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ficciones

East end

Enrique Vila-Matas

Bel ha alquilado la única película de David Cronenberg que no he visto. En ella se habla de "la incomunicación de un solitario con un mundo inhóspito". En la primera secuencia, el joven Spider, protagonista de la historia, es el último en descender de un tren, y enseguida vemos que es diferente a los demás pasajeros. Algo parece haber nublado seriamente su cerebro, se trastabilla al bajar con su pequeña y rara maleta. Es guapo, pero tiene todo el aspecto de ser un perturbado, tal vez un solitario en pleno momento de incomunicación con un mundo inhóspito. Bel me pregunta si he observado que, a pesar de que ya estamos en verano, Spider lleva cuatro camisas puestas. Pues no, no había reparado en esto. Me excuso y digo que aún no había tenido ni tiempo de concentrarme en la película. Además, no me fijo en estos detalles. Pero sí, es cierto. Lleva cuatro camisas en plena estación estival. ¿Y qué decir de la maleta? Es muy pequeña y vieja y, cuando Spider la abre, descubrimos que sólo contiene objetos inútiles y un pequeño cuaderno donde él, con una letra muy minúscula, anota sus ilegibles impresiones.

CAMINA POR LAS INHÓSPITAS CALLES DE SU EAST END LONDINENSE, POR LAS FRÍAS Y VIEJAS RUTAS DE SU INFANCIA IRRECUPERABLE: HA PERDIDO TODA CONEXIÓN CON EL MUNDO, NO SABE QUIÉN ES

Bel me pregunta por la escritura de Spider, y luego quiere saber si me he fijado en que apenas hay nadie en las calles del lúgubre e inhóspito East End londinense por las que circula Spider. De hecho, Bel no ha cesado de hacerme preguntas desde que comenzó la película.

¿Te han dicho que trataras de averiguar si todavía tengo relaciones con el exterior? -acabo preguntándole.

Bel no contesta. A todo esto, Spider parece que escuche y espíe nuestra conversación, y hasta mis pensamientos. ¿Soy Spider? Le veo mirar hacia la cámara, luego cerrar la maleta, caminar un rato por calles frías y desiertas. Actúa como si hubiera entrado en nuestra sala de estar. Se mueve por ella como si ésta fuera un barrio marginal de Londres. Spider viene de un manicomio y se dirige a un lugar teóricamente más suave, a un hospicio o instituto de ayuda psiquiátrica, situado casualmente en el mismo barrio londinense donde transcurrió su niñez, lo que será la causa directa de que fatalmente comience a reconstruir su infancia. Mientras Spider espía las escenas de sus primeros años, las escenas o recuerdos que él mismo reconstruye con supuesta -sólo supuesta- fidelidad a los hechos, me pregunto si no será que nuestra enmarañada vida mental no se aleja nunca del barrio de la infancia.

Son muy raros los locos -dice Bel-. Pero interesantes, ¿verdad?

Vuelve a parecerme que trata de ver cómo reacciono ante la figura de Spider, y así medir mi propio grado de demencia. La película es un viaje mental, un paseo por el East End de un trastornado. Vemos la vida tal como Spider la registra y captura, tal como nos la filtra el mísero entramado mental de ese joven de maleta rara y libreta con caligrafía microscópica.

¿Ya has visto qué escribe en la libreta? -pregunta ahora Bel.

Si estuviera solo en casa y me encontrara viendo igualmente Spider, añadiría a las imágenes música de Bob Dylan, cantando, por ejemplo, Most likely you go your way, una pieza que siempre me estimula.

Sólo he visto la libreta -respondo.

Bel detiene la imagen para ver mejor lo que Spider caligrafía en la dichosa libreta. Son signos primitivos, palos o palillos doblados, tan incompletos que no llegan ni a palos ni a palillos y, por supuesto, no pueden llegar a pertenecer al alfabeto de ningún jeroglífico. Dan miedo. Se miren como se miren, esos palillos componen tan sólo el cuadro clínico del sinsentido de la locura, aquello que precisamente más pánico puede llegar a darme. Tal vez hay algo en Spider que es común a todo el mundo, a todos nosotros. Eso hace que me identifique a veces con Spider, que a su vez me trae el recuerdo de Il deserto rosso, la película de Antonioni, de 1964, donde Mónica Vitti interpretaba a un personaje de perfil errante, un Spider en versión femenina y avant la lettre, una mujer perdida en un paisaje industrial hermético, incapaz de establecer una comunicación adecuada con su entorno.

Por lo que voy viendo, en Spider el clima mental establece sutiles lazos -muy especialmente a través de la fotografía de Peter Suschitzki- con el estilo de Il deserto rosso. También aquí, como sucedía en aquella película, percibo la evidencia de que la inutilidad de cualquier intento de construir racionalmente el mundo exterior implica necesariamente la incapacidad de crear una identidad propia. ¿Soy Spider? En la secuencia más memorable de la película, Spider llega a tejer una maraña de cuerdas en su habitación, como una telaraña mental que parece reproducir el pavoroso funcionamiento de su cerebro. En cualquier caso, estos dificultosos intentos por recomponer su propia personalidad se revelarán como ineficaces. Camina por las inhóspitas calles de su East End londinense, por las frías y viejas rutas de su infancia irrecuperable: ha perdido toda conexión con el mundo, no sabe quién es.

¿Soy Spider? La angustia que transmite me va dejando perdido en una deriva extraña por el peligroso barrio infantil que hay en los límites de mi mente, allí donde sé que en cualquier momento puedo perderme para siempre. Pero en el último segundo logro escapar del peligro acordándome de aquella frase de Mónica Vitti en Il deserto rosso, una frase casi tan peligrosa como mi East End particular.

Me hacen daño los cabellos.

También yo podría decir ahora lo mismo. Spider lo diría. Spider, que anda tan perdido por la vida, no sabe que podría imitarme y reconstruir su personalidad adaptando los recuerdos de otras personas, podría convertirse en una voz estrictamente individual, soporte ambiguo de un perfil heterónimo y nómada. ¿Soy Spider? Sólo sé que llegó el vulgar verano y que, como cada año en estas fechas, Bel actúa ya como si sospechara que todo lo que digo y lo que como y lo que pienso y lo que miro y lo que bebo, todo lo hago para perderme en los límites del peligroso barrio.

EDUARDO ESTRADA

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