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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Disfrutando como un pirata

Manuel Rodríguez Rivero

Los ingleses, históricamente expertos en asuntos de piratería, emplean el término marooned para designar al que es abandonado a su suerte en un lugar inhóspito o desierto, preferentemente una isla. Los diccionarios etimológicos hacen derivar la palabra del español cimarrón ("silvestre, indómito, montaraz", según el Diccionario de Autoridades de 1726) o del francés marron, dos términos con los que se designaba a los esclavos (generalmente negros) que huían del látigo colonizador de sus amos (generalmente blancos) para vivir en libertad. Un célebre marooned fue Alexander Selkirk, que sobrevivió cuatro años en una isla desierta y en quien se inspiró Daniel Defoe para su Robinson Crusoe (1719). Pero mi marooned favorito es, sin duda, Ben Gunn, el pirata a quien el capitán Flint abandonó en la Isla del Tesoro (1883), donde permaneció durante tres años, y que ocultó el cofre que buscaban a su vez sus antiguos socios, y el caballero Trelawney, el doctor Livesey, Jim Hawkins y todos los que se juntan en la isla. Todo lo dicho hasta ahora sólo me sirve para explicar que estas últimas vacaciones me he sentido como Ben Gunn, pero con libros. Mientras la ciudad se vaciaba en tromba, yo me construía en casa una especie de locus amoenus provisto de abundante literatura, algunas películas clásicas (por ejemplo, Sólo el cielo lo sabe, de Douglas Sirk), música sacra y de John Coltrane (que viene a ser lo mismo), y abundancia de lo que Luis Suñén llama "munición de boca" (incluido mi consabido Johnnie Walker). Entre los libros que me han acompañado mientras otros se agobiaban en destinos masificados y yo permanecía, como reza el título del estupendo poemario de Billy Collins, Navegando a solas por la habitación (DVD ediciones), selecciono tres autobiografías españolas que he hojeado con dedicación e interés. Vida de este capitán, de Alonso de Contreras (Reino de Redonda), sigue siendo, como indica Ortega y Gasset en su prólogo (también incluye otro de Pérez-Reverte), "una narración inverosímil a la cual acontece la gracia de ser la pura verdad". Las Memorias (Polifemo), de Juan Van Halen (1788-1864), reúne los escritos autobiográficos del que puede ser considerado paradigma de los conspiradores y aventureros decimonónicos. Por último, las Memorias de Godoy, que ha publicado La Esfera de los Libros en edición abreviada (936 páginas) de Enrique Rúspoli, permite seguir el pensamiento y los sentimientos de aquel antiguo guardia de corps que llegó a ser máximo responsable de la política española en los años convulsos de la Europa revolucionaria, y de cuyo poder se hacían lenguas los embajadores extranjeros. Además de leer, me dio tiempo a pasear por unas calles semivacías en las que, insólitamente, uno podía escuchar el sonido de sus propios pasos.

He hojeado tres autobiografías con dedicación: 'Vida de este capitán', de A. de Contreras, y las memorias de Van Halen y Godoy

Priapismos

Con cierto patetismo no exento de ironía sobrevenida, mi servidor de internet me informa de un "posible spam" en un email que me remite una tal Wendy Stupha (sic: lo juro) y cuya línea de "asunto" me pregunta con impertinencia ofimática: Do you Want to Enlarge your Penis? Lo bueno es que recibo el correo -confirmando que el azar forma parte consustancial de la estructura de lo cotidiano, como creía André Breton- justo cuando acabo de leer en la Historia de la fealdad, a cargo de Umberto Eco (Lumen), las páginas dedicadas a Príapo, una divinidad menor que concita por igual sentimientos de comicidad, aprensión y quizás, y más subrepticiamente, envidia falocrática. Rechazado por Afrodita (probablemente una madre "no suficientemente buena" en la terminología de Winnicott), a la que incomodaba que el único (y paradójicamente eterno) "objeto transicional" de su despreciado hijo fuera aquella leñosa verga que nunca adquiría posición de descanso, Príapo fue un personaje triste y sujeto a la befa y el escarnio de poetas y satíricos que, estoy seguro, más de una vez lo invocaron antes de sus encuentros eróticos, con la misma esperanza que, en nuestros días, mis laicizados y añosos contemporáneos recurren al sildenafil o al más duradero Cialis para resolver sus disfunciones eréctiles. Y es que, como afirma la pintora Valentine de Saint-Paul (1875-1953) en el "manifiesto futurista de la lujuria" que puede leerse en la estupenda muestra Amazonas (Fundación Mapfre, Madrid), "la lujuria es la búsqueda carnal de lo Desconocido". En esas sigo, mientras el cuerpo aguante.

Conejo

Además de Max, a quien he seguido desde la gloriosa época de la "línea chunga" de El Víbora (¿recuerdan las historias del justiciero Gustavo? ¿y a Peter Pank?) y con el que llevo tres meses de perfecto matrimonio en esta misma página sin discutir ni una sola vez, otro de mis dibujantes favoritos es Liniers (Ricardo Liniers Siri, Buenos Aires, 1973), a quien algunos de mis improbables lectores recodarán, entre otras cosas, por las tiras que ha publicado en EL PAÍS. Si no lo conocen o, sencillamente, no lo recuerdan (lo que se me hace difícil) pueden consultar su página www.porliniers.com (ya verán qué bien se lo monta, el tío). Dos de sus libros, Macanudo I y II, han sido publicados por Reservoir Books, un sello de Mondadori dedicado a lo que ellos llaman "tendencias" y en el que publican cosas que suelen agradar a los cronopios jóvenes (y a algún fama). De esos dos álbumes recuerdo sobre todo a un personaje-aceituna siempre temeroso de que alguien pase por allí y se lo coma, y que, por alguna razón, desde el principio he identificado con el pequeño librero. El último libro de Liniers es una crónica de viajes en forma de historieta. Los anglófonos han acuñado hace tiempo el término travelogue para designar aquellos libros de viaje que pueden ser considerados, más que guías informativas, pura literatura de un género a caballo entre la narración y el ensayo autobiográfico y antropológico, como han hecho, por ejemplo, Paul Theroux, Eric Newby, Bruce Chatwin, Ryszard Kapuscinski y una multitud de viajeros cultos desde Pausanias hasta Javier Reverte. Un ejemplo célebre de travelogue hispano sería, por citar un solo ejemplo, el Viaje a la Alcarria (1948) del señor Cela (¿lo recuerdan?: le dieron el Premio Nobel). Hoy, con el medio ambiente tan chungo y las amplias masas volando low-cost del uno al otro confín, el mejor viaje está en los libros, como comprobará quien haya ido, por ejemplo, a Roma o Praga cualquier fin de semana. Bueno, pues el último libro de Liniers es, en realidad, un comic-travelogue de sus viajes y, de paso, un homenaje a los amigos que ha ido encontrando por ahí. Como no podía ser menos, está narrado en primera persona. Y, como Liniers es en realidad un conejo, se ha dibujado como tal: por eso el libro se llama Conejo de viaje (Reservoir Books). -

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