Desembarco nórdico
En la enigmática y aislada Islandia, una de cada diez personas publicará un libro a lo largo de su vida. En una Noruega bañada en oro negro, un novelista puede recibir un sueldo vitalicio. En Suecia, ya en 1900, el proletariado organizó su propia red de bibliotecas, convencido de que la educación era la mejor arma frente al poder. Los finlandeses compran de media diez libros al año; y en Dinamarca editar nunca es una ruina porque el Estado compra ejemplares para todas las bibliotecas públicas. Si además se tiene en cuenta que el analfabetismo desapareció en los cinco países escandinavos hacia 1850, no es de extrañar que su producción literaria sea extensa y de calidad.
Al contrario que Francia, que sucumbió a la literatura nórdica contemporánea en los setenta, España le ha dado hasta ahora la espalda, con excepciones como El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder -el libro más vendido por Siruela en su historia, más de un millón de ejemplares en 66 ediciones-, o las peripecias del investigador Kurt Wallander, del sueco Henning Mankell, libro que tiene ya en sus estantes un millón de familias. Pero el panorama está cambiando. Los éxitos de Mankell han inundado las librerías de otros títulos escandinavos de similar perfil y, en paralelo, se están editando libros de los que se espera una difusión más modesta y cuyas traducciones al castellano han sido sufragadas por estos países. Basta con contar con los derechos de autor y un currículo editorial para conseguir esta ayuda. "Son conscientes de que con las traducciones se abre un mercado de 400 millones de hispanoparlantes", explica el traductor Francisco J. Uriz.
Kirsti Baggethun sostiene que es una literatura intimista porque "no pueden aliviarse a través de la confesión, que no existe en el luteranismo"
"Es difícil distinguir lo imaginario y lo real con una naturaleza tan apabullante. ¿Cómo no van a desconcertar las auroras boreales?"
Un libro, basado en informes secretos, defiende que Thieme, ex agente de la DINA y yerno de Pinochet, asesinó a Olof Palmer
Este programa tiene casi diez años, pero es ahora cuando las editoriales han recogido el guante con sorprendentes resultados. En 2008 saldrán al mercado quince títulos daneses, una cifra similar de suecos y noruegos, dos islandeses y uno finlandés. Y lo que es más esperanzador para sus intereses, quien se anima a publicarlos repite. Es el caso de Lengua de Trapo, que cuenta en su catálogo con tres noruegos: Kjell Askildsen, Dag Solstad y Kjartan Fløgstad. "Es un proceso lógico. Todos se conocen, comparten generación, se citan...", explica Rocío de Isasa, editora de la colección Otras Lenguas de este sello, que se estrenó con unos cuentos noruegos en 2001.
En 1996 inauguraron su Biblioteca Nórdica en Ediciones de la Torre con una antología de cuentos escandinavos, a la que siguieron una poética y otra de relatos femeninos. "Fuimos pioneros, el problema es que no hemos sido capaces de comercializarlo", se lamenta José María Gutiérrez de la Torre, orgulloso de haber descubierto a Arto Paasilina en 1989 (El año de la liebre). El finlandés está hoy en la cartera de la poderosa Anagrama, que editó Delicioso suicidio en grupo en 2007, acaba de sacar en bolsillo El molinero aullador y adelanta que en otoño pondrá a la venta La dulce envenenadora. "La brutalidad de La naranja mecánica se transforma en Arsénico por compasión con unos pellizcos de Kaurismaki", se resume el argumento en su contraportada.
Muchas veces los editores no pueden leer los libros al desconocer la lengua y se fían de las recomendaciones de los traductores. "Es gente preparadísima. Muchas veces dan clase de literatura", piensa Diego Moreno, editor de Nórdica Libros. Para después del verano prepara tres títulos: Antología de cuentos de Torgny Lindgren, Antología poética de Harry Martinson y El improvisador, de Hans Christian Andersen. Raro es el traductor que no habla todos los idiomas escandinavos, salvo el finlandés, que tiene una raíz muy distinta. A Enrique Bernárdez nunca le asustaron sus grafías y pronunciaciones endiabladas. "Yo aprendí desde una vía muy natural. Estudié Filología Alemana, pero me dedicaba a la lingüística del inglés arcaico. Y como éste se parece al islandés antiguo, di el salto. Y claro, cómo no vas a pasar al islandés moderno y de ahí al sueco, noruego, danés, feroés...".
