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Castillos hinchables junto a vehículos de guerra

Algunos ni siquiera sabían hablar. Otros se trastabillaban con sus cortas piernas y se balanceaban desafiando a la gravedad. No podían subir en los castillos hinchables, pero conseguían dibujos que colorear y recortables. Se celebraba el Día del Niño en el distrito de Tetuán. La calle de Bravo Murillo estuvo cortada durante todo el día para que sus casi tres kilómetros acogieran más de cien actividades.

Los castillos hinchables hacían las delicias de los niños menores de ocho años y mayores de tres, que brincaban descalzos y felices de haber superado el trance de la cola de acceso. Espadas, flores, jirafas y perros hechos con globos de colores, caminaban de la mano de los pequeños hasta que entraban. Las maquilladoras de fantasía no podían dejar las ceras ni un instante: todos los chavales querían que les adornasen la cara.

Otros, mayores, se decidían por los rockódromos hinchables: "a la montaña, a la montaña", decían. "Alonso amenaza con pasar a Hamilton...", chillaba otro, en tono radiofónico, subido en un quad mientras se acercaba a su amigo desde detrás.

Diversas organizaciones, como Cruz Roja, la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) o la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) realizaron actividades para concienciar a los niños de su labor social. Cruz Roja abrió una ambulancia que despertaba curiosidad entre niños y padres. Paco, de 37 años, veía muy de cerca cómo su hija Estefanía jugaba allí con los voluntarios. "Siempre dice que quiere ser médico, y le ha hecho mucha ilusión entrar. A ver si no se le quitan las ganas cuando vea todo lo que tiene que estudiar", comenta mientras mira a la chiquilla.

Tras un circuito de habilidades con neumáticos de coche, barras de equilibrio y túneles de plástico varios vehículos del Ejército de Tierra se imponen en la calzada, frente al cruce con la calle de Castilla. En uno de ellos, una plataforma de lanzamiento. Sobre el todoterreno, un hombre vestido de uniforme explica cómo funciona el arma. Tras la mirilla, un niño de cerca de 10 años.

La policía nacional instaló un par de columpios mecánicos que simulaban motos del cuerpo. Los chavales mayores se disgustaban porque no podían subir. "Eres demasiado grande", explicaba un voluntario. También hubo juegos clásicos, en tamaño gigante, aunque el ajedrez y las damas pasaron una mañana solitaria. Las actuaciones y los payasos eran una seria competencia.

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