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Reportaje:

Los domingos del 'corresponsal de guerra' en Mallorca

'Invitació a la felicitat' reúne en un libro las crónicas de Andreu Manresa en la edición balear de EL PAÍS

Las jornadas de descanso, esto que una cierta cursilería moderna ha llamado "cultura del ocio", definen a los seres humanos mucho más que su trabajo. En las faenas cotidianas casi siempre debemos remar en una corriente orientada por otros. El delegado de EL PAÍS en Baleares, Andreu Manresa (Felanitx, 1955), muy a su pesar, se ha visto empujado a ser corresponsal de guerra ante la devastación en apariencia del territorio, en la práctica de un sinfín de cosas, operada con cirugía de escalpelo en las islas en las últimas décadas. Apenas se miraron a los ojos Manresa y su objeto de trabajo en la Mallorca posmoderna. El desencuentro pareció inevitable. El periodista se convirtió pronto en el mejor corresponsal de guerra, al que le silbaban las balas muy de cerca, recorriendo las trincheras del túnel de Sóller o rastreando las alcantarillas informáticas de turbios correos electrónicos del poder. En realidad, Andreu Manresa seguía convencido de que lo suyo era escribir para ser querido, como dijo casi gritando el viernes por la noche en Palma de Mallorca al presentar su último libro.

Manresa seguía convencido de que lo suyo era escribir para ser querido
Cada texto contiene un consejo, una cita, una metáfora, una advertencia

Mientras se resistía con inteligencia a ser noqueado por una situación como la descrita, la edición balear de EL PAÍS puso a su disposición cada domingo un espacio de reflexión, de sosiego a tanto dislate informativo arrastrado por la actualidad pura y dura. Y Manresa empezó a desgranar un hermosísimo rosario de notas aparentemente dispersas, cada siete días, explicando a sus lectores a qué dedicaba su entretenimiento, este que define el carácter humano. Invitació a la felicitat (Hiperdimensional Edicions, Palma, 2007) reúne en un libro 48 de estos escritos dominicales que hablan del oficio mayor de las langostas, del sabor cautivo de las empanadas, de arroces volcánicos y silvestres, de memoriales de galletas, de viñas en un panorama desteñido o de la oración y el ritual del pan con aceite y tomate. El pintor Miquel Barceló le ha colgado en la portada una longaniza roja. Las excelentes fotos son de Tolo Ramón. La calidad del conjunto, indiscutible.

Leer al azar cualquiera de los textos, traducidos ahora al catalán por M. Munar y J. Melià con la ayuda del Institut d'Estudis Baleàrics de Sebastià Serra, confirma que Manresa escribe en la prensa para que le quieran. La presentación del volumen dejó claro que muchos lo han entendido y le corresponden. En el trajín de los preparativos de fin de año, en la sala no había espacio en los tendidos, con un aforo desbordado media hora antes de la cita: sin protocolo alguno, sólo un bolso caritativamente situado en la silla junto al escritor Biel Mesquida permitió