La comunión entre el hombre y la naturaleza es absoluta y evidente en estas literaturas. Comprensible en unas tierras conquistadas por frondosos e inquietantes bosques, lagos tenebrosos, nieves cegadoras y deslumbrantes fiordos. El escritor y de su mano sus personajes se sienten ante este paisaje insignificantes. Resulta imposible no mezclar lo imaginario con lo real. Así, en Islandia la leyenda dice que los elfos viven en el interior de las rocas y los ventosos acantilados noruegos son dioses petrificados. "Es complicado distinguir uno y otro cuando la naturaleza es tan apabullante. Cómo no van a desconcertar las auroras boreales, unas luces que cambian de color y de sitio en una noche en la que no se pone el sol", se pregunta Bernárdez, traductor de El zorro ártico (Nórdica), del islandés Sjón. En su prólogo, el filólogo descifra algunas claves del folclore de la isla de lava. Se aprende entonces que skuggabaldur es un hijo de gato y zorra que destripa el ganado y que toma su nombre del dios pagano de la luz (skugga) y de las sombras (baldur). La convivencia del mundo verdadero y mágico, prosigue Bernárdez, provoca que "explicaciones retóricas muy rebuscadas se entremezclen con giros coloquiales".
Un temor ante las fuerzas de la naturaleza que no casa con su mente cartesiana. Quizá por eso recurran a la ironía. En Cabeza de perro (Salamandra), de Morten Ramsland, Orejotas, siendo un niño, se pierde en el bosque una noche de auroras boreales y regresa horas después como adolescente. "Su ropa se había quedado pequeña y la sombra oscura que adornaba su labio superior no se iba ni con agua", se lamentaba en estas páginas su madre. En la patria de Ramsland, Dinamarca, el paisaje no es abrupto, sino domesticado y llano. "Lo que marca nuestra literatura es la falta de luz. Hay menos que en Suecia o Noruega porque tenemos menos nieve. De ahí la melancolía", relata Eva Liébana, profesora de Literatura Danesa en la Complutense.
Igmar Bergman no es un verso suelto. Escribir o rodar una película tiene un efecto terapéutico en una sociedad introspectiva que anhela la felicidad. Lideran las listas mundiales de quienes se sienten más afortunados pero, paradójicamente, en Finlandia el suicidio es "casi un deporte nacional", en palabras de un socarrón Paasilinna. "Muchos campesinos viven aislados en medio de sus tierras y no se comunican. Además, no pueden aliviarse a través de la confesión porque en el luteranismo no existe. Hay siempre un sentimiento de culpabilidad. Y aunque ahora las iglesias están vacías, sí se conserva esa mentalidad puritana y austera aunque mezclada con ironía", cuenta Kirsti Baggethun, agregada cultural de la Embajada noruega y cotraductora de muchos libros con Asunción Lorenzo.
Con esta melancolía están escritos los relatos ahogados por la rutina de Los perros de Tesalónica (Kjell Askildsen, Lengua de Trapo); Johannes Climacus, o De todo hay que dudar (Soren Kierkegaard, Alba), la evolución espiritual de un joven que quiere ser filósofo; Las maestras paralíticas (Gudbergur Gergsson, Tusquets), una atípica historia de amor; Caminar o el arte de vivir una vida salvaje y poética (Tomas Espedal, Siruela), un viaje por la literatura y la filosofía; Pudor y dignidad (Dag Solstad), en la que un profesor de secundaria busca sentido a su vida, y Tu mi tú (Christina Hesselhold), erotismo para expresar el ansia de existir, estos dos últimos en Lengua de Trapo.
Y en estas sesiones de diván literario, como es obvio, el peso de la familia es total. Por eso son muchas las novelas que reconstruyen la vida de varias generaciones, marcadas por oscuros secretos -no podía ser de otra manera entre introspectivos- y por su traumática relación con la Segunda Guerra Mundial. Con estos mimbres se escribieron Quien parpadea teme a la muerte (Knud Romer, Minúscula), El hermanastro (Lars Saabye Christensen, Maeva) o Grand Manila (Kjartan Fløgstad, Lengua de Trapo en octubre).
