_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Congreso con estrambote

Los chicos de Francisco Camps y Rita Barberá mostraron su eficiencia y esmero en el montaje de la escenografía congresual y en una logística óptima que ofrecieron hace exactamente una semana a los medios de comunicación para asombro de toda la patria. El cónclave fue otro más de esos grandes eventos a los que el PP valenciano nos tiene acostumbrados y por los que ya ha recibido palmaditas y hasta el cum laude papal. Un cónclave que se resolvió con un Mariano Rajoy respaldado por un alto porcentaje de votos, pero, mucho ojo, también apercibido con unas 400 papeletas en blanco. El sencillo observador, sentado en la salita del televisor, vio fantasmagorías casposas, pero fiadas al sincorbatismo, para encontrar hueco en la modernidad; vio fragmentos que le recordaron películas de cine mudo, interpretadas por un Aznar extremadamente efusivo con unos y extremadamente despectivo con otros, pero en todo momento ampuloso y gestual; vio despojos momificados y sacralizados de la dictadura en los balbuceos de Fraga; vio cómo Mayor Oreja, en su añoranza, se paseaba por el sureste de ese plácido edén franquista; vio las lágrimas de Acebes y pensó en los cocodrilos y en la ausencia de un Zaplana que nos dejó el país hecho una comunidad de mangantes y pícaros: vio cómo Camps colocaba a sus peones en puestos de cierta relevancia. Y esperó a que los analistas políticos le revelaran tanto intríngulis. Por algunos analistas supo que las dagas y los pomos de veneno seguían circulando y que el calvario de Rajoy no había terminado, aunque ahora se toca con sordina. Hasta que Esperanza Aguirre, en una vendetta con apariencia de remodelación, se sacó el lastre marianista de encima, mientras por diversas latitudes los encubiertos en los votos blancos iniciaban una cacerolada de increpaciones y disidencias. Se comenta que en esta asamblea se ha quebrado la nefasta unanimidad de la derecha montaraz, pero el sencillo observador, con sus respetos para los analistas, comentaristas y escoliastas, considera que el aznarismo, como una garrapata, se ha hincado en el pescuezo del PP, lo mismo que el franquismo en el pescuezo de una democracia desabastecida de coraje.

El hecho de que Esperanza Aguirre dijera, cuando concluyó el congreso, que se consideraba un verso suelto de la cúpula de su partido, opinión que rectificó, muy poco después, definiéndose como un verso que rima con los votantes, tranquilizó al simple observador. Lo de Valencia ya tenía otro sentido mucho más solemne y fastuoso: había presenciado unos juegos florales de postín, con tanto empaque y sintonía como los últimos de Lo Rat Penat, que mantuvo el inefable César Vidal. Y se ratificaría en su hipótesis cuando el propio Mariano Rajoy, sin asomo de rubor, lanzó su clamoroso ripio dedicado a su predecesor: Aznar / no estar. No es mucho, se dijo el sencillo y sensato observador, pero si estos hombres y mujeres de la conservancia siguen dándole a la métrica, a la octava real y al romance, formación política, ni se sabe, pero poética, ni el mester de clerecía. De centrismo, nada. Lo suyo es el lirismo. De momento, el congreso les ha salido con estrambote.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_