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Columna
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A Esperanza no le apetece

No le apetece. Esperanza Aguirre, separada por una vez del estribillo pegadizo de su media sonrisa, pasea por el borde de la piscina municipal con las manos enlazadas a la espalda, meditando sobre el futuro mientras sus colaboradores y partidarios la jalean para que cambie de lado, se vaya a lo profundo y se tire al agua honda y hoy día agitada de la política nacional, pero ella les contesta que no sabe y que es que; y que, para ser sincera, en realidad no le apetece. "Tengo muchas presiones. Me lo pide mucha gente. Amigos, militantes, empresarios, periodistas... Si os digo la verdad, a mí no me apetece nada". Aunque en ese punto, la media sonrisa vuelve a aparecer y añade: "Pero en la vida no siempre he hecho lo que me apetecía". Al escuchar esas declaraciones, Juan Urbano se dijo: "Ya, ya, el problema es qué amigos, qué empresarios y, sobre todo, qué periodistas. Porque como sean los que todos nos imaginamos, apaga y vámonos, porque estamos listos...".

Que se tire, que se tire, le gritan todos los que sueñan que les salpique el agua y así llevarse algo

Pero, en cualquier caso, a ella, que es quien tiene la última palabra, en principio, eso: que no le apetece. O más bien será que no le salen las cuentas o que, según dicen los analistas, no le apoyan los barones del partido, hay que ver, quién sería el que se inventó esa estupidez de los barones, como si la política fuese una historia de castillos y caballeros con espada. Pero sean quienes sean y se les llame como se les llame, debe de ser que no están con ella, porque quién se cree que vaya a renunciar por sí misma al poder una persona de su ambición. Por cierto, y aunque les extrañe a sus rivales, una ambición tan legítima como la de cualquiera que pretende llegar a lo más alto en su trabajo. "La ambición rubia", se llamaba a sí misma la cantante Madonna, y a Juan Urbano le pareció que ése también era un buen alias para Esperanza, que si quiere el bastón de mando tendrá que hacer como la otra, salir de gira por provincias a cantar su canción y a intentar que el público la baile. Se le vino a la cabeza una de los Chichos, los Chunguitos o quién sabe de quiénes, que decía entre las palmas algo así como: "Yo quiero ser / ¡ay! ingeniero de Caminos y Campos, / quitarle los dineros a los que tienen tanto / y dárselo a los pobres que no tienen naiiiiiiiiii...". Aunque, no, pensándolo bien, no parecía que ése pudiera ser el mensaje de Esperanza.

Que se tire, que se tire, le gritan todos los que sueñan que les salpique el agua y así llevarse algo, pero ella duda, mete la punta de un pie y le parece que está fría. Y, además, seguro que en estos momentos hasta ella, que es la seguridad hecha mujer, está algo confusa, después de pasar en un suspiro del aparato a la oposición; de pegar gallardones a recibirlos; de Mariano ra, ra, ra a alternativa de poder en el Partido Popular... Y mientras, se lo dice un consejero: "Vamos, vamos, sin miedo, que un congreso de 3.000 personas no se puede controlar", mete prisa un consejero. "Ánimo", remata un vicepresidente, que "en cuanto haya dos candidaturas, algunos barones se decantarán por ti". Y Esperanza, mientras toma un café con ellos, dice que hay que hacer algo: "Tenemos a la militancia muy enfadada. Estamos perdiendo votos a chorros. No podemos dar la imagen de partido anquilosado, que pierde las elecciones y se dedica a aplaudirse. Nuestra gente ha pasado cuatro años muy movilizada porque creía que la derrota era culpa del 11-M. Tenemos que dar una imagen ilusionante. El congreso debe ser un revulsivo". Y ellos le respondieron: "O sea, tú. Y no te quepa duda: si logramos los 600 avales obligatorios para presentarse, ganas seguro".

Pero ella dice que no lo ve claro y que no le apetece. Lo cual a Juan Urbano le produce una sensación que ya ha tenido otras veces, que es que la política regional o municipal no es para quienes la gobiernan más que un trampolín, una academia de mando, un modesto escalón que lleva al piso de arriba, casi una disculpa o trámite molesto por el que deben pasar los aspirantes al verdadero poder, que no está en la Puerta del Sol, sino en el palacio de La Moncloa. "Bueno, pues qué le vamos a hacer", se dijo Juan Urbano, mientras cerraba el periódico y tarareaba con ritmo cubano: "Esperanza, Esperanza, si quieres ganar la carrera te vas a tener que mojar". Pobre política regional o municipal, qué poco cubren tus aguas, tan tristes como las de una piscina de entrenamiento.

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