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Columna
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Un año decisivo

Empieza un año suspendido del anterior, en el que ocurrieron más cosas de las que caben en esta crónica, casi todas de la mayor importancia, de esa clase de importancia atribuible a las decisiones que implican compromisos (o su ausencia) a muy largo plazo. No es ninguna broma la emergencia de lo que cuando entonces se llamaba la carestía de la vida, con una inflación cuyos indicadores funcionan como un totum revolotum incapaz de enmascarar, no obstante, la subida de los productos alimentarios. Muchas familias ya están pensando en la solución que proponía el personaje de El coronel no tiene quien le escriba: terminar comiendo mierda, y eso si han consumido algo defecable.

En el súper más próximo a mi casa, la clientela oscila entre una multitud de ancianos y jóvenes de instituto que acuden los viernes a hacerse con el botellón, y todos miran el ticket de compra como quien acaba de adquirir un BMW de segunda generación. Y eso que todavía hay que dar gracias por disponer de supermercados, ya que en muy extensos territorios del planeta se come lo que la tierra da, una ración de raíces arbóreas macerada en charcas.

Ha sido también un año de severas llamadas de atención sobre el famoso cambio climático, asunto que unos consideran provisto de elevadas dosis de catastrofismo anticipado, albergando una cierta propensión hacia la profecía autodestructiva, mientras que otros ven en todo eso una maniobra de distracción que ignoraría que el mundo siempre ha sabido ajustar el paso por sí mismo sin necesidad de intervención humana. Pese a eso, se puede estar seguro de que en la extinción de los dinosaurios no tuvo nada que ver la emisión de gases de los automóviles ni las chimeneas industriales. Parodiando a Albert Camus, podría decirse que hay otras emisiones potencialmente mortíferas, pero casi todas están en este mundo. Y lo que hay es una impresión difusa de que todo puede ir a peor, globalmente hablando, cuando tampoco es cierto que hasta fechas muy recientes hayamos habitado un paraíso que siempre fue global sin que lo supiéramos.

Pero dejemos ahora el futuro de nuestro planeta en manos de ojeadores más perspicaces (que, por cierto, siempre reiteran el tema de nuestra responsabilidad sobre el mundo que dejaremos en herencia a nuestros hijos, como si la primera y la segunda revolución industrial hubieran sido acontecimientos evitables de haber tenido algo más de chispa. Hasta el fúnebre Carlos Marx dijo algo así como que la humanidad no se plantea jamás problemas que no pueda resolver, afirmación en la que no se sabe si nos las tenemos ante los rudimentos de una antropología del optimismo o ante un elogio de los hechos consumados, aparte de que no se sabe bien qué cosa sea la humanidad), dejemos ese tenebroso territorio, decía, para centrarnos algo más en nuestra proximidad.

En marzo, elecciones generales. Zapatero ha hecho lo posible para caer simpático sin renunciar a una cierta eficacia, llevado de un impulso renovador que es de agradecer según como se mire. Más de cerca, Francisco Camps no ha hecho más que alardear de victimismo y cenar con Calatrava (¡lo que nos cuesta a los valencianos cada uno de esos encuentros!), y del socialismo autóctono apenas hay noticias de una gestora que si sabe no contesta y si contesta no sabe. Por ahora.

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