Ciencia y acceso al conocimiento
El premio Nobel en Ciencias Económicas John F. Nash relata que, en 1956, sólo tras resolver un problema, supo que Ennio de Giorgi ya lo había resuelto antes que él.
El progreso científico se ha basado en la comunicación para someter a crítica métodos y resultados. Por otro lado, el reconocimiento público, la captación de recursos y el apremio de las instituciones mueven a los investigadores a producir literatura científica, lo que se traduce en promoción académica, mejor salario o continuidad en el trabajo. El dictum publish or perish (publica o perece) resume bien este escenario.
Las revistas científicas son el medio principal para difundir el conocimiento, y se han ido incrementando hasta las aproximadamente 25.000 publicaciones con evaluación por pares. La publicación alcanza mayor reconocimiento cuando es evaluada, considerándose garantía de calidad; y la credibilidad es útil para sobresalir entre tanta profusión de información. Unas 7.500 son recogidas en los JCR. Pero la publicación no garantiza la difusión del conocimiento, ni siquiera en la era de Internet. Según Thomson Scientific, 3.000 revistas suman el 75% de lo publicado y el 90% de los artículos citados. Si un científico quiere ser leído o citado debe publicar en alguna de éstas, ¿o tal vez no?
Internet ha cuestionado la publicación tradicional. Las grandes editoriales reaccionaron pronto: trasladan su contenido a la web, prescinden progresivamente del formato impreso y, con algún artículo libre, se da acceso sólo a los suscriptores. Surgen formas como el pago del autor por el libre acceso (Open Choice de Springer), la apertura tras la restricción o la anticipación a la publicación en papel (Nature Preceding).
Paralelamente surgen publicaciones de acceso abierto, concebidas como una vía de democratización de la ciencia y de contrapeso del poder de las grandes editoriales. Joseph Esposito cree -número de noviembre de The Scientist- que se ha superado la confrontación entre estos dos modelos de difusión y se ha iniciado una era de coexistencia de modelos híbridos, con un pequeño nicho para la publicación abierta.
La información abierta, generalmente poco sistematizada, desalienta a lectores y autores. Por ello es necesario indexar y publicitar. Con tal heterogeneidad de fuentes, cualquier investigador buscará la información utilizando el método más accesible, simple y conocido, y se detendrá ante unos resultados mínimos aceptables. Un documento no indexado no se localizará fácilmente, por lo que las editoriales han desarrollado herramientas de búsqueda muy eficientes. Sólo en disciplinas muy especializadas el autor puede comunicar los resultados directamente a sus pares controlando el acceso al artículo y la interacción.
Mientras tanto, ¿la publicación informal avanza o retrocede? Richard Gallagher, editor de The Scientist, sostiene que los científicos se han vuelto indiferentes e inconstantes en su apoyo; mientras, Stevan Harnad, defensor de la ciencia abierta, cree que se trata de una mezcla de ignorancia e indolencia. Gallagher se pregunta si los investigadores sabrán cuánto pagan sus instituciones por las suscripciones electrónicas. Paguen lectores o autores, los organismos que financian la investigación sustentan a las editoriales; lo hace en menor medida la publicidad, sin olvidar la contribución no remunerada como editores y revisores de los científicos. Aun así, publicaciones abiertas como BioMed Central o PloS, atraviesan dificultades financieras -según Esposito- tratando de replicar la publicación tradicional.
Esposito recurre a la metáfora del nautilus para ilustrar cómo los dos sectores avanzan y se adaptan de forma no lineal: el acceso abierto progresando desde el interior, desde los círculos reducidos de investigadores especializados, y las grandes editoriales avanzando desde el exterior, partiendo de un público más amplio y heterogéneo. ¿Cuándo y en qué punto de la espiral se encontrarán y competirán?
Harnad defiende un modelo de autoarchivo que compatibiliza ambos objetivos: si los organismos demandan que se publique, también pueden exigir que se haga de forma abierta tal como Research Councils UK propone para sus proyectos financiados. Repositorios como arXiv, orientado a la física, CiteSeer, a la informática, o CogPrints, creado por Harnad, pueden localizarse en las instituciones propias o en grandes almacenes no asociados. Pero ante la presión editorial, sólo un 15% de los investigadores publica de esta forma.
La emergente web social también ha alcanzado a la ciencia: científicos compartiendo intereses en redes de conocimiento organizado como CiteUlike o Connotea, que ponen en relación artículos, autores y temas mediante etiquetas.
El debate parece haber terminado, olvidando a los científicos sin recursos y de países subdesarrollados, pues publicación abierta no equivale a publicación libre. El directorio DOAJ facilita el acceso indexado a 2.995 revistas libres, que quizá no hayan querido o conseguido entrar en el gran catálogo de las editoriales o en los índices de evaluación científica. Las migajas de la ciencia. El ciudadano paga la producción científica con sus impuestos, pero el acceso al conocimiento no es universal. El relojero ha creado un nautilus ciego.
Urbano Fra Paleo es profesor de la Universidad de Extremadura, actualmente en la Universidad de Santiago de Compostela.
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