El productor es la estrella
20 de febrero de 2008, ceremonia de los Brit Awards en Londres. Para la categoría de mejor artista masculino están nominados Mika (la revelación del año), Jamie T y el respetadísimo Richard Hawley. Pero es Mark Ronson, con su disco Version bajo el brazo, quien se lleva el gato al agua. Nada descabellado dado el gran nivel del álbum, el innegable encanto de Ronson y el grado de exposición que ha mantenido durante todo el año gracias a su estrecha colaboración con la omnipresente Amy Winehouse. Pero, en realidad, ese día se premió a un solista que no canta por un disco que no contiene ni una sola canción compuesta por él. Ronson es el responsable de los arreglos, la producción y el sonido del disco, pero ya no se oculta tras los diminutos créditos sino que recibe todo el reconocimiento. ¿Qué está ocurriendo?
"Artistas como Madonna y Björk usan a sus colaboradores en beneficio propio y a cambio les aportan reputación" (Carlos Jean)
"Un productor es alguien con una visión que marca la diferencia. Recoge una idea musical y hace que cobre vida" (Fab Ortiz)
"Es bueno que los creadores de las canciones sean reconocidos. Pero es gracioso que asomen la cabeza en los 'videoclips" (Greg Kurstin)
Resulta sorprendente, pero no impredecible. Hace años que la industria del pop, dominada de forma casi tiránica por el r'n'b, mantiene una total dependencia del estado de forma de pequeños genios de estudio que venden su producto al mejor postor. En la era de las descargas, en la que el hit instantáneo ha adquirido una importancia mucho mayor que cualquier otra consideración artística a la hora de conseguir reembolsar el dinero invertido en un artista (¿a alguien le habría importado que Umbrella no fuese interpretada por Rihanna?), estos efectivos proveedores han conseguido un estatus y una visibilidad sin precedentes. Además de casos extremos como Timbaland, el superproductor por antonomasia, responsable de los últimos trabajos de Justin Timberlake y Nelly Furtado y de un buen puñado de hits que definirán esta década en el futuro (y en cuyo videoclip casi siempre aparece, acompañando al artista titular), existen decenas de ejemplos menos evidentes pero igual de reveladores. Una banda indie fundamental, Franz Ferdinand, ha decidido confiar el acabado de su próximo álbum a Xenomania, compañía independiente de producción que es artífice, entre otros logros, de Believe, de Cher, o del sonido de la girl band británica Girls Aloud. En algunos casos, estos nombres ya se utilizan como reclamo ante un nuevo lanzamiento de una estrella en decadencia. En los últimos álbumes de Seal y Janet Jackson, por ejemplo, la identidad de los productores del disco (Stuart Price en el primer caso, y una retahíla de nombres, en el segundo) aparece impresa en una pegatina en portada casi del mismo tamaño que la de los títulos de sus sencillos.
Por supuesto, desde que el pop es pop han existido productores brillantes y artistas que se han aprovechado de ello. "Por ejemplo, Quincy Jones", declara por teléfono Carlos Jean, productor de Miguel Bosé o Bebe e integrante a su vez del dúo Nawjajean. "Artistas como Madonna o Björk siempre han utilizado a sus colaboradores en beneficio propio. A cambio, les han aportado reputación y les han ayudado a concretar su sonido". Para él, la única diferencia con la actualidad estriba en "la cantidad de información. Cuando antes se hablaba de The Beatles, se hablaba de sus canciones. Ahora cualquiera puede saber absolutamente todo sobre Coldplay usando Internet. Los productores tienen el mismo papel, pero la difusión es distinta". Para Ibon Errazkin, ex componente de Le Mans y productor, "la labor de estudio nunca había sido tan importante como hasta ahora". Una importancia que radica en el hecho de que hoy existe poca diferencia entre el sonido de un disco y el de esa misma banda en directo. "La música que escuchamos hoy en día es casi siempre una creación de estudio, algo totalmente artificial aunque no necesariamente malo, de ahí la gran importancia del productor". En lo que sí coinciden ambos es a la hora de minimizar el poder de seducción que puede generar el nombre de uno de estos ingenieros de sonido ante el gran público. "Yo creo que la gente no se fija en esas cosas", opina Errazkin. "Quizá por eso muchos productores de éxito acaban grabando sus propios discos, para alimentar cierta necesidad de protagonismo". La subjetividad de un análisis como éste alcanza su máximo cuando se