_
_
_
_
_
Necrológica:'IN MEMÓRIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Mabel Marañón

Mabel Marañón Moya nació en Madrid en 1918, y ha muerto ahora, con 90 años, en Londres, la ciudad en la que residió tras casarse, en 1944, con el prestigioso editor, periodista y diplomático católico inglés, Tom Burns.

Juntos formaron una de esas parejas admirables que saben crecer y perdurar juntos en la plenitud de su amor, a las que Roger Garaudi se refirió, tan certeramente, cuando escribió que su ejemplar excepcionalidad es comparable, en la rareza, a la genialidad de un músico como Beethoven. Mabel ha conservado íntegramente, hasta el último instante de su vida, su lucidez y las extraordinarias cualidades que la caracterizaron siempre: una alegre vitalidad, una bondadosa inteligencia, una ilimitada generosidad y un optimismo inquebrantable. Fue la hija menor del Dr. Marañón y de Lola Moya, quienes sintieron por ella el mayor de sus afectos. Esta predilección por la hija pequeña, que, además, vivía lejos, fue compartida, de manera natural, por sus propios hermanos y sus sobrinos, que a partir de hoy nos encontraremos más solos en nuestra propia orfandad.

La Guerra Civil truncó, como en tantos otros casos, su formación, al marchar con sus padres al exilio cuando apenas tenía 18 años. Termina entonces sus estudios de secundaria en la ciudad inglesa de Norwich, donde luego sustituyó dando clases de español a su amiga Carmen Zulueta, hija de un ministro de Estado de la República. De vuelta a París, donde vivían sus padres, se matriculó en La Sorbona, regresando a finales de 1942 a España con su familia.

En 1937 había acompañado a su padre en un viaje por los principales países de Suramérica. Cruzando el Atlántico, su padre escribió: "bajo las alas de acero la niña morena duerme y el avión vuela en silencio para que no se despierte". Su madre, antes de partir, les envió una carta representativa de aquel terrible momento. Entre otras cosas, le decía a su marido "...que Mabel asista a todas tus conferencias, que todas son una enseñanza y un orgullo. Así podrá luego contarme. Disfrutad cuanto podáis. ¡Dichosos los que han vivido siempre alegres y sin complicaciones y afanes! Hay que estar unidos. Hay que gozar de los suyos y dejar un poco los deberes y responsabilidades... conciencia tranquila y vida sencilla y nada más. Y esto es fácil de conseguir, y ahora quizás lo único a que pueda aspirarse. El dolor de España, no ha perdonado a nadie. ¡Qué puede esperarse de un país que lleva nueve meses combatiendo entre hermanos! ¡Cuanto dolor, y cuantas lágrimas, cuanto odio, cuanto rencor, y, sobre todo, cuanta injusticia! Todo pasará, el tiempo borrará tanta tristeza y tanto crimen, y quedarán los hogares deshechos. Las pobres mujeres sin compañero, y los hijos sin padres, y los hombres jóvenes, felices, alegres y sencillos, muertos, sin querer, héroes, sin desear más que vivir en paz...".

Cuando Mabel, ya casada, se instala en Londres, superadas las incertidumbres de la guerra civil, el exilio y la II Guerra Mundial, puede, por fin, disponer de un horizonte de estabilidad que le permitirá desarrollar su propio proyecto vital. Se dedica a su familia, a su marido y a sus hijos María Belén, Tom, David y Jimmy, y crea, en su casa, un verdadero "hogar de acogida" para jóvenes y mayores, exiliados y estudiantes, amigos de los padres y de los hijos, y para toda su amplia familia, que, así, sin necesidad de llamar antes, teníamos siempre un techo, comida y una familia esperándonos, aunque, frecuentemente, por un exceso de ocupación, tocara dormir en el sofá del saloncito. En este encantador lugar, situado enfrente de la catedral de Westminster, se respiraba un cierto y divertido espíritu bohemio que no era más que la prevalencia del corazón sobre cualquier otra consideración. Pero su quehacer se expande más allá del entrañable y numeroso universo de sus amigos y parientes. Así, crea el Hogar Español en el distrito londinense de Bays-water, una anticipación de lo que luego sería el Instituto Español de Inmigración. Contó, para ello, con la ayuda de un emprendedor sacerdote segoviano, el padre Manuel Herranz, y de su amiga Casilda Santa Cruz -mujer del embajador de España en Londres-, así como con el apoyo de la Fundación Juan March. También constituyó una asociación -Spanish Welfare Fund- que desarrolló una ingente labor de apoyo a los españoles con dificultades económicas o de cualquier índole, y fundó, finalmente, la Anglo-Spanish Society, asociación cultural que contribuyó decisivamente al mejor entendimiento entre los dos países, que, 50 años después, continúa realizando una magnífica labor. Como se ha publicado, "Mabel, en cierta manera fue la embajadora extraoficial de España en Londres, y sus criterios, y los de Tom, fueron siempre consultados por los representantes oficiales llegados a la capital inglesa". El mundo del periodismo tampoco le fue ajeno: nieta de Miguel Moya, esposa del editor de The Tablet, y madre de dos excelentes periodistas, ella misma colaboró asiduamente con la BBC sobre asuntos hispánicos. En reconocimiento de todas estas iniciativas, en 1965 fue nombrada Dama de la Orden de Isabel la Católica, condecoración que desde su recta y patriótica españolidad le colmó de contento.

Su padre, cuando Mabel cumplió diez años, le dedicó un precioso poemilla del que entresaco sus últimos versos:

"Pero también hay un faro

en la tarde de la vida:

las otras vidas que empiezan

cuando la nuestra declina.

¡Un resplandor en mi tarde,

eso eres tu, Mabelita!"

Y aquella niña fue desde entonces, durante ochenta años, para todos los que la conocimos, ese resplandor que a partir de ahora continuará alumbrándonos en el recuerdo.

Mabel, con su padre, Gregorio Marañón, en Buenos Aires en 1937.
Mabel, con su padre, Gregorio Marañón, en Buenos Aires en 1937.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_