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Entrevista:EXTRA | Festival de Málaga

Vida de una cómica

Luz Sánchez-Mellado

Lleva más de medio siglo en escena. Ha bailado, cantado, ha actuado en cine, teatro, televisión. Sin prejuicios, con pasión. Se ha mojado en todos los charcos profesionales, políticos, personales. Ha caído y se ha levantado. Ahora el Festival de Cine Español de Málaga reconoce toda su carrera. Pero la jubilación tendrá que esperar. "Necesito trabajar. Si no me llaman del cine, haré teatro. Sé que vendrán a verme".

"Me emocionó muchísimo Javier Bardem en los Oscar. Su defensa de la dignidad del oficio de cómico me llegó al alma. Todos los actores españoles deberíamos darle las gracias. Y luego ver a Pilar, su madre, sentada con Jack Nicholson..., qué gustazo, me pasé la noche llorando. Yo es que lloro mucho. Vengo de hacerme un chequeo, y estoy anémica, estresada, fatal. Llevo cuatro años tremendos, hija mía, pero quiero decirte que soy casi feliz, y muy fuerte, y que me gusto, y que no necesito nada más". Llega y canta de plano. No hace falta preguntar, ella sola se abre en canal. Es legendaria la sinceridad suicida que exhibe en las entrevistas -"para mí la prensa ha sido como la visita al psiquiatra"- y ésta no iba a ser menos: "faltaría más".

"Algunos directores jóvenes no se fían de mí. Se creen que porque llevo toda la vida en esto voy a leerles la cartilla, y no"
"Eché de menos que los compañeros de profesión no hicieran un escrito de apoyo cuando algunos políticos nos insultaron"

Si a partir de cierta edad cada uno tiene el aspecto que se merece, Concha Velasco se ha debido de ganar a pulso el rostro que luce a los 68 años. No es de extrañar que su nombre sea el más citado cuando se les pregunta a las españolas de más de 50 años por su ideal de belleza. Todo sigue en su sitio en la cara de la que fuera novia de España durante los años sesenta y setenta del siglo pasado. La sonrisa luminosa, el lunar en la mejilla y los ojos echando chispas son los de la chica yeyé, la resuelta mocita de La verbena de La Paloma. La voz profunda y la risa desbocada, las de la actriz que revolucionó los teatros con Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? Los rasgos marcados y el aura intensa, los de la aristócrata de su oficio en clásicos como Tormento, Pim, pam, pum... ¡fuego! y París-Tombuctú. Esta mirada que te engancha y no te suelta es -algo más triste y cansada- la de la diva que lleva medio siglo comiéndose vivas las cámaras.

La última, la que la retrata para esta entrevista. "¿Qué quieres? ¿Lado, frente, mirada? Tú dime, que yo hago", le espeta al fotógrafo. De profesional a profesional. Nadie mejor que ella conoce sus puntos fuertes. Ni los débiles. Después de unos años de perfil bajo -su traumático divorcio del productor Paco Marsó ha trascendido más que sus discretos papeles en cine, teatro y televisión- Concha Velasco vuelve a ser noticia por su trabajo. El Premio del Festival de Málaga a toda su carrera cinematográfica, el TP de Oro por su papel de matriarca en la teleserie Herederos y, "¿por qué no decirlo?, la victoria socialista en las elecciones", le han devuelto la ilusión.

"Estos últimos años están siendo muy complicados", confiesa. "No sólo es que no haya papeles para mujeres de mi edad, porque aquí, una vez que ya has hecho de señora mayor con amante joven, parece que ya no queda nada por hacer. Es que, además, no sé muy bien cuándo, ni cómo ni por qué, pero ha cambiado la forma de trabajar. Noto que algunos directores jóvenes no se fían de mí. Se creen que porque llevo toda la vida en esto voy a leerles la cartilla, y no, yo lo que quiero es que me dirijan, no que me digan cómo tengo que trabajar. Les respeto, pero también pido que me respeten a mí, que me dejen inventarme mi forma de abordar el personaje. Porque otra cosa no, pero yo soy una actriz".

