Jan-Willem van de Wetering, autor de novelas policiacas
Escribió también obras filosóficas como experto en la doctrina zen
Cuando nació en 1931 en Rotterdam, sus padres quisieron ponerle "Crisis" de segundo nombre a Jan-Willem van de Wetering, el escritor holandés de novela policíaca que acaba de fallecer tras una larga enfermedad. Al final, se decidieron por Lincoln, como el famoso presidente de los Estados Unidos, sin saber la profunda huella que ambas opciones dejarían en su vida.
Porque el chico, que residía en la ciudad más martirizada de Holanda por las bombas nazis durante la II Guerra Mundial, nunca pudo olvidar la ocupación y posterior desaparición de sus compañeros de clase judíos. Una tragedia que le marcaría hasta el extremo de buscar a partir de entonces una explicación a aquel horror. O mejor aún, vista su inmersión posterior en la filosofía budista, de lograr la forma más pura de compromiso con la vida. Porque Van de Wetering tuvo en realidad dos vidas literarias simultáneas: una trascendente, con obras filosóficas, y la otra más mundana, plena de novelas policiacas.
Para poder ilustrar la primera de ellas, y después de pasar por la universidad, viajó durante una década por siete países, formó parte de una banda de moteros, vagabundeó por Suráfrica y acabó siendo discípulo de un maestro zen en un monasterio japonés. El testimonio de sus meditaciones, entrevistas y conversaciones con los monjes aparece en obras como Reflejos de la nada y El espejo vacío, publicadas en castellano en los años setenta por la editorial Kairos. Esta parte de su producción gozó de gran eco en Estados Unidos, donde acabaría instalándose y donde ha muerto a los 77 años en el Estado de Maine.
Su segunda identidad novelesca no pudo ser más diversa. Gracias a la experiencia adquirida como voluntario de la policía de Ámsterdam, Jan-Willem van de Wetering creó una legendaria pareja de detectives. Llamados Henk Grijpstra y Rinus de Gier, su personalidad y calado emocional resultaba tan entretenido como sus andanzas. Así, Grijpstra era un tipo maduro con problemas matrimoniales que hubiera querido ser músico de jazz. A De Gier, por su parte, más joven, bien parecido y con mucho éxito entre las mujeres, le gustaba tocar la flauta. Ambos improvisaban melodías en plena oficina bajo la mirada de un comisario llamado Jan. De este último, el escritor sólo desvela que era bajito, algo mayor y muy agudo.
El éxito de esta serie le hizo merecedor, en 1984, del Gran Premio de la Literatura Policiaca, prestigioso galardón francés. Y algo más valioso aún. Le convirtió en uno de los primeros autores que ganó lectores considerados intelectuales, para un género hasta entonces de consumo popular.
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