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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oportuno

Con el endurecimiento de la Conferencia Episcopal tras la reciente elección del cardenal Antonio Rouco Varela y con los nuevos pecados sociales que se añaden a la lista de los pecados capitales, volver a El Gran Inquisidor, el capítulo quinto del quinto libro de Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski, resulta, cuando menos, oportuno.

Moisès Maicas ha puesto en escena el capítulo más trascendental del clásico ruso descontextualizándolo de la extensa obra a la que pertenece y transformando lo que se presenta como un poema escrito por el segundo de los hermanos, Iván, en una especie de cara a cara entre la figura del cardenal inquisidor y Jesucristo.

Estamos en la Sevilla del siglo XVI, en plena Inquisición, "cuando para gloria de Dios ardían diariamente las hogueras y en espléndidos autos de fe quemaban a los malos herejes". Jesús ha aparecido ante el pueblo "con el deseo de visitar a sus hijos" y, después de haber resucitado a una niñita en pleno cortejo fúnebre, ha sido apresado por el Gran Inquisidor. Éste, interpretado por Josep Minguell, da así inicio a un monólogo de una hora de duración en el que pronto adopta la primera persona para sermonear a Jesús por su visita.

EL GRAN INQUISIDOR

De Fiódor Dostoievski. Traducción: Nina Avrova, Anna Soler Horta. Adaptación: Josep Minguell, Moisès Maicas. Dirección: Moisès Maicas. Intérpretes: Josep Minguell, Laia de Mendoza. Vestuario y espacio escénico: Nina Pawlowsky. Iluminación: Pep Gàmiz. Espai Brossa. Barcelona, 12 de marzo.

Laia de Mendoza da su lisa melena y su anguloso perfil, que no su voz, a la figura de Jesús y aguanta imperturbable los argumentos de los que el cardenal se sirve para afirmar que lo único que él, como hijo de Dios, consiguió con lo del libre albedrío fue sumir a la humanidad en la confusión y el tormento. "Todo fue trasmitido por ti al Papa, ahora todo está en su poder, así es que no nos molestes".

A lo largo de su monólogo el cardenal no para de increpar a Jesús, llegando incluso a amenazarle con la hoguera. El montaje de Maicas, sobrio y fiel al texto, permite a Jesús que éste realice un único gesto al final con el que no sólo justifica su presencia en escena, sino que sirve de irónica respuesta a la arenga del inquisidor desde su mutismo. Poco más se puede añadir sobre la simbólica interpretación de la actriz Laia de Mendoza. Y es que obviamente el peso de esta puesta en escena recae en Minguell, que sabe dar a las palabras del representante de la Iglesia la distancia y el énfasis propios del poder. Un montaje oportuno.

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