empiezan a discutir conceptos de base. Porque, ¿qué es un productor? Existen multitud de perfiles distintos dentro del mismo concepto. En unos casos se encargan de pulir el sonido, dotando a canciones ya finalizadas de su cotizado estilo personal. En otros, actúan simplemente como arreglistas para dar a la composición un acabado y darle posibilidades de competir en la radiofórmula. Si tienen la suficiente reputación, consiguen un control total del producto final. "Es un concepto un poco vago", apunta Errazkin. "También hay algunos que se limitan a poner el dinero, o incluso hay casos como el de Rick Rubin [productor responsable, entre otros hitos, de que Johnny Cash abordara clásicos de Depeche Mode o Nine Inch Nails], que al parecer es una especie de asesor espiritual y apenas se pasa por el estudio". Más románticamente, Fab Ortiz, del dúo de electrónica con más proyección del Reino Unido, OrtzRoka, nos define al productor como "alguien con una visión que marca la diferencia. Que recoge una idea musical inicial y hace que cobre vida".A diferencia del rock comercial y del indie, donde las bandas todavía siguen el patrón clásico de encargar el sonido de un disco a una misma persona, la mayoría de discos de pop comercial están compuestos por una amalgama de productores a sueldo cuyos nombres se repiten hasta la saciedad en todo lanzamiento de artistas de nivel medio. Son, en muchos casos, verdaderas factorías, muchas de ellas emplazadas en Escandinavia. Aunque puntualmente este sistema nos ofrezca momentos de brillo cegador (Toxic, de Britney Spears, o Crazy in love de Beyoncé, nacieron así), lo cierto es que provoca una homogeneización de propuestas preocupante, crea un exceso de artistas mediocres intercambiables entre sí y cierra las puertas a personas dispuestas a asumir riesgos. Greg Kurstin, autor de temas para Lily Allen y uno de los productores favoritos de la industria, se lamenta de ello desde dentro: "Qué bueno sería que los artistas punteros arriesgaran por alguien nuevo del que nunca hayan oído hablar, en vez de ir a lo cómodo y apostar siempre por los mismos". El único modo de abrirse un hueco entre tanta vaca sagrada parece ser la vía de la remezcla, un concepto nacido en los ochenta pero más explotado comercialmente que nunca, y por el que empezaron a ser conocidos no hace mucho productores ya consagrados como Paul Epworth o James Ford. La música de baile y el pop parecen encontrarse cada vez más cerca. Así lo cree Fab, que como componente de Ortzroka ha realizado remezclas a Robyn y Bloc Party, entre otros. "Desde mediados de los noventa, las discográficas se dieron cuenta de lo útil que podía ser un remix de una canción para asegurarse cobertura en las discotecas y en la radio. Ahora quieren ampliar el abanico publicando multitud de versiones de la misma canción para así poder llegar a distintas audiencias". Además, los blogs musicales de Internet están repletos de remezclas caseras de productores de habitación esperando a ser descubiertos. Desde el oyente de Máxima FM hasta el esnob más recalcitrante, cualquiera puede tener su versión personificada de la misma canción por la vía de la posproducción. Esta diversificación genera satisfacción, sobre todo en un momento en que lo habitual ya no es escuchar un disco de un artista del tirón, sino adquirir música de fuentes afines y confiar en el modo aleatorio del iPod. Por tanto, desde el punto de vista del consumidor, no parece haber razón para quejarse.
Entonces, ¿es el productor un ente maligno y manipulador que utiliza a los artistas pop como marionetas y acabará terminando con ellos? Según Fab, de OrtzRoka, parece imposible, porque "las estrellas de pop actuales son en realidad muy interesantes. Aportan su comportamiento excesivo y sus problemas reales a su personaje. Hablo por ejemplo de Britney Spears o Amy Winehouse". Probablemente a nadie importaría que un productor se pelease con su novio, o que le quitaran la custodia de sus hijos. Para el reputado pinchadiscos y productor francés Alan Braxe, "la capacidad de los artistas pop es admirable. Siempre tienen que estar al cien por cien: cantando, bailando Es increíble. La producción es mucho más relajada y se basa en tomarte tu tiempo con los pequeños detalles". Pero quizá sea Greg Kurstin, de nuevo, quien tenga la verdadera clave: "La mayoría de los productores somos unos pringaos que no deberíamos ponernos delante de la cámara.
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