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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Guardianes de misas, piratas de tierra

Era un pueblo sin mar, un hermoso pueblo de estructura medieval. Insólito pueblo que conserva las huellas de su historia como pocos del occidente cristiano. Un pueblo liberal que da nombre a un ilustrado marqués. El muy noble, y creo que leal, Santillana del Mar. Lugar de encuentros de escritores y lectores. Unos días, con sus noches, recorrimos sus calles, hablamos de literatura en sus palacios, vimos el fútbol en su parador y bebimos en sus tabernas. Todo civilizado, abierto y razonable. Casi todo. Como buen descreído, y amante de los templos, quise volver a sentir el tiempo detenido en el interior de la Colegiata. No pudo ser. En la puerta, un hombrón vestido de guardia de seguridad, de esos con porra, esposas y algo más que se encuentran a la puerta de discotecas y bancos, me impidió el paso a esa hermosa ciudad de Dios. Sin embargo, otros cristianos pasaban a la iglesia. Me quejé de la discriminación. El hombrón me dijo que yo no iba a escuchar la misa y por tanto me quedaba en la calle. Hace unos meses, por no atender en misa, me expulsaron de otro templo. Ahora me dejaban en el pórtico. Me estoy condenando. Y así, solo, con mis pecados, sin misa y sin paraguas tuve que volver bajo la tenue lluvia al refugio de los bares. Pensé seguir con mis quejas cuando recordé que me habían contado que el abad era de latines tomar y decidí volver al libro de Julio Llamazares, a sus viajes por las catedrales de España. Di gracias porque no me habían pedido la documentación, ni cacheado, ni expulsado a porrazos. Los vigilantes de los templos, por ahora, no son aquellos curas trabucaires que levantaban armas contra liberales, afrancesados o lectores de libros prohibidos. Van sin trabuco, todavía. Y recé por verme salvado de la tortura, de la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis. "Evangelizadores" métodos, torturas de la Inquisición que pude ver en una exposición a metros de la Colegiata.

Recé por salvarme de la tortura, la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis

En la vida civil cenamos con Mario Vargas Llosa. Hablamos de cine, libros, fútbol y de escritores deicidas. Hablamos de toros y de José Tomás, con perdón. Mario come un chuletón y lo riega con vino, no con leche, como cuenta Armas Marcelo que acostumbraba en el pasado. Los años han mejorado su escritura y sus bebidas. A su lado, otros dos habitantes de los mejores riesgos de la literatura: Javier Marías, que saca a pasear mitologías familiares que causarían la envidia de Gerald Durrell. Y Arturo Pérez Reverte, empeñado en seguir haciendo amigos entre la tribu de los críticos. Tres que no rezan en la Colegiata. Que cantan con Stevenson aquello de "dormir el sueño eterno con todos mis piratas". El descanso puede esperar. Les queda la vida, la literatura.

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