Los chóferes
Cuentan que Albert Einstein, tras enunciar la Teoría de la Relatividad, recibió invitaciones de muchas universidades para dar conferencias. Como no le gustaba conducir, decidió contratar los servicios de un chófer, que además de llevarlo a estas instituciones solía entrar en el aula para escuchar la disertación del científico. En uno de los viajes, Einstein le comentó a su chófer lo aburrido que era repetir siempre lo mismo. Y éste le dijo que él podría sustituirlo una noche, ya que había escuchado tantas veces su conferencia que se la sabía palabra por palabra. Dicen que Einstein estuvo de acuerdo y un día que acudió a una universidad donde ninguno de los académicos conocía en persona al científico, se cambiaron la ropa y el chófer recitó de memoria la conferencia sin que nadie descubriera la farsa. Sin embargo, al final un profesor se levantó e hizo una pregunta. Como era obvio, el chófer no tenía ni idea de cuál era la respuesta, pero logró salir airoso del envite: "La pregunta que usted me hace es tan sencilla", le dijo al académico, "que dejaré que mi chófer, que se encuentra al final de la sala, se la responda".
La campaña electoral ha entrado en su recta final y cualquier día, sea o no cierta la anécdota de Einstein, un chófer suplantará a un candidato en los atriles de un mitin y será difícil apercibirse del cambio. Llevan 10 días lanzando el mismo discurso, ese que recitan palabra por palabra. Los líderes lo representan y sus dirigentes locales lo extienden por sus respectivas provincias. Por eso, en cada pueblo se repite el mismo esquema, ese de las dos campañas diametralmente opuestas. Una, la de los populares, cada día más sombría y dura. La otra, la de los socialistas, cada día más contentos de habernos gobernado. Estas elecciones, sin embargo, pasarán a la historia por la vuelta de los cara a cara entre los principales aspirantes. Ha habido que esperar 14 años y, en el caso de las generales, que el PSOE volviera al Gobierno, ya que nunca ha habido debates con un candidato del PP aspirando a la reelección. Estos encuentros están siendo el único foro donde los aspirantes no pueden ser reemplazados por sus chóferes, de ahí el interés que están despertando entre los ciudadanos. El penúltimo de ellos, el que enfrentó el domingo a Chaves y Arenas, ha dado más intensidad a la campaña electoral andaluza que los 10 días que llevábamos de mítines, promesas y eslóganes.
Aunque en democracia no habría que felicitarse por lo que debería ser obvio, ha sido meritorio que Chaves aceptara dos debates. Uno, con los candidatos de los tres partidos con representación en la cámara andaluza, ni uno de ellos con acta de diputado. Otro, con el único de los tres con posibilidades de acabar con la hegemonía socialista, el dirigente del PP Javier Arenas. En ninguno de los dos casos, sus contrincantes lograron erosionar a Chaves en su principal punto débil, su permanencia durante 18 años al frente del Ejecutivo andaluz y el gobierno sin interrupciones de los socialistas durante 26 años consecutivos. Arenas se equivocó al sucederse a sí mismo y plantear esta campaña apelando al cambio. Todo cambio conlleva una novedad y él lleva en el primer plano de la política andaluza casi el mismo tiempo que Chaves, con la diferencia de que este último lo hace desde el Gobierno y él desde la oposición. Con ese discurso era difícil salir airoso del debate, por ello Arenas optó por un tono más bronco y por insinuaciones que intentaban minar la credibilidad de su adversario, más que por afianzar la suya. Apenas lo consiguió. Durante el cara a cara, Arenas realizó críticas tan manidas y reiteradas que parecía que su chófer le estaba sustituyendo en el debate. Y Chaves, algunas promesas que él suyo -su chófer- las podría recitar de carrerilla.
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