"Estos escritores anticiparon problemas que están sucediendo en nuestras sociedades hoy, como la crisis de la socialdemocracia, del Estado de bienestar", razona Moreno. Sin ir más lejos, en Muerte de un agricultor (Nórdica), del sueco Lars Gustafsson, el protagonista se quejaba en 1978 de que la región "estaba siendo tratada como una cantera de materias primas, una especie de despensa de la que se saca todo sin poner en ella nada".
Una denuncia social que sigue latente en las novelas de la región, incluidas las policiacas, aunque Mayo del 68 quede lejísimos. "Hay que utilizar los crímenes o los delitos como un espejo de la sociedad", dijo el pasado marzo Mankell en una entrevista publicada en este diario. En otoño llegará una nueva entrega, El chino (Tusquets). El asesinato brutal de 19 personas es el punto de partida. El sello catalán calienta motores publicando en bolsillo los casos de Wallander y Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, una reflexión sobre el sida. Siruela es la encargada de sus creaciones para un público juvenil.
Pero hay que remontarse a 1965 para encontrar en el suspense el compromiso social. Durante diez años un matrimonio de periodistas, Maj y Per Söwall, revolucionó el género policiaco sacando las miserias del Estado de bienestar sueco. Diez libros que en orden cronológico publica RBA. Tres de ellos -El hombre que se esfumó, Roseanna y El hombre del balcón- ya han visto la luz junto a Petirrojo, de Jo Nesbo.
Un millón de franceses que ya saben que en Suecia no todo es almíbar gracias a la trilogía Millennium. En el primero, Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino), Stieg Larsson separa sus capítulos con cifras escalofriantes: en su país, el 46% de las mujeres ha sufrido violencia machista y un 92% de los abusos sexuales no son denunciados a la policía. La editorial planea sacar los otros dos tomos en 2009.
Larsson murió en 2004 y hay quien se plantea si fue asesinado por los grupos nazis que investigaba. Un rompecabezas que se queda corto en comparación con el expuesto por su compatriota Anders Leopold en Det svenska trädet skal fällas (El árbol sueco debe ser derribado) que no ha sido editado en España. En él defiende que el presidente Olof Palme murió en 1986 a manos de Roberto Thieme, el ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional chilena (DINA) y yerno de Augusto Pinochet. El argumento no es kafkiano pues se basa en informes de los servicios secretos suecos.
Mucha novela negra ha sido escrita por mujeres que dedican espacio a los problemas cotidianos y humanizan a los personajes. De Anne Holt, ex ministra de Justicia de Noruega y reina de los bajos fondos junto a Mankell, es Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial). Mientras, la joven Camilla Lackbërg convirtió La princesa de hielo en 2007 en un best seller y ahora repite con Los gritos del pasado (Maeva). Sobre los márgenes de la muerte habla la noruega Karin Fossum en Una mujer en tu camino (Mondadori), y acerca del dolor y la culpa, la danesa Ida Jessen en Lo primero que me viene a la cabeza (Lengua de Trapo), novela programada para octubre. Los hombres también tienen algo que decir. Christian Jungersen reflexiona sobre el origen de la crueldad en La excepción (Mondadori), mientras Kurt Aust sitúa en París la trama de La hermandad invisible (Destino).
Bassarai y Libros del Innombrable importan su poesía que, asimismo, influye en la española. Lo sostiene el poeta Carlos Pardo, que cada año invita a nórdicos a Cosmopoética, el festival de poesía de Córdoba: "Son los que más éxito tienen. La gente se asombra porque parecen muy elegantes pero son unos macarras". Los más elogiados, Aspenstrom, Tranströmer y Ekelot, que tienen su público entre los poetas de menos de cuarenta años. "Se leen, se comentan y se citan en antologías. No tanto por su lenguaje directo sino por su componente abiertamente político sin ser panfletario. Además, son capaces de crear unas imágenes vanguardistas pero naturales y nada recargadas". Un botón, los versos de Aspenstrom: "La sardina quiere que la lata se abra hacia el mar".
El desembarco continuará en otoño.
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