Yo tenía un castillo en África...
"El primer búfalo lo maté en pijama". Eduardo Garrigues (Madrid, 1944), diplomático, cazador y novelista, deja caer la frase como si nada mientras da cuenta elegantemente de su hamburguesa. "Yo era un pobre cazador de perdiz hasta que me destinaron a Kenia. Un amigo me presentó a un white hunter que me llevó a una reserva de caza. Acampamos en un lugar rodeado de arbustos y esa noche no me atrevía a ir a hacer pipí. Por la mañana, al levantarse la niebla, resultó que estábamos rodeados por una manada de búfalos. No tuve tiempo de vestirme, así que disparé al mío en pijama; lo cacé recibiendo". El restaurante del Círculo Ecuestre se llena de un aroma a fieras. La Cruz del Sur se encarama como un costurón de diamantes sobre las lámparas. Santiago París, vocal de la junta de gobierno del club y un hombre en el que se funden Beau Geste y Beau Brummel, ha concertado esta cita con Garrigues, que esta noche hablará en el mismo Círculo, durante una cena-coloquio (20.45 horas), de su estupenda novela La dama de Duwisib (Martínez Roca), ambientada en la Namibia de la época colonial alemana.
Así que aquí estamos comiendo los tres, como un improbable remedo de Tres lanceros bengalíes en el Círculo, trasmutado para la ocasión en el New Stanley de Nairobi. A Santiago, una persona entrañable, lo conozco de casi toda la vida. En cuanto a Garrigues, compartimos -él desde su mismo centro- una de las aventuras más pintorescas del siglo XX. Eduardo Garrigues, efectivamente, a la sazón embajador en Namibia, fue el diplomático español al que le tocó el sambenito de entregar en Botsuana los restos del Negro de Banyoles. Viéndolo aquel soleado día en el parque Thsolofelo de Gaborone, en aquel escenario digno de Los hijos del capitán Grant, aguantando con pundonor las diatribas de las autoridades africanas por un affaire que se remontaba a más de un siglo y medio y que en realidad fue culpa de dos franceses, no pude dejar de admirarle. "Lo del hombre disecado fue una vivencia que me reafirma en la idea de que la carrera diplomática tiene mucho de surrealista. Y en que sin una gran dosis de imaginación no puedes ser diplomático. Desde luego, nadie me había preparado para una misión tan poco convencional". Garrigues, que tiene un aire de noble Nemrod que le brinda un extraordinario parecido con Selous, se resiste -profession oblige- a entrar en los detalles escabrosos del asunto. Está más a gusto hablando de leones.
"He matado dos, en Botsuana y en Tanzania, uno de ellos al rececho en un alto pastizal. Si el león ataca de frente, como sabes, es difícil dejarlo seco intentando un tiro en el cerebro (brain shot) pues el cráneo es pequeño y la melena lo oculta. Pero mi peor experiencia la tuve en Tsavo: con unos amigos que habían estado cazando el elefante en el Galana vimos un león tumbado y aparentemente muerto. Nos hicimos fotos a su lado y una chica hasta le tiró del rabo. Cuando arrancamos el coche, el león se despertó y se marchó andando". Como se ve, es difícil tener anécdotas a la altura de las de Eduardo, que hasta ha cazado con el Rey. Hablamos del gran John Hunter, de la importancia de lavar con café la escocedura que provoca el escupitajo de una mamba, y de la ocasión en que casi me cornea un búfalo en el Serengueti ("vaya hombre, qué imprudencia").
Y por supuesto de La dama de Duwisib, novela con ecos de Memorias de África en la que una rica estadounidense casada con un capitán alemán veterano de la guerra contra los herero relata en primera persona su vida en el África del sudoeste alemana, dedicado el matrimonio al empeño de criar una gran yeguada en los años anteriores a la I Guerra Mundial. Jayta Humphreys, la protagonista, es un personaje real, como lo es su marido, Hanshenrich von Wolf, y buena parte de la peripecia, incluidas las aventuras de los jinetes de la Schutztruppe, las tropas coloniales del bestia de Von Trotha, que lucían el típico sombrero Südwester y cuya Séptima compañía montaba ¡camellos! Eduardo le inventa a su heroína cosas tan sabrosas como un amante platónico, tres encuentros con Freud (Von Wolf sufre un trauma a causa de haber perdido un cañón ante los hotentotes en el Kalahari), una visita a la inhumana prisión de Isla Tiburón o la caza de un leopardo.
De todo ese mundo africano que tan bien conoce, evocado a partir de la visión del extravagante castillo de Duwisib que la pareja se hizo construir en el desierto, hablará Garrigues esta noche. Y sin duda no necesitará el sjambok, el terrible látigo de piel de rinoceronte, para que se le escuche como merece.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.