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Reportaje:TOUR 2008 | El séptimo español que conquista París

'El barrio de la bici'

Navas, Mancebo y Lastras recuerdan sus comienzos junto a Sastre en El Barraco

Eleonora Giovio

Una hamburguesa y alguna que otra botella de champaña esperaban a Carlos Sastre el sábado en el hotel del CSC en Orleáns. Y él, con una camiseta roja, la cara fresca y un maletín, recorría los pasillos como si nada, como si la fiesta no fuese con él, como si no fuera él quien acababa de ganar un Tour con 33 años. "Complimenti", le felicitaron los del Lampre. "Congratulations!", le gritó desde una mesa del comedor un grupo de gente con su foto estampada en la camiseta y la leyenda "simply, the best" ("sencillamente, el mejor"). Y él, menudito, con su aire maduro y lejano, iba apretando fuerte las manos como si aquello le sobrepasara. Cualquiera en su lugar quizás habría acabado subido a una mesa, gritando y bailando para celebrar el sueño de una vida. Pero no. El que acabó yéndose con una botella de Rioja -prometiendo a cambio un dorsal- fue su compañero Frank Schleck.

Navas: "Carlos se enganchó a los ocho años. Su padre había creado una escuela"
Mancebo: "Corrías y luego te sentabas en la plaza del pueblo a tomar un bocadillo"
Lastras: "Cuando nos entrenábamos en los puertos, nos dejaba a años luz"
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El único lujo que se concedió el ganador del Tour fue una copa de champaña y una bolsa de gominolas, la primera que se comía en un mes. "Siempre ha sido muy goloso. Cuando éramos pequeños, le veías sentado en el asiento de atrás del coche comiendo pipas y gominolas sin parar", recuerda David Navas, que compartió tardes y tardes de bromas y entrenamientos con Sastre, Francisco Mancebo y Pablo Lastras en El Barraco, donde Víctor, el padre de Carlos, creó una escuela de ciclismo. "Era una forma de aprender jugando y de viajar, que en esa época no se hacía. Nos metíamos seis chavales en el coche e ir a Salamanca era como dar la vuelta al mundo. Corrías y luego te sentabas en la plaza del pueblo a tomar un bocadillo", cuenta Mancebo.

Los chiquillos dedicaban los sábados por la tarde a entrenarse en el circuito del pueblo, conocido como el barrio de la bici: 800 metros de calles para arriba y para abajo al lado de la iglesia. "Carlos empezó muy pronto. Con ocho años ya estaba enganchado porque quería estar con su padre. A nosotros nos iba más el fútbol y nos apuntamos a la escuela un par de años después", dice Navas, que luego pasaría al equipo amateur del Banesto con Mancebo, Lastras y Sastre. Éste fue el único que no pasó a profesional en el equipo de José Miguel Echávarri el mismo año que sus compañeros y el resentimiento -parece no haberle abandonado- le empujó hacia el ONCE, de Manolo Saiz.

Navas recuerda los años en El Barraco como una escuela de la vida: "Dábamos vueltas por el circuito sin parar y nos llevamos unas buenas hostias. Víctor nos enseñaba a ir sin manos, a ir dando relevos y a cambiar la cacharra de la bicicleta". "Aquello era como el colegio de fin de semana. Nos juntábamos unos 20 chavales en casa de Víctor y allí estábamos de charla todos los sábados por la tarde", explica Lastras.

En ese ambiente dicharachero creció Sastre, viendo las gestas de Ángel Arroyo por la tele a principios de los 80, primero ganando la Vuelta (1982) y luego subiendo al podio en el Tour (1983). En el pueblo le esperaban Sastre y la pandilla. "Que he visto a Ángel por la calle. Debe de estar en casa", se pasaban de boca en boca. E iban a ella como un tiro, buscando una foto, un autógrafo o una gorra de regalo. "Lo veías por la tele y decías 'ostras, pero si ayer estaba aquí", bromea Navas.

Arroyo era la imagen del ciclismo con la que crecieron. Arroyo, el que tardó un día entero en recoger su primera bicicleta de verdad cuando era un adolescente. "En el camino de vuelta a casa, por la noche, me paró la Guardia Civil. No querían dejarme seguir. Acabé reventado durmiendo en casa de un amigo", bromea. Arroyo, con sus manos arrugadas, su estilo campechano y su sonrisa contagiosa, se coronó en las montañas sagradas del Tour: el Puy de Dôme y la Joux Plane. "Todos le queríamos imitar. Pero sólo Sastre lo conseguía. Ya en la época junior, cuando nos entrenábamos en los puertos, nos dejaba a años luz", relata Lastras, quien dice que su secreto es haber sido disciplinado sin obsesionarse.

Todos recuerdan a Sastre como un chavalillo divertido y bromista. "Era lo que es [Alejandro] Valverde ahora: un vacilón y un graciosillo", dice Navas. "Con los años ha ido cambiando. Se ha vuelto más casero y siempre nos dice que a ver cuándo maduramos y nos dejamos de parrilladas y fiestas. De pequeño, era distinto. Nos hacía putadillas cada dos por tres y se inventaba cualquier mentirijilla para irse pronto", continúa. "El estrés de la competición te cambia mucho", apunta Lastras. Y parece que Sastre lleva mucho acumulado. Primero en el Banesto y luego en el ONCE, del que se fue enfadado con Saiz cuando éste le obligó a quedarse con Joseba Beloki en 2001 en el puerto de Envalira en la Vuelta. Cuando recaló en el CSC por consejo de Laurent Jalabert, tampoco le entregaron los galones de líder. Este año decidió arrancárselos a Frank Schleck subiendo el Alpe d'Huez. Consideró que era la única forma de cumplir su sueño con 33 años.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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