Brazos

Imágenes impresionantes: brazos alzados en el Capitolio. Habían pasado más de sesenta años desde la última vez, 1944. Desde entonces, desde que Roma, abandonada por el rey, los fascistas y los nazis, fue declarada città aperta, el saluto romano permaneció vedado en la alcaldía. Ahora ha vuelto triunfando. Brazos alzados, bocinas de taxis, euforia de la vieja Roma negra. Lo contaba ayer Miguel Mora, el corresponsal romano: el nuevo alcalde promete orden, calles limpias y dureza con los inmigrantes. Siempre ha habido en Roma, y en toda Italia, una vaga añoranza mussoliniana. Los trenes puntuales, las autopistas y la eficiencia cuartelaria del ventenio son aún mitos vivos, incubados por sucesivas generaciones de jóvenes que no conocieron a Mussolini y le consideraron un símbolo antisistema.
Gianni Alemanno, el nuevo alcalde, nació en 1958, cuando el fascismo, rebautizado como Movimiento Social Italiano (MSI) y unido a los grupos monárquicos, malvivía como fuerza parlamentaria proscrita. Después de la guerra, Pío XII conminó al democristiano De Gasperi a aliarse con los fascistas para frenar a los comunistas. Rehusó y ganó en solitario, sin fascistas: nunca más fue bien recibido en el Vaticano.
El MSI combinó su pequeña presencia en el Parlamento, atildada y formal, con una feroz brutalidad en la calle. En los setenta, cuando todos los extremismos se exacerbaron, los jóvenes fascistas se reunían, con sus perros y sus porras, en la plaza Euclide del Parioli, el barrio bien de la ciudad. Luego salían a escarmentar a algún comunista o a algún maricón. Alemanno, pequeño y fibroso, era el más célebre. Pegó más que nadie. Resultaba casi un placer, el lunes, saltar de la RAI italiana a TVE y escuchar las inanidades de Zapatero sobre la "desaceleración". Ninguna repregunta, ningún agobio de tiempo: el 59 segundos más visto fue el más decepcionante. Y, sin embargo, fue también balsámico. Mejor el tedio que los brazos alzados. Que han vuelto, aquí al lado.
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