El voto de los indecisos
Todo el mundo teme a ese lobo feroz de las convocatorias electorales, los indecisos, en su doble acepción, los electores que no saben si van a votar, y los que dispuestos a votar, no saben a quién entregar su voto. Lo temen los socialistas, porque parten del supuesto, devastador en las elecciones de 2000, según el cual a mayor abstención, menos voto de izquierda, dado que es en la izquierda donde más estragos provoca esta metáfora atmosférica que llamamos volatilidad. Pero lo temen también los populares, que, tras haberse empecinado en unas estrategias dirigidas a convencer a los ya convencidos, llegan a la línea de meta con la seguridad de que, tantos como son, en torno a diez millones, los convencidos no dan sin embargo para alcanzar el triunfo.
El indeciso puede tomar cuatro caminos: votar al de siempre, cambiar su voto a favor del oponente, recurrir al voto útil -estratégico también lo llaman- dándoselo a una segunda opción o, muy probablemente, abstenerse. Como advertía hace años, con su habitual sagacidad, Julio Carabaña, es un error considerar a los abstencionistas como votantes perezosos. La abstención -dice- refleja el grado de indecisión de la gente entre los partidos más que su indisposición a la participación política. El indeciso, sobre todo si es de la especie reflexiva, quiere participar, incluso está deseando que su voto valga para algo, lo que no acaba de ver es para qué; y entonces se lo piensa, y no se decide.
Las cosas se presentan hoy, a la vista de las encuestas (que luego siempre aciertan en la explicación de por qué se han equivocado), de la siguiente manera: el PSOE no ha conseguido erosionar ni un milímetro las bases electorales del PP, pero se ha dado buena maña en sembrar de dudas a quienes andan por los territorios más proclives a la abstención, los de la izquierda templada. Haber centrado el debate político durante tres años en reforma de estatutos y terrorismo, para al final cosechar tan magros y discutibles resultados, ha provocado, además de hartura, desaliento. Luego, a partir del cheque-bebé, lo social ha ocupado el primer plano. Pero lo social es caro y no se nota hasta más tarde; y a lo peor ni siquiera se nota: todo el superávit se puede esfumar en las turbulencias de la desaceleración.
La oposición, por su parte, tiene un problema: su nula credibilidad para convencer de que un hipotético retorno al poder no supone más de lo ya visto en su segunda legislatura. Los dirigentes del PP se han dado buena maña en presentarse como gentes sedientas de tomarse la revancha por lo sucedido el 14 de marzo. No han entendido o, si lo han entendido, no han hecho nada por remediarlo, que las mismas caras son símbolos de aquellas nefastas políticas, y se han aplicado a laminar no ya posibles alternativas, sino necesarios equilibrios: la defenestración del sector más moderado es posible que no les reste votos, pero lo seguro es que no les va a aportar ni uno más. Sí, es comprensible: su ciclo de poder fue demasiado corto, apenas ochos años. Una injusticia, un error de la historia, de acuerdo: pero es preciso apechar con ello y dejar que corra el aire, varias jubilaciones anticipadas, algunas caras nuevas no les habrían venido mal. En lugar de eso, ahí siguen, machacando en la herida.
En esta situación, reflexiona el indeciso, con ninguno de los dos partidos en condiciones de obtener una amplia mayoría de votos, la perspectiva es preocupante. Lo es, desde luego, porque el ciclo más largo de crecimiento económico ha tocado techo; pero lo es, sobre todo, porque ninguno de los dos partidos tendrá posibilidad de firmar un pacto de legislatura con los partidos minoritarios sin que se reproduzcan o incrementen las tensiones vividas en estos años. ¿Con quién y a qué precio podría buscar un pacto el PP? Y el PSOE ¿va a aliarse con CiU cuando en Cataluña gobierna el tripartito? ¿Qué queda? ¿IU, la más castigada por el sistema D'Hont, como lo será UDyP? ¿El PNV, otra vez en mal de secesión?
El indeciso reflexivo no sabe qué hacer con su voto y mira hacia atrás, hacia 2000, cuando una marea abstencionista dio la mayoría absoluta al PP. Hoy, si los indecisos optan de nuevo por la abstención, el PP, no cualquier PP, sino el de Rajoy-Acebes-Zaplana, podría ganar por los pelos. Por eso, al final de la reflexión, quizá vaya a votar, no para que se quede el PSOE, sino para que no venga el PP. Que no venga, por lo menos, hasta que los revanchistas hagan mutis por el foro.
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