El 'blues' de Koeman
Abandonado y solo, el técnico holandés sabe que llegar a la final es su única salvación
Cinco meses después de su llegada a Mestalla envuelto en la aureola del fútbol total, como lo presentó el director deportivo valencianista, Miguel Ángel Ruiz, Ronald Koeman se ha quedado solo. El penúltimo en darle la espalda fue Villa, el jugador al que más mimó tratando de recuperarlo a costa de Zigic. "No me interesa", respondió Villa sobre la posibilidad de que destituyeran al técnico holandés si no alcanza hoy la final de Copa. Amigo íntimo de Albelda, el delantero asturiano se la tenía jurada desde que el entrenador apartó al ex capitán del equipo en diciembre. Aunque no es la única razón. Koeman ha perdido el respeto del vestuario. Tampoco ha sabido ganárselo. En vez de buscar el apoyo de los jugadores, trepó al caballo ganador del máximo accionista, Juan Soler, que ahora pretende vender sus acciones, agobiado por las deudas de la entidad. El nuevo presidente, Agustín Morera, no se siente obligado a mantener al entrenador como lo estaba Soler, que abandonó la presidencia la semana pasada. Entre hoy y el domingo ante el Madrid en el Bernabéu, Koeman se juega los dos años y medio blindados que le quedan de contrato.
Tan implacable con Quique Flores, Mestalla ha sido generoso con Koeman, contratado para rescatar al Valencia del resultadismo de su antecesor. A pesar de que ayer, al concluir el entrenamiento, el holandés fue increpado por un puñado de exaltados. El campo estará lleno. Muchos aficionados han postergado sus vacaciones de Semana Santa. Y el técnico recuerda el partido de la ida en el Camp Nou, con un Valencia ordenado y solidario, como la mejor manera de aprovechar la última bala de la temporada.
Cuando llegó a Mestalla, el holandés, de 45 años, se trazó dos objetivos: rejuvenecer el equipo y hacerlo más vistoso. Y, bien, el Valencia ha perdido años, sobre todo por la refrescante entrada de Mata, Maduro y Banega, pero lo que ha ganado en juventud lo ha perdido en oficio. Respecto al juego, no hay discusión: ha ido a peor. Cuando se le pregunta a los futbolistas qué es lo que destacarían de Koeman, los más agradecidos responden: "Que le gusta entrenar más con el balón". Ahí terminan los elogios. No ha sido un gran motivador puesto que, según advirtió, "a jugadores de este nivel ya no hace falta motivarles".
El club tampoco le ha ayudado en nada. Cuando el 18 de diciembre pasado, creyó complacer al dueño comunicándole que ya no iba a contar más con Albelda, Angulo y Cañizares, le pidió a cambio a Soler que les buscara una salida a los jugadores para no tener que verles la cara todos los días. Pero ahí siguen los tres, entrenándose cada mañana, sin que el entrenador les dirija la palabra, con todo el mal ambiente que humea en el vestuario.
Koeman está solo y sólo le queda un golpe de efecto hoy en Mestalla para remediarlo. Un golazo como el que él le dio al Barça en Wembley aquella noche inolvidable de 1992. Ahora en la portería azulgrana.
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