Un mano a mano de leyenda
Federer y Nadal dominan el mundo del tenis y se potencian mutuamente con la fuerza del rival
El "idiota" reconvertido en superestrella y el héroe de la ciudad juntaron dos sillas y agarraron un par de cucharas en El Caballito de Mar. La Champions aceleraba en el televisor. Roger Federer, llegado a Palma de Mallorca para disputar un partido de exhibición, pidió un postre y una Coca-Cola mientras observaba el encuentro. Rafael Nadal, también. Al día siguiente tuvieron otra reunión de trabajo. El número uno y el dos del mundo se subieron a un barco de buena mañana. Debatieron en inglés "temas políticos", los cambios del calendario y el futuro del tenis mientras les mecían las olas de la bahía de Palma y les calentaba el sol de mayo. Luego, jugaron una exhibición. Inauguraron una serie de partidos vibrantes y únicos que les enfrentó en las finales de Roland Garros y de Wimbledon 2007. Volvieron a repartirse el mundo del tenis. Y pusieron las bases para ser distinguidos como el mejor deportista del planeta -Federer, por segundo año consecutivo- y el mejor español en la encuesta anual de EL PAÍS entre los 100 deportistas más destacados del panorama nacional.
A los dos tenistas les une llevar clavada la pasión por el triunfo donde se anclan las obsesiones: entre ceja y ceja. El suizo, de 26 años, ha ganado en 2007 los Abiertos de Estados Unidos y Australia, Wimbledon y la Copa de Maestros en Shanghai. El español, de 21, Roland Garros y otros cinco títulos que hicieron creer que podía alcanzar el número uno. Se admiran. Gustan de resaltar sus parecidos. Y, sin embargo, les separan los psicólogos, los insultos y el afán de autodestrucción. La infancia.
"¡Idiota!", se recriminaba a cada fallo un tenista de 15 años en la Copa del Mundo juvenil que se disputó en Zúrich en 1996. "Duubel!
[chico estúpido, en el dialecto alemán de Basilea]", gritaba. "Sé que no siempre puedo quejarme y gritar porque eso me hace jugar peor. Difícilmente me perdono cualquier fallo. Simplemente, creo que debería ser capaz de jugar el juego perfecto", decía. Un niño con una obsesión, la perfección, ensordecía de maldiciones la pista. Lo cuenta una biografía. La de Federer, claro.
Mientras Nadal crecía protegido por la fe en los poderes mágicos de su tío y entrenador, Toni; mientras aprendía que romper una raqueta significaba perderlo todo..., Federer veía cómo sus padres le dejaban de hablar por sus excesos sobre la pista; cómo sus insultos y sus gritos le costaban los partidos; cómo su carrera, al contrario que la de Nadal, ganador de su primer Roland Garros a los 19 años, no despegaba.
"A los 16 años, me echaban de los entrenamientos continuamente. Tiraba muchas raquetas. Necesitaba ayuda para pensar diferente". Federer fue al psicólogo. Se convirtió en un hombre de hielo. E inició su ascensión al olimpo deportivo, vivida por Alex Corretja, ex número dos, en primera persona. Fue en los cuartos de final de Roland Garros 2001.
"Entonces, Federer todavía tenía un temperamento y un carácter que le hacían perder la concentración", recuerda el español. "Le gané por 7-5, 6-4 y 7-5. Llegué al comedor de jugadores. Me esperaba mi padre. Y hablamos.
-'Chato, bien y facilito', me dijo.
-'¡Pero si me ha costado increíble!'.
-'Sí, es bueno, pero un poco fallón...'.
-'Papá, no te equivoques. ¡Qué ritmo de pelota tiene! ¡Qué derecha! A la que se temple de cabeza y madure...'.
A las tres semanas, eliminó a Sampras, el campeón, en Wimbledon. Y al año siguiente ya se salió de la tabla".
Federer había cambiado. Ya no llevaba la melena teñida de rubio platino que le había distinguido como adolescente. Ya se parecía más a Nadal, serio y profesional. Ya era la estrella que había previsto Manuel Santana, que no coincide del todo con el argumento que el suizo emplea para explicar su explosión tardía: "Rafa tiene un juego poderoso, pero yo tenía tantos recursos, tantas armas, que me costó aprender a usarlas todas".
"Le vi por primera vez en la Copa Davis en 1998", recuerda el mítico tenista español; "yo era el capitán de España. Él, con 17 años, iba de quinto jugador suizo, para los entrenamientos. No me perdí ni una práctica suya. '¡Qué bonito juega!', me decía. Luego, vino a verme. '¿Por qué me mira tanto?', me preguntó. Para él, yo era un tío que lo había ganado todo. No lo entendía. Era un chaval peculiar. Me gustó. Y le dije: 'Porque me encanta como juegas'. Me impresionó".
