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Israel: un viejo nuevo Estado

Qué? ¿El aniversario del nacimiento de Israel, dice usted? ¡Es el aniversario de la declaración de independencia, joven! Israel nació aquí hace más de 3.000 años..." Así se dirigió a mí David Ben Gurion, el hombre que, el 14 de mayo de 1948, ante una muchedumbre alborozada en Tel Aviv, proclamó el establecimiento del Estado de Israel.

Nos conocimos en mayo de 1970. Shimon Peres me había organizado una cita con él en su casa de Sdei Boker, en el desierto del Neguev. Yo era joven y estaba emocionado. Para mí, Ben Gurion era el padre del Estado judío. Su comentario me hizo reflexionar. Es verdad que Israel debía su existencia, sobre todo, a la presencia ininterrumpida de judíos en la región desde que, hace 4.000 años, Abraham compró unos terrenos próximos a Hebrón al hitita Efron, hijo de Cohar. A veces minoritarios, a veces mayoritarios, los judíos han alimentado con su sangre las colinas y los valles de Judea a lo largo de toda la historia.

Como estructura estatal, Israel existía ya en los años veinte, mucho antes de la independencia
Arafat separó la cuestión palestina de la reivindicación panárabe

Es evidente que la Shoah, la destrucción de un tercio del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, influyó en el voto de la ONU cuando decidió, en 1947, partir esta tierra en dos Estados: israelí y palestino. La mala conciencia existe, pero no es determinante en la creación del Estado de Israel. Sin embargo, ésa es una idea extendida tanto entre los judíos como entre los no judíos. Para los judíos mantener vivo el recuerdo de la Shoah parece el más sólido de los escudos. Para algunos no judíos, la Shoah es la justificación moral de un Estado que, en el fondo, no consideran moral.

Ghassan Kanafani, poeta palestino y portavoz del FPLP, me dijo un día en Beirut, en presencia del escritor Amin Maalouf: "Las matanzas de judíos son terribles, pero no son culpa nuestra. Occidente dio nuestra tierra a los judíos en compensación". Yo le respondí: "Si hubiera que compensar con una parcela de tierra cada una de los seis millones de vidas judías destruidas, no bastaría toda Arabia Saudí, ni siquiera América, para pagar esa deuda aterradora". Quedamos en vernos otra vez para continuar el debate.

Kanafani, asesinado con un coche bomba, murió sin haber comprendido que Israel, como estructura estatal, existía ya en los años veinte, mucho antes de la declaración de independencia. Mucho antes de la publicación de Mein Kampf de Hitler. Mucho antes de la Shoah.

La Agencia Judía para Palestina, el Gobierno de un Estado en gestación cuya dirección asumió David Ben Gurion en 1935, nació poco después de la Primera Guerra Mundial, cuando los otomanos derrotados abandonaron la región y los británicos la ocuparon. El Parlamento de losJudíos de Palestina fue democráticamente elegido en cuatro ocasiones entre 1920 y 1944. La todopoderosa central sindical, la Histadrut, nació en 1920. Nadie había oído hablar todavía del nazismo. La Kupat Holim, la seguridad social, vio la luz ese mismo año. También en 1920 se creó el Ejército de Israel, la Haganah, la organización de defensa. Los principales diarios israelíes se remontan a 1919, empezando por Haaretz. La Universidad Hebrea de Jerusalén se inauguró en 1925, en el Monte Scopus, y el Instituto de Investigación Weizmann, en Rehovot, en 1934. En cuanto al Technion, la escuela politécnica de Haifa, se construyó en 1914, mucho antes de la declaración de Balfour, el lord inglés que, en 1917, prometió a los judíos un hogar nacional en Palestina.

