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Columna
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Solo faltó la carta

Por mucho que sus escasos adversarios se empeñen en sugerir lo contrario, Rajoy ha salido bastante airoso del congreso. Un 84% de votos son suficientes para respaldar un proyecto que, al menos aparentemente, rompe con la estrategia de confrontación total diseñada por Aznar durante su última etapa y prorrogada durante cuatro años por sus dos fieles escuderos, Acebes y Zaplana, con el concurso inexplicable de un Rajoy desorientado, esforzado en no defraudarles.

Ahora, con Gallardón en el comité de dirección y huérfana Aguirre y los suyos de agarraderas firmes en la cúpula del partido, Rajoy se enfrenta a una nueva etapa en la que deberá demostrar con hechos que no solo es más simpático que Aznar (lo que no le supondrá esfuerzo alguno) sino que su política se acerca de verdad a las nuevas realidades sociales del país y a esa España tan diversa que le negó los votos necesarios para ganar las últimas elecciones.

Según parece, Rajoy pretende conseguir, a través de la moderación en el discurso, que una parte significativa de españoles, cuyo voto bascula de un lado a otro del espectro ideológico en función de sus percepciones sobre la radicalidad y el sectarismo de los partidos tradicionales, acabe por percibir al PP como una derecha democrática y civilizada, homologable con el resto de sus colegas europeos cuyas raíces se fraguaron en la lucha antifascista de la II Gran Guerra.

Ahora bien, esta nueva etapa no está exenta de riesgos. Cuando se ha estado cuatro largos años ejerciendo, sin el menor atisbo visible de autocrítica, una estrategia política desquiciada heredada de su carismático antecesor, resultará muy difícil para Mariano explicar a sus radicalizados votantes de la derecha más extrema (que no son pocos) que ahora ni España se rompe porque haya nacionalistas, ni la sociedad se resquebraja porque los homosexuales se casen. No creo que haya mucho peligro de que lo que Rajoy pueda ganar por el "centro" lo pierda por la derecha, pero las posibilidades existen.

Hay algunas otras incógnitas que deberán ser despejadas en los próximos meses para dotar de credibilidad al nuevo proyecto. La primera de ellas, esclarecer las diferencias, que las hay, y muchas, entre los verdaderos "centristas" que apoyan a Rajoy y aquellos oportunistas de última hora que no han escatimado ocasión para definirse hipócritamente a sí mismos como moderados, con el único fin de remar a favor de una corriente que ellos perciben, malgré lui, como imparable.

Luego está el mapa mediático. Como no parece que ni Federico ni Pedro J. estén muy dispuestos a facilitarle la labor al nuevo presidente, es de prever que el flamante vicesecretario de comunicación, Lampedusa González Pons, tendrá que emplear una buena parte de su tiempo en convencer a aquellos de que en realidad todo ha cambiado para que todo siga igual. Lo cual ni siquiera a él le va resultar tarea sencilla.

Y en fin, está Aznar. Desde el gélido saludo del viernes, hasta el impresentable discurso del sábado, todo ha sido una perfecta escenificación de su rencor hacia el nuevo proyecto de su sucesor; ése que él mismo designó con el dedo absoluto de su soberbia.

A Rajoy solo le ha faltado un golpe de efecto para acabar definitivamente con el cerebro de FAES. Al terminar su discurso de aceptación debió entregarle en público, al igual que este mismo hizo con Fraga, una carta de dimisión preventiva e incondicional. Y entonces, a la vista de todos, darle un minuto. Un largo, inacabable, eterno, minuto, para observar su reacción.

Estoy seguro de que, en ese preciso momento, su avinagrado magisterio hubiera terminado para siempre.

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