Una historia submarina
Mantengo una relación apacible con los libros. Algunos, pocos, me inquietan. Sólo hay uno capaz de acelerarme el pulso. Es un ejemplar viejo, de edición rústica, que he leído tres veces. Ya nos tenemos confianza, y, sin embargo, se mantiene la pasión del primer día. No es ninguna obra maestra de la literatura. Qué va. Sólo cuenta la aventura de unos cuantos tipos que entre 1991 y 1997 investigaron el pecio de un submarino, hundido frente a las costas de Nueva Jersey. Fue una aventura obsesiva, innecesaria y casi suicida: tres de ellos murieron. Fue una aventura extraordinaria.
Empezó de la mejor manera: en un bar portuario de mala muerte, conocido como The Horrible Inn. El capitán Bill Nagle, uno de los submarinistas más expertos y valientes del mundo, participante en las primeras exploraciones de los restos del Andrea Doria, había atracado su barco en el puerto de Brielle, Nueva Jersey, como cada noche, e iniciaba su transfusión cotidiana de bourbon. El alcoholismo le impedía bucear y estaba matándole. Pero seguía siendo Bill Nagle, un héroe local. Por eso se le acercó el patrón de un buque de pesca y le susurró una confidencia: su sonar había detectado un barco hundido a 60 millas de la costa. Se trataba de un naufragio no registrado. El misterio excitó de inmediato al viejo submarinista.
La primera inmersión incrementó el misterio: era un submarino alemán. Eso fue todo lo que averiguaron
Nagle ya no era capaz de bajar. Llamó para ello al mejor buceador que conocía, John Chatterton, y éste convocó a unos amigos para emprender a bordo del Seeker, el barco de Nagle, la primera expedición.
El grupo comprobó que el pecio se encontraba a más de 70 metros de profundidad. Eso implicaba serios riesgos. El primero, los efectos de la narcosis: a partir de 20 metros de profundidad (tres atmósferas de presión), el aire emborracha. Siez metros, se dice, equivalen a un martini. A 70 metros, el cerebro se comporta como si llevara encima cuatro o cinco copas. En esa situación se puede sufrir un delirio psicótico o un ataque de pánico, con consecuencias mortales. Porque el segundo riesgo es la efervescencia de la sangre. A medida que aumenta la profundidad, las moléculas de nitrógeno se comprimen por la presión. Si se sube con demasiada rapidez, el nitrógeno se expande bruscamente y bloquea las conexiones nerviosas. El dolor resulta indescriptible. Muchos submarinistas han muerto de esa forma. Antes de emerger hay que detenerse a unos 10 metros de la superficie y esperar a que el nitrógeno se normalice. En una inmersión de 70 metros, con aire comprimido en las bombonas, la parada de descompresión supone un mínimo de dos horas.
La primera inmersión incrementó el misterio: el barco era un submarino alemán. Eso fue todo lo que averiguaron. Y no pudieron decírselo a nadie: el pecio sólo se considera descubierto cuando es identificado.
Las dificultades empezaron a descorazonar a los miembros del equipo. Todos tenían familia y trabajo. En una de las primeras inmersiones, Steve Feldman, un empleado de la televisión CBS, murió junto al submarino a causa, probablemente, de la fatídica narcosis. Poco a poco, el proyecto quedó en manos de quienes despreciaban el riesgo: Chatterton, un cristalero llamado Richie Kohler y gente como Chris Rouse y Chris Rouse Jr., padre e hijo. En octubre de 1992, durante una de las inmersiones, Rouse Jr. quedó atrapado en el interior del submarino, con síntomas de narcosis. Su padre intentó rescatarle hasta quedar sin aire y subió, también embriagado, para pedir auxilio. El hijo murió en las entrañas del submarino. El padre murió sobre la cubierta del Seeker, víctima de la "sangre espumeante".
Hay un libro sobre la muerte de los Rouse, The last dive. Pero creo que su tragedia se comprende mejor en el contexto de Shadow divers (Buceadores de sombras), el libro que cuenta la aventura de Nagle, Chatterton y Kohler. El libro que sigue acelerándome el pulso.
Chatterton y Kohler pasaron años obsesionados con el submarino. Al final, explorando cada rincón del pecio, lo consiguieron. Era el Unterseeboot 869 de la marina nazi, oficialmente destruido el 28 de febrero de 1945, cerca de Gibraltar, por las cargas de profundidad de un destructor estadounidense.
Evidentemente, el U-869 y sus 56 tripulantes sobrevivieron al ataque. Nadie sabe por qué cruzaron el Atlántico y se acercaron tanto a Nueva York. Tampoco se sabe qué o quién destruyó el U-869 frente a Nueva Jersey: quizá uno de sus propios torpedos, o, como considera el Pentágono, una patrulla aérea estadounidense que lanzó unas cargas al azar. Desvelado un misterio, queda otro.
El director Peter Weir (El año que vivimos peligrosamente, El show de Truman, Master and commander) está terminando una película sobre la aventura.
El capitán Bill Nagle murió tras beberse una botella de vodka, antes de identificar el submarino. Richie Kohler hace reportajes para la televisión. John Chatterton estaba realizando una reparación submarina bajo las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001: sobrevivió, y aún bucea. -
Shadow divers, de Robert Kurson. Editorial Random House. 388 páginas.
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