Yasir Arafat me expresó con frecuencia su admiración por aquel Estado antes del Estado. Soñaba con hacer lo mismo por los palestinos. Estaba orgulloso de que se le llamara el Viejo como a Ben Gurion. Reconozcamos que trató de seguir el ejemplo. ¿Por qué no llegó hasta el final? Dos días antes de que muriera asesinado Isaac Rabin, nos reunimos él, su mujer Lea, Clara Halter y yo en Hertzlia, donde al primer ministro le gustaba refugiarse los días de shabbat "para reflexionar". "Vas a ver pronto a tu amigo Arafat, ¿verdad?", me preguntó de repente. "Recuérdale que, sin una verdadera administración, no podrá formar un Estado. Dile que necesita organizar su sociedad, motivar a la gente. Si no, lo harán otros y él perderá el poder".

Fui por primera vez a Israel en 1951. Si no hubiera sido por este pudor enfermizo que siempre he padecido, habría besado la tierra polvorienta como lo hizo en el siglo XII el poeta Yehuda Halevy, recién llegado de Córdoba, y como lo hizo la mayor parte de los que desembarcaron conmigo. En 1970 conocí a Ben Gurion. Tras charlar en el Neguev, me propuso que le acompañase a Tel Aviv. Una vez allí, tras seguir el borde del mar a lo largo de las casas de estilo Bauhaus diseñadas en su mayor parte antes de la Primera Guerra Mundial, el coche se paró en un semáforo. De pronto, salió de las sombras una joven que se inclinó hacia mí por la ventanilla. Era morena, bastante guapa, con unos senos bonitos; olía a avellana. ¿Dou kimst? ¿Vienes?, me preguntó en yiddish. Tardé un segundo en comprender que se trataba de una prostituta y que me estaba invitando a ir con ella. Pero lo hacía en yiddish, la lengua de mi madre, y eso me trastornó. Mi emoción hizo reír a Ben Gurion. Todavía se reía cuando el coche llegó a su destino. "Ves", me dijo con orgullo, "por fin somos un país normal". Y añadió: "Como todos los países".

Israel es una democracia. La oposición es activa y la prensa es libre. Pero Israel, en contra de lo que deseaba Ben Gurion, no es aún un Estado completamente normal. Es, que yo sepa, el único Estado reconocido cuya propia existencia está contestada, pese al lugar que ocupa en el concierto de naciones. Es decir, quienes reivindican la falta de normalidad no son los habitantes de Israel, sino quienes desean aniquilarlo.

¿Se puede hablar de Israel sin hablar de los palestinos? Es difícil. Como los hermanos siameses cuyos cuerpos no están aún separados, palestinos e israelíes aparecen siempre juntos en las pantallas de nuestros televisores. ¿De cuándo data su reivindicación nacional? En la época de Lawrence de Arabia, durante la Primera Guerra Mundial, todavía se llamaban a sí mismos, en su mayoría, sirios. Tomaron conciencia de su particularidad frente al nacionalismo judío. Todavía en 1938, en su libro The Arab awakening (El despertar árabe), el palestino George Antonius, uno de los principales ideólogos de la causa árabe e interlocutor privilegiado de Ben Gurion, escribía: "La cuestión primordial para nosotros, árabes de Siria y de Palestina, es la unidad de Siria hasta el Sinaí. Todos formamos un solo país".

También en este sentido hay que reconocer que Yasir Arafat fue uno de los primeros en comprender la importancia de separar la cuestión palestina de la reivindicación panárabe. Y si lo entendió fue porque su modelo, desde la Universidad de El Cairo hasta la Mokata de Ramala, era Israel. ¿Por qué no tuvo éxito? Quizá porque no supo adaptar el modelo israelí a la realidad palestina. Quizá también porque Israel, que le servía de modelo, no lo entendió a tiempo.

En estos 60 años de existencia, el Estado de Israel ha conseguido milagros. ¿Estará el futuro a la altura de su historia? ¿Puede ignorar la demanda de los que tiene enfrente? Ben Gurion, como siempre adelantado a los acontecimientos, pidió ya en 1967 que los israelíes dejaran los territorios conquistados en la Guerra de los Seis Días.

¿Qué representan 60 años en el curso de la Historia? Dos o tres líneas en los manuales escolares. ¿Qué representan en la existencia de un ser humano? Una vida entera.

Marek Halter es pintor y novelista francés de origen polaco. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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