¿Por qué tardó tanto en explotar? "Es que lo de Rafa es una excepción increíble", argumenta Santana; "fenómenos como él, capaces de ganar torneos del Grand Slam muy jóvenes, salen de tarde en tarde. El caso de Federer [no ganó su primer grande hasta los 22 años] es alentador para esos chavales de 21 años que se quieren retirar o están frustrados porque no explotan. Ahí había madera de jugador increíble. Se sentía frustrado. Cuando veía que con tanta base no llegaban los resultados... Lo único que no me gusta es su poca expresividad. Durante los partidos, parece que no fuera con él. No demuestra el entusiasmo de Rafa".
"Nadal, mentalmente, es mucho más fuerte", opina José Luis Arilla, eterno compañero de dobles de Santana en la Davis. "Ya de joven, por sus características, tuvo que pelear, contraatacar, concentrarse: tiene una cabeza muy bien puesta, pero está más limitado de golpes. A Federer le sobran. ¡Gana sin sudar, coño! Y Rafa siempre acaba exhausto", añade; "a Federer le costó acostumbrarse a sufrir. Mientras no dominó todos sus golpes, se enfadaba. Con el mínimo esfuerzo hace un golpe increíble. Rafa, para un golpe increíble, hace un esfuerzo extraordinario. Se vacía en cada punto".
"La opinión de Federer es un poco presuntuosa", dice Corretja, "pero hasta que juntó las piezas del puzzle le costó. Es su gran mérito: al contrario que otros grandes, juega finales en todos los sitios. Rafa tiene un esquema muy definido de siempre y, cuando mejore cosas en las que ya está trabajando, como el saque... Está predestinado a ganar algún grand slam en pista dura. Hay un ejemplo claro: el fútbol. Son once jugadores y no son capaces de mantener el nivel cinco años seguidos. Federer, sí".
La cuestión de la capacidad de sufrimiento preocupa al sanedrín de los grandes ex tenistas españoles. Comienza una temporada loca: 2008 es año de Juegos Olímpicos. Eso obliga a comprimir el calendario y a un doble salto de Estados Unidos a Asia y vuelta. Eso, a Nadal, que sueña con los Juegos, con la gloria de Wimbledon, con un trayecto moderadamente cómodo por la Copa Davis, le motiva sobremanera. Y a Federer, que está a dos títulos grandes del récord de Sampras (12 por 14) le añade un impulso: lograr el Golden Slam, los cuatro títulos más importantes y el oro olímpico, como Steffi Graff en 1988. Al suizo le toca sufrir. Enfrentarse, que dice Manuel Orantes, a los fantasmas del artista.
"Cuando uno es muy dotado técnicamente, le falta espíritu de sacrificio si las cosas van mal", advierte Orantes; "Federer tuvo que aprender a controlarse emocionalmente. A los jóvenes les pasa: cualquier pequeña cosa les vuelve locos. Pierden un punto y les cuesta cinco o seis más". "Ahora", añade, "Nadal y él dominan de forma absoluta. No se difuminan ni desaparecen. Mantienen el nivel todo el año. Es un mano a mano que, por su edad, puede seguir durante tiempo. El peligro es que se acomoden, que pierdan el espíritu de sacrificio. Pero aún tienen metas: ser el que más grandes ha ganado, para Federer; ser número uno, para Rafa. En cualquier caso, falta nivel medio: últimamente, desaparecieron jugadores importantes y otros bajaron su nivel. Federer y Nadal pueden perder algún partido, pero son peligrosísimos en las rondas fuertes, en las que se separan los hombres de los niños".
El mejor deportista del mundo en 2007 depende del español más destacado de la temporada para redondear una carrera de ensueño. A Federer le falta Roland Garros. El trono de Nadal. Al español, que le dio su voto en la encuesta, conquistar Wimbledon. Son dos hombres jugando entre niños. Los protagonistas de una rivalidad de leyenda. Sus carreras se retroalimentan para buscarse sitio en los libros de los récords. Sus entrenamientos se afilan para ganar terreno en los dominios del contrario. Y, mientras tanto, navegan juntos. Comparten sólo el postre porque al estómago de Federer le superan los horarios españoles. Y se dedican los elogios propios de quien mide la altura de sus retos según la fortaleza del oponente.
"Federer va camino de ser el mejor tenista de la historia. En cualquier otra época, estaría deseoso de ser número uno, pero, con Roger delante, estoy muy contento de ser el siguiente. No me importaría ser el dos otros 50 años", dice Nadal. Enseguida, cortesía obliga, la advertencia de Federer. "No lo olvide", dijo a Efe nada más ganar la Copa de Maestros, "Nadal es mucho mejor de lo que él piensa".
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