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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Tomás Lozano, embajador altruista, honesto y noble

Tras la jubilación se dedicó a la defensa de los pueblos indígenas

El embajador Tomás Lozano Escribano, de 81 años, falleció el pasado domingo como consecuencia de un derrame cerebral que le había sobrevenido en el último mes de octubre. Para mí fue don Tomás -una mezcla de amigo y padre- desde que le conocí en la embajada de España en Ciudad de Panamá, poco antes de la invasión norteamericana, en la Navidad de 1989.

Tras el asesinato del fotógrafo de este periódico Juantxu Rodríguez por los marines estadounidenses, el embajador Lozano me dio refugio en la Embajada y me dio algo más: su afecto y el de su familia, que consolaron mi alma rota. Hoy la rompe de nuevo su pérdida porque, aunque longevo, don Tomás pertenecía a la estirpe de los imprescindibles, y era tan querido y en tan distintas plazas que inevitablemente una parte de nosotros va a ir cuesta abajo sin la certeza de su presencia.

Humanista, valiente, justo, su dedicación a la causa indígena -contribuyó activamente al desarrollo del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FI)- no tenía nada de superficial ni de protocolaria. Y la batalla por la dignidad de esos pueblos no resultó ni resulta fácil. Él luchó hasta el final, desde la altura de su sabiduría y la profundidad de su afecto, aun sabiendo lo escarpado del camino a recorrer.

Diplomático, consejero de los Pueblos Indígenas, profesor de Universidad, padre de familia. Era recto y transmitía honestidad. Tenía un sentido muy profundo del deber, y una especial dulzura en el carácter, mezclada con la agudeza del buen conocedor de gentes y la picardía del hombre que sabía gozar de las alegrías sin turbulencias de la vida. Se jubiló pronto, a los 60 años, pero no se retiró. Inició una nueva etapa, adicto a la cooperación, entusiasta de la creación y consolidación del FI.

Homenajes y condecoraciones caldearon su pecho, recibidas a este lado pero también en aquellos países que amaba: mereció la Gran Cruz de Isabel la Católica -se la dieron en julio pasado- por su noble labor de defensa y reconocimiento de los pueblos indígenas, y ya tenía la Condecoración del Quinto Sol, el máximo honor que el FI otorga.

El honor más alto que le adornaba, sin embargo, era su propia honestidad, su altruismo, su fidelidad a la vocación iberoamericanista que, confesaba, sintió desde su juventud, desde sus años universitarios en la Facultad de Derecho de la Complutense, ya marcado por los temas de Derecho Internacional e Iberoamérica.

Durante aquellos tormentosos días de la invasión estadounidense de Panamá -preludio de tantos otros similares-, el embajador Lozano, don Tomás, infundió serenidad y actuó como siempre, con la firmeza de lo que era, un hombre bueno y justo.

Tomás Lozano Escribano.
Tomás Lozano Escribano.

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