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hamaca de lona
Columna
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CIUDAD IRREAL (Y SOSTENIBLE)

Se fue el mago Obama tras derramar su polvo de estrellas -como si se tratara de una Campanilla negra- sobre europeos con más méritos que nosotros. Lo siento: mi decepción por el desencuentro ha sido tan grande como la de los parroquianos de Villar del Río cuando los del Plan Marshall pasaron de largo. Claro que su espantada, al coincidir con el fin de semana de masivo éxodo veraniego, se ha notado menos. Cuando la gente huye, esta ciudad -que nada tiene que ver con aquel Londres hormigueante "bajo la parda niebla de un mediodía invernal" (Eliot, Tierra baldía)- se convierte, sin embargo, en otra Unreal City. Se largan las amplias masas a provocar otras aglomeraciones y dejan atrás semivacío (o medio lleno) su habitual recipiente urbano, ignorantes de que, con su huida, lo convierten en una ciudad más humana.

Al parecer, hacia 1986, la huella ecológica de la humanidad comenzó a superar la capacidad de la naturaleza para renovar los recursos que la especie esquilma. Las tres décadas anteriores habían registrado un inaudito aumento de población (baby-boomers incluidos). Es verdad que ahora el crecimiento no es tan rápido, pero es más depredador: los emergentes no se andan con miramientos y también quieren degustar la tarta. Al ritmo de consumo actual, dicen los sabios del Optimum Population Trust, una población mundial sostenible se situaría en torno a los 5.000 millones de personas, 1.300 menos de los que somos.

Y, además, las previsiones apuntan a una humanidad de 9.000 millones para 2050. Lo que no sabemos es qué pasará entonces. Y ese misterio será, sin duda, carne de distopía demográfica e inspiración probable de películas y novelas apocalípticas y neomalthusianas, como las que analiza Andreu Domingo en su ensayo Descenso literario a los infiernos demográficos (Anagrama).

Claro que si Obama hubiera sabido que se iba tanta gente, igual se habría dado una vuelta por aquí.

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