Dar un paso atrás
Una regla de oro del periodismo invita a dar un paso atrás. Y en ocasiones hace falta recordar lo obvio: que cuando se hace una entrevista, el entrevistado es el que cuenta. No se trata de hablarle sino de hacerle hablar. En arquitectura también hay reglas no escritas que, aunque deberían ser inolvidables, a veces hace falta recordar. En una ciudad lo importante son los ciudadanos. Así, muchos de los mejores edificios se relacionan con la ciudad dando un paso atrás, cediendo la primera fila a una plaza pública, como el nuevo CaixaForum madrileño de Herzog&deMeuron. O haciéndose a un lado, inclinándose sutilmente hacia el Nervión sin acaparar toda la fachada fluvial, como la nueva Biblioteca de Deusto que Rafael Moneo construye en Bilbao.
Tradicionalmente, los edificios levantados en las márgenes de los ríos eran como los tipos altos en el cine, o se acomodan en su asiento o no dejan ver al de atrás. La costumbre invitaba a construir en paralelo al cauce. El resultado, además de bloquear las vistas de los vecinos, era que las fachadas delanteras disfrutaban del panorama y las traseras tenían que imaginarlo. Cuando alguien, como Gehry con el Guggenheim, fragmenta su edificio, o como Moneo, con su biblioteca, elige el eje diagonal para mirar al río, no sólo está repartiendo vistas y luz entre los usuarios. También está dejando espacio para que los ciudadanos vean correr el agua.
No lejos de la biblioteca, la criticada Isozaki Atea también sabe hacerse a un lado. Abre una puerta tanto como construye una muralla. Entre las torres, puede verse el puente de Calatrava. O podía verse. Hasta que alguien decidió colocar en medio una escultura de Chillida que tropieza con los ojos de los ciudadanos cuando buscan la otra orilla. La escultura no tiene la culpa, pero alguien, en urbanismo, debería saber que la mejor manera de que te miren no pasa por tapar a los demás.
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