Un torero con sabor
Agustín de Espartinas toma la alternativa el día 1 en su pueblo sevillano y ayer dejó un buen recuerdo en su despedida como novillero de la Maestranza. Su futuro es una incógnita pero, para empezar, tiene planta de torero, y buen corte con los engaños en las manos. Además, tiene ganas y demostró entrega y decisión. No son malas credenciales para quien aspira a lo más alto. Recibió a sus dos novillos de rodillas en la puerta de chiqueros con sendas largas cambiadas, suerte que volvió a repetir en la raya del tercio. Recuperada la posición, veroniqueó primorosamente a su primero y cerró la tanda con una media garbosa rodilla en tierra.
Tuvo la suerte de que le tocara el bombón de la tarde, el cuarto, tan noble como justo de fuerza y codicia, al que muleteó por ambas manos con gracia, con elegancia y estilo, con muletazos largos, ligando las tandas, despacio, con hondura. Algún derechazo y, sobre todo, varios naturales resultaron exquisitos. Sólo pudo demostrar voluntad ante su primero, un animal manso, descastado, violento y áspero.
Agustín de Espartinas, que cortó una oreja, fue el único triunfador. Hubo un perdedor antes del comienzo: el ganadero. Tiene delito que después de llevar dos meses anunciado en los carteles fuera incapaz de reunir seis ejemplares (le devolvieron cuatro en el reconocimiento). Y otro perdedor: la empresa. En la primera novillada ya incluyó dos ejemplares del Conde de la Maza. Esta ganadería ha demostrado mil veces que no tiene categoría para esta plaza, pero, año tras año, los únicos empecinados en tamaño error son los dos empresarios de la Maestranza. ¿Por qué?
Fernando del Toro y Abel Valls son dos jóvenes valientes, con más oficio el primero, que se sobrepusieron a las dificultades de sus oponentes, pero fueron víctimas del festejo.
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