No lo sabe nadie
No, claro. ¿Cómo van a saberlo? Ustedes no tienen ni idea, porque aquí hemos estado pocos, muy pocos. Casi nadie.Campeones hay a patadas, echen cuentas: brasileños, italianos, argentinos, alemanes, franceses... la de futbolistas que han ganado. Si hasta los ingleses tienen su Copa del mundo, fíjense, y los griegos su Copa europea. Y luego están los que salen al campo a ganar, aunque no ganen nunca, como los españoles. O los que pueden ganar, como los portugueses. O los que piensan que con un poco de suerte, según vayan las cosas, quién sabe: equipos del tipo escocés, irlandés, ruso, todos esos. De esos hay muchos, ya digo. Los escasos somos nosotros. Una aristocracia del fútbol, podría decirse.
Cuando eres crío no es lo mismo. Sales y ves unos tiarrones gigantes haciendo malabarismos con el balón, y echan a correr y les pierdes de vista, y ya sabes lo que toca: perder. Y te pegan, te machacan y te golean, y te vas llorando a tu casa. Pero no pasa nada, porque eres crío. Ya nos veremos otro día, piensas. Estás creciendo. Dentro de nada podrás tirarles cuatro caños dentro del bidé, y aún te sobrará tiempo para saludar al público antes de dar el pase de la muerte.
No, claro. De crío no es lo mismo. Pónganse en nuestro lugar. Somos tíos ya mayores, con novia, mujer o hasta familia. Somos profesionales, se supone que esto es lo que mejor hacemos. Fuera, en el campo, nos esperan miles de personas, miles de cámaras, todo un mundo que nos mira. ¿Se lo imaginan? Los rivales, en el otro vestuario, sueñan con hacer historia. Nosotros también, pero menos. En realidad, no soñamos. Rezamos para no hacer historia. Pues eso. Como Haití y Zaire en 1974, o El Salvador en 1982, o, en otro género, Malta en aquel partido contra España. Los que van a perder, y lo saben, y lo sabe el contrario, y lo sabe todo el mundo. Somos los que fabrican el goal-average ajeno. Y encima, jugando en casa. En eso, los austríacos tenemos desgracia doble.
[Esta columna es un modesto homenaje a Roberto Fontanarrosa, el gran escritor de fútbol; el autor se permitirá tontear con la realidad y la ficción hasta que alguien con criterio le llame al orden].
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