Lo dice sin pizca de ironía ni falsa modestia. Ni falta que le hace. Concha Velasco es, probablemente, la artista más querida y popular del país. Acredita una de las carreras más largas, eclécticas y originales de la escena española. Ha intervenido en más de setenta películas, ha interpretado y producido más de veinte funciones teatrales y ha ejercido de comunicadora de masas en otros tantos programas de televisión desde que debutara en el cine a los 15 años en La reina mora, un vodevil con copla a discreción que hizo furor allá por 1954.

Para entonces, Concepción Velasco Varona, hija de un militar franquista y de una maestra republicana, estudiaba ballet a salto de mata en el Conservatorio de Madrid. En casa no sobraba el dinero y la niña tenía que trabajar. Fue bailarina en la Ópera de La Coruña, bailaora en la compañía de Manolo Caracol, vicetiple en la de Celia Gámez, pero semejante fotogenia y desparpajo no pasaron inadvertidos para los ojeadores de la raquítica industria cinematográfica del tardofranquismo, ávidos por renovar el apolillado catálogo de estrellas patrias. En el cine "se aprendía mucho, era divertido y pagaban muy bien", así que la aprendiz de cisne empalmó una película con otra -"sin dejar mis ocho horas diarias de barra"- hasta que el éxito de Las chicas de la Cruz Roja, una de aquella comedias blancas tan del gusto de la época, le hizo arrinconar el tutú. Aún no había cumplido 20 años.

Comenzaba así una carrera meteórica e inclasificable. Entre 1960 y 1975, Velasco rodó una, dos y hasta tres películas por año. Son míticas sus sagas con Manolo Escobar o Toni Leblanc dirigidas por maestros del cine de consumo como José Luis Sáenz de Heredia, Pedro Lazaga o Mariano Ozores. "Ahora que se habla tanto del landismo, yo reivindico el velasquismo. Qué difícil y qué estupendo es haber hecho ese cine. Algunas de esas películas son magníficas, como Juicio de faldas. Ya lo decía Sáenz de Heredia: un juicio no falla nunca. Y ese Manolo Escobar, qué voz, qué galán, qué tío". Pero es que al mismo tiempo, la chica modosita de las películas se codeaba con la crema de la intelectualidad escénica en sorda lucha contra el régimen franquista. La novia de España salía con todos y no se casaba con nadie.

"He hecho de todo, nunca he tenido prejuicios. Iba de oyente al TEI, y Miguel Narros, José Carlos Plaza o Margarita Lozano se reían de mí por hacer El día de los enamorados, que les parecía lo peor. Mis compañeras de teatro, que eran muy maripilis, decían que me iba a prostituir por hacer tele o presentar el Festival de Benidorm. Pues, hija, bendita prostitución. He trabajado con profesionales de no te menees: productores, directores, actores, técnicos. He hecho películas estupendas y otras no tanto, pero todas me han servido para aprender, para ser conocida, para cambiar de personaje y, también, seamos francos, para vivir. Siempre he tenido claro que tenía que ganar dinero, y cada vez más, porque yo como de esto".

Esa concepción pragmática de la profesión y su extraordinaria capacidad de trabajo la llevaron a meterse a empresaria teatral a los 23 años. Con las ganancias del cine, producía funciones. "Si no me ofrecían los proyectos que quería, los hacía yo". Las que tienen que servir, montada en cooperativa con Gracita Morales y Manolo Gómez Bur, fue, en 1962, el primero de una serie de éxitos que cimentó su reputación de llena-teatros. "La crítica nos daba unos palos tremendos, pero la gente venía aunque cayeran chuzos de punta".

También en escena, la Velasco ha jugado siempre a todas las bandas. Lo mismo producía y protagonizaba El alma se serena, con Alfredo Landa, que se dejaba contratar por Alberto Closas para El cumpleaños de la tortuga -"uno de mis grandes éxitos: tenía que bailar, y como la gente no sabía que era bailarina, alucinaba preguntándose de dónde había salido esa tía"-, que representaba Don Juan Tenorio en el Teatro Español o se metía en la piel de una abadesa enamorada en Abelardo y Eloísa, una obra "en la que salíamos a amenaza de bomba diaria, fíjate cómo era la cosa en 1973". Teatro clásico y contemporáneo. Comercial y de compromiso. Popular y elitista. Hasta que, en 1981, llegó la síntesis perfecta.

Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, una comedia de Adolfo Marsillach, rompió los rígidos esquemas escénicos de la época. Resultaba que calidad y comercialidad, referidas al teatro, podían ir de la mano. "Ensayamos sólo 20 días. Todo era perfecto: el texto de Adolfo, la admiración que nos teníamos Pepe Sacristán y yo, que era salir a ver quién lo hacía mejor. La crítica nos masacró: que si era café teatro, que si era una obrita floja y oportuna. Pues mira, hace casi 30 años que se estrenó y aún se repone. Y cualquiera que quiera contar una determinada parte de la historia de España, ahí tiene material de primera. Muy comprometido además, ¿eh?, que el 23-F, a pesar de las presiones, Pepe y yo no suspendimos. Acojonados, no te vayas a creer, pero ahí nos tenías a los dos en el Teatro de la Comedia".

Esa noche, la Velasco ya no era Conchita sino Concha. Su participación estelar en la huelga de actores de 1974 se había llevado el diminutivo de cuajo. "No teníamos día de descanso en el teatro, y lo conseguimos. Fue la primera huelga total en España, y la hicimos los cómicos. Ahí sí que estábamos unidos. Y no como ahora. He echado de menos que los compañeros de profesión no hayan hecho un escrito de apoyo cuando algunos políticos nos han insultado acusándonos de vivir del Estado. Nunca había notado esta inquina personal hacia los que nos mojamos políticamente. Entonces había más solidaridad, más sentimiento de gremio".

Con la llegada de la democracia, una Concha Velasco espléndida en su madurez alcanza su esplendor en el cine, el teatro y la televisión. Salvo alguna represalia puntual a su cada vez más explícito compromiso político -"Vicente Patuel, un exhibidor, me vetó en sus cines"-, la antigua chica yeyé se convierte en uno de los iconos de la Transición y de los Gobiernos socialistas. Tormento y Pim, pam, pum... ¡fuego!, de Pedro Olea, o La colmena, de Mario Camus, son películas que muestran a una Velasco en plenitud física y profesional que, a la vez, producía taquillazos teatrales del calibre de Carmen, Carmen, Filomena Marturano o Mamá, quiero ser artista, y deslumbraba transmutada para la televisión en la doliente Teresa de Jesús de Josefina Molina. Las fronteras entre medios y géneros no iban con ella.

"Soy una actriz genérica. De tripas, como dice Berlanga, y de métodos, que para eso me los he estudiado todos", se explica, "pero si algo he conseguido en esta profesión es no dejarme encasillar. Puedo presumir de haber pasado de lo cómico a lo dramático, a lo social y a lo trascendental, y el público siempre ha visto el personaje, no a la persona. Fíjate: llevo 30 años representando Filomena Marturano. Se supone que el personaje tiene 52 años. Pues antes me ponía años encima, y ahora me los quito. Lo importante es que el público se lo cree porque no ve a Concha sino a Filomena. De eso se trata".

El cine, sin embargo, sí le ha cobrado el peaje de la edad. "Después de París-Tombuctú, de Berlanga, y de Más allá del jardín, de Pedro Olea, que fueron mis últimos papeles protagonistas, nada ha sido igual. He hecho roles más pequeños, pero me está costando mucho. No es lo mismo tener 50 años que más de 60. Pero yo, hija, no me puedo retirar, tengo que seguir trabajando. Tengo firmados 26 capítulos de la serie Herederos, pero no me fío. Hace dos años me levantaron un programa de televisión y me enteré en la peluquería. Por eso estoy leyendo funciones y libretos. Si no me llaman del cine, haré teatro, allí sé que puedo trabajar, y que vendrán a verme. No me van a fallar".

Ahora la Velasco ha decidido dejarse querer. Va al Festival de Málaga con la ilusión de una adolescente. "No me arrepiento de nada, y sólo aspiro a seguir trabajando con dignidad. Como Núria Espert, como Shirley MacLaine, como Norma Aleandro, que yo también tengo mis modelos". En su discurso de agradecimiento quedará implícito un ruego a los cineastas: "A ver si me dan papeles en el cine y me da tiempo a ganar un Goya de los normalitos antes de que me endosen el honorífico". -

La actriz Concha Velasco, fotografiada el pasado mes de febrero.
La actriz Concha Velasco, fotografiada el pasado mes de febrero.Álvaro García
Concha Velasco.
Concha Velasco.Á. García

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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