La democracia suiza no es tan idílica
El candidato de CiU Josep Antoni Duran suele elogiar el sistema político suizo (y a veces también al italiano) por la capacidad de participación que otorga a los ciudadanos mediante referendos, y defiende lo propio en Cataluña. Pero dentro del aparentemente idílico sistema helvético, de consenso, surgen voces disidentes. Suiza se enorgullece de una "democracia directa" de ocho siglos, pero muchos analistas consideran que "el exceso de democracia termina por ahogar la democracia".
A menudo, llamar a consultas a la población por todos los asuntos imaginables termina siendo contraproducente. De hecho, hoy los suizos están llamados a pronunciarse sobre la prohibición a los aviones militares de entrenarse sobre zonas turísticas por el ruido, algo impensable en otras latitudes.
Loly Bolay, la española que ha llegado más lejos en el escalafón político helvético, preside el Gran Consejo de Ginebra, una suerte de parlamento autonómico. La socialista Bolay explicó a este diario: "Si bien ni yo ni mi partido compartimos este punto de vista, es cierto que hay mucha gente que considera que no se puede dirigir un país a base de iniciativas y referendos constantes". Los puede plantear cualquier ciudadano con 100.000 firmas a escala federal. Cada año, los suizos son convocados a pronunciarse unas cuatro veces, y cada una de ellas sobre asuntos diferentes. El Consejo Federal (ejecutivo) y los partidos orientan a los votantes.
En 2007 se batieron récords y se presentaron "desde mociones contra los perros peligrosos hasta sobre el humo de tabaco en lugares públicos". Y toda reforma de impuestos debe pasar por un referéndum. "Esto lleva a una cierta lentitud en la toma de decisiones necesarias, que no es buena", analizó Bolay, y agregó que, "se termina votando una y otra vez por las mismas cosas, lo que crea un desequilibrio, es caro e impide avanzar".
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