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Reportaje:Signos

Entre la vida y la muerte, el amor

El Festival Internacional de Poesía de Granada se llena de voces imprescindibles

Evaristo guardó cola durante largo rato a las puertas de la casa que custodió durante 40 años: la residencia de verano que la familia de Federico García Lorca tenía a las afueras de Granada, la Huerta de San Vicente.

Es la hora en la que, como escribió el poeta, "cuando el sol se oculta tras las sierras de bruma y rosa, Granada se baña de oro y de tules rosa y morados".

Los granadinos como Evaristo han acudido en masa para, en la anochecida, escuchar a los poetas hablar de la vida y de la muerte y, entremedias, del amor.

El Quinto Festival Internacional de Poesía de Granada abría su semana el pasado martes y trece en la Huerta de San Vicente, en las afueras de la vieja Granada, donde antes se extendía esplendorosa la vega y hoy hay monstruos de ladrillo y cemento. El profesor Ángel Esteban presenta el acto y marca desde el inicio en qué consistirá este festín poético con unas palabras de Juan Gelman: "en estos tiempos mezquinos y de penuria, ahí está la poesía, en pie contra la muerte".

"El poeta moderno habla desde la inseguridad", afirmó Rafael Cadenas
"Con un poema no se cambia el mundo", dijo Luis García Montero
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A su lado, dos insignes poetas latinoamericanos: la colombiana Piedad Bonnet y el venezolano Rafael Cadenas. Piedad Bonnet (Amalfi, Colombia, 1951), profesora, poeta y dramaturga se presenta: "Soy una intelectual a la que nada en el mundo le puede ser ajeno". Y desgrana un rosario de poemas que nos hablan del horror y de la muerte que asola su país, pero que podría repetirse, y de hecho se da, en cualquier otro punto del globo. Más tarde, dirá al reportero que no toda su obra describe la violencia. "Me interesa el amor; me interesa el cuerpo, no sólo desde el punto de vista erótico, aunque también, sino del paso del tiempo por ese cuerpo".

Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) se adentra en otro de los aspectos que interesan a los casi 10.000 granadinos que a lo largo de esta semana acuden a los actos del festival: para qué sirve un poeta; qué es hoy la poesía. Cadenas, voz grave, define: "el poeta moderno habla desde la inseguridad; se acabaron las causas y las banderas". Exiliado de tantas dictaduras como han azotado a su país, afirma que el poeta "ni vence, ni convence", que su papel es el de ser "contraste, al margen del poder".

La muerte está también muy presente en Francisco Brines, el laureado poeta valenciano, que a sus 76 años recibía anoche el IV Premio de poesía Federico García Lorca. "El hecho de vivir es una tragedia, porque te acerca a la muerte", recuerda en otro acto Susana Rivera, profesora estadounidense, viuda de Ángel González y prologuista de Brines. Pero también canta a la vida, "que es un estruendo hermoso, un don, un gozo". Para Susana Rivero, que ha estudiado en profundidad la obra de Brines, podría resumirse con estos versos: "Goza y bebe de la vida y luego, ven".

Brines, que a mediodía se recupera de una noche alargada con otro ilustre poeta local, Luis Garcia Montero, aclara al periodista que lo que pretende un poeta es "intentar descubrir el enigma de la vida".

¿Piensan lo mismo los jóvenes poetas? Jasmina Caballero (León, Nicaragua, 1981) sostiene que la poesía "es la vida misma". Y en la vida misma está la palabra muerte, como en su poema Los muertos somos crisálidas.

Carlos Ernesto García (Santa Tecla, El Salvador, 1960), distingue la función que se le quiera dar a la poesía: para enamorarse, o para confrontarse, y pone como ejemplo la "poesía cívica" de Alberti. El poeta salvadoreño, afincado en Barcelona tras escapar milagrosamente de una masacre del ejército en su pueblo, afirma que le "cuesta entender al poeta que toma distancia de la realidad que le rodea". Y afirma tajante: "no me que quedé vivo para quedarme callado". Y escribió estos versos en un poema titulado Réquiem: "El olor agrio de la muerte / estaba por todas partes". Pero, como a sus compañeros, tampoco el amor le es ajeno, y uno de sus poemarios se titula precisamente A quemarropa el amor.

En la jornada del miércoles, se celebraron dos actos en homenaje a Ángel González, el poeta asturiano fallecido el pasado mes de enero. Uno de ellos, en el Auditorio Manuel de Falla. Un puñado de amigos del poeta leyeron algunos de sus poemas: su viuda Susana Rivero, Almudena Grandes, Francisco Brines, Luis Garcia Montero y los cantantes Miguel Ríos, Enrique Morente y Pedro Guerra.

Abrió el acto Almudena Grandes, con la lectura del poema Para que yo me llame Ángel González. Y sus ojos enrojecieron al recordar como se retrataba el propio poeta: "el éxito de todos los fracasos. / La enloquecida fuerza del desaliento".

Miguel Ríos, profeta en su tierra, acudió a la cita y poco antes de leer su poema, mostraba su irritación ante "el arboricidio" que se está cometiendo en su ciudad, a la que siempre vuelve.

Poco antes, García Montero abordaba la utilidad de la poesía, otra de las eternas cuestiones: "con un poema no se cambia el mundo; un telediario bien manipulado crea mucha más opinión".

Brines, la otra gran figura homenajeada esta semana en Granada, recordó a su amigo González tal como era: "Ángel vivió hasta el ultimo día en nocturno, como yo". Y rememoró esas largas noches en las que la palabra y el vaso corto con dos hielos daban para matar muchas horas.

Amor, vida, muerte. Palabras que van al lado de la palabra poeta. Y noche, como la noche granadina que describe Lorca en Impresiones y Paisajes: "La noche muestra todos sus encantos con la luna. Sobre el lago azul brumoso de la vega ladran los perros en la huerta...".

Esa noche, la noche del martes y trece, no ladraron perros. Cantaron los poetas. Y Juan Pinilla puso el broche con esta media granaína: "los mejores claveles que se crían en Graná / se los llevó Federico, a la tumba por almohá".

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