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Columna
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Recuerdo de la clandestinidad

En el Palau de la Música, el martes 12, estará Gregorio López Raimundo, el legendario dirigente del PSUC. Se vive en el recuerdo de los otros. A veces parece que el buen comunista es el comunista muerto. Y que resulta más fácil aceptar que muchos militantes comunistas eran o son buena gente ahora que el comunismo como movimiento histórico es catalogado como un fenómeno agotado, exclusivo del siglo XX.

No es el caso de Gregorio. Él, como Miguel Núñez, otro carismático líder del PSUC de Barcelona, que vive y estará el martes en el Palau, han sido queridos en vida. Por los militantes y por numerosos ciudadanos, muy diversos, que los conocieron, algunos a pesar de la rigurosa clandestinidad y otros muchos cuando finalmente emergieron a la superficie de la vida pública.

Gregorio, con ironía, decía: "Como nunca gobernamos, no tuvimos ocasión de hacer disparates"

Gregorio, con su irónica modestia, me dijo más de una vez: "Como nunca gobernamos, tampoco tuvimos ocasión de hacer los disparates que hicieron otros". Y también: "Me cansa un poco que siempre digan que soy tan bueno, pues tampoco lo soy tanto". Pero la fama de bueno era merecida y el que no lo fuera tanto quizá tenía algo de cierto. "A partir de los 40 años todos somos responsables de nuestra cara", escribió Pavese. Si es así, no hay duda de que Gregorio iba para santo, laico, no sea que los obispos se enojen. Lo conocí en 1961, él tendría 46 años, yo 19. Ya era el dirigente mítico, doblemente clandestino, puesto que lo era en Barcelona, donde pasaba largos periodos a partir de 1947 y en París, donde funcionaba una parte de la dirección del PSUC, partido también prohibido en Francia, pero no perseguido como en España.

Con su figura serena y tranquila, Gregorio impresionaba de entrada por su presencia física. Irradiaba seguridad e inspiraba incluso una cierta ternura. Se adivinaba una personalidad fuerte envuelta en un estilo paciente y amable, un coraje cotidiano perseverante, sin alardes y sin desfallecimientos, y un carácter infinitamente tozudo, como comentábamos sonriendo pensando en su origen aragonés. Una prueba de que la Brigada Político-Social (la policía política) era tan perversa como poco inteligente fue la brutal tortura que sufrió cuando fue detenido en 1951, a pesar de que con sólo mirarle te dabas cuenta de que aquel personaje no iba a confesar nada, ni un nombre, ni una dirección.

Pero también es cierto que la clandestinidad endurece, es cuestión de supervivencia. Y no siempre se consigue ser comprensivo, tolerante y aceptar de buen talante que los otros a veces no piensen igual que uno. Sobre todo si este uno es el líder, aplica los acuerdos de los órganos de dirección y está convencido de que la capacidad del partido para resistir y progresar, a pesar de la represión, es su homogeneidad de hierro. El PSUC fue capaz de ser abierto hacia la sociedad y convertirse en la columna vertebral del combate democrático probablemente por el valor absoluto que adquirieron, en aquella larga marcha a lo largo de la dictadura, su unidad y su disciplina. Escribió Brecht en un bello poema, A los nacidos después: "Vosotros (...) recordad aquellos tiempos oscuros de los que habéis escapado (...), queríamos preparar el terreno para un mundo amistoso y nosotros no siempre pudimos ser amistosos (...), recordadnos con indulgencia".

Con sus formas pausadas y educadas, Gregorio fue un dirigente duro en la vida política interna, pero hay que agradecerle que supo también expresar siempre cordialidad; te hacía notar que, además del militante, le preocupaban las personas. No es ahora la ocasión de discutir sobre los debates internos y cómo se resolvieron. La cultura comunista ha sido muy unanimista, lo cual no siempre facilitó la comprensión de lo nuevo. Y la clandestinidad genera la permanente preocupación por la seguridad. La vida interna adquiría entonces un cierto estilo militarizado. En el lenguaje interno, la "organicidad" era un valor que no se cuestionaba, la unidad de acción era indispensable, y un debate que cristalizara posiciones opuestas, inasumible. Como es bien sabido, una vez conquistada la democracia el PSUC de la legalidad cambió radicalmente y se fue al otro extremo. No se supo gestionar la nueva libertad externa e interna y el partido se rompió. Fue doloroso para todos, a Gregorio creo que le dolió especialmente. No fue el mejor final de su clandestinidad.

Gregorio fue durante tres décadas un dirigente político clandestino. A partir de 1947 vivió gran parte del tiempo en el interior, en Barcelona, hasta que en 1977 el partido fue legalizado. Se conoce poco la vida extremadamente dura de los clandestinos. Gregorio lo explicó en Primera clandestinidad, la de los años cuarenta y principios de los cincuenta, en dos volúmenes de memorias de gran interés.

Además de Gregorio, de Miguel y de otros líderes que vivieron años de clandestinidad, es justo recordar y reconocer el heroísmo silencioso de muchos militantes que hacían posible que dirigentes conocidos, llegados del exterior o que debían clandestinizarse debido a la represión, pudieran hacer su trabajo. Estos militantes o simplemente amigos especiales, clandestinos muchas veces incluso para su familia, llevaban una doble vida, una vida anónima y discreta, y debían ocultar siempre sus convicciones y, obviamente, sus actividades. Cumplían unas funciones tan sacrificadas como necesarias y sabían que la detención, la tortura y la cárcel los acechaba. Su actividad aparentemente modesta adquiría una dimensión épica, pues sabían que era indispensable. Nos referimos a los que dejaban su vivienda para las reuniones de los responsables clandestinos o para que allí vivieran o trabajaran algunos de ellos; a los que servían de estafeta o de correo o estaban a cargo de los locales que servían de depósito; a los que trabajaban en la muy clandestina producción de propaganda, correctores, grafistas o impresores; a los que preparaban las citas o hacían contactos previos; a los que se ocupaban de cuestiones financieras y administrativas; a los responsables de todo lo que concernía a la seguridad, los viajes, la documentación, la preparación de reuniones más amplias con participación de dirigentes en España o en el exterior. A estos militantes Gregorio les demostraba un especial cariño. A algunos de estos héroes clandestinos anónimos, junto con otros militantes y no militantes que conocieron y quisieron a Gregorio, los veremos y escucharemos el martes en el Palau.

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