a ser "renovadas" -término utilizado a menudo por el Gobierno chino para la palabra "demolidas"- para dejar paso a un parque y una hilera de elegantes restaurantes y tiendas de té. Los Juegos Olímpicos se acercaban, y llegó el efecto 'pueblo Potemkin', nombre con el que son conocidos los supuestos pueblos falsos que el militar ruso levantó para impresionar a la emperatriz Catalina la Grande.

El grupo de restaurantes, en los que aún huele a pintura fresca, incluye el local de capital taiwanés Han Cha Yuan, una sucesión de patios y salas de decoración barroca imperial. "Para comer en esta zona, es necesario reservar", decía ayer una camarera junto a un cenador de gruesos pilares de madera y visillos coloridos. "El precio del menú es 800 yuanes [78 euros] por persona". En el exterior, junto a la autopista, una pareja de chinos se hacía fotos ante una reproducción hecha con hiedra de un tramo de la Gran Muralla y una escultura de ciclistas. A determinadas horas, una niebla artificial flota sobre sus laderas verdes.

El Pekín que están viendo los visitantes y los telespectadores no es el Pekín real

Muchos de los coches que van y vienen a la zona olímpica o el centro de prensa internacional pasan por el segundo anillo. Y desde los vehículos se ven perfectamente el parque verde, el Templo del Lama rojo y dorado, y los ladrillos y tejas de los restaurantes, de un delicado gris mate. Pero a sólo unos metros, oculta a espaldas de esta primera línea de edificios, la situación es muy distinta. Basta atravesar un dintel en la estrecha calle pintada recientemente y aparece otro Pekín. Ese que no verá la inmensa mayoría de los miles de deportistas, técnicos, organizadores, funcionarios deportivos y turistas que visitarán la capital durante los Juegos.

"Aquí dormimos, mi hijo, de nueve años, y yo", dice Yan Yan, de 34 años, sentada en el borde de una cama. Una mesa, un armario con un espejo, y una televisión completan la vivienda de 10 metros cuadrados, que se abre a un pequeño patio cochambroso. Por el habitáculo, paga al mes lo mismo que cuesta el menú en el restaurante taiwanés. Yan Yan comparte cocina, situada en otro cuartucho, con los vecinos, y cuando necesita ir al servicio, tiene que utilizar uno público en la calle. Nada de ducha.

El Pekín que están viendo los visitantes y los telespectadores durante los Juegos no es el Pekín real. Es un Pekín peinado con permanente, en el que los atascos habituales han dejado de ser habituales porque han sido retirados un millón y medio de coches, en el que el polvo en el aire ha disminuido drásticamente porque todas las obras han sido paralizadas, en el que decenas de miles de obreros inmigrantes han sido obligados a volver a sus pueblos, en el que faltan miles de residentes extranjeros porque las autoridades han restringido los visados, en el que el Gobierno ha dicho a sus ciudadanos cómo hablar con los extranjeros y qué contestar a los periodistas, en el que han sido silenciadas aún más las voces disidentes, en el que los taxistas han sido obligados a vestir camisa amarilla, pantalón azul, e incluso corbata, algo que ni siquiera hacen muchos empresarios chinos.

Todo para mejorar la vida de la población, pero también para dar una imagen de modernidad y limpieza, que recuerda a una práctica del sector de la distribución llamada facing en inglés, cuyo objetivo es crear la impresión de que una tienda está perfectamente ordenada, aunque pueda no estarlo, para lo cual se colocan todos los productos de una estantería en el frente. Especialmente importante es la zona de las cajas registradoras.

Desde que logró los Juegos, en 2001, Pekín ha construido nuevas líneas de metro, excelentes estadios deportivos, un espectacular aeropuerto, una gran ópera, y modernos rascacielos. Las obras que no han sido finalizadas o los inmuebles que puedan dar mala impresión han sido ocultados tras vallas publicitarias gigantescas, con el eslogan olímpico Un mundo, un sueño. Todas las ciudades que celebran unos Juegos pretenden con ellos lograr proyección y ganar dinero a la larga. Para Pekín, son, además, una forma de sancionar el papel de China como potencial mundial.

El marido de Yan Yan está en la cárcel. Y ella no trabaja porque tiene que cuidar a su hijo, que nunca ha ido al colegio. Las escuelas se niegan a admitirle porque no tiene permiso de residencia de Pekín, debido a que cuando nació sus padres no estaban casados. "Para dárselo, las autoridades nos exigen que paguemos 20.000 yuanes [unos 1.940 euros]", dice Yan. El alquiler de la habitación lo pagan los abuelos paternos.

Estadios deslumbrantes o los restaurantes de lujo situados a dos pasos de su habitación significan poco para esta mujer. "El Gobierno ha renovado los edificios de fuera para que los extranjeros los vean bonitos. Pero le da igual los de dentro. En China, siempre es así".

Ciudadanos chinos recogen basura en una calle de Pekín.
Ciudadanos chinos recogen basura en una calle de Pekín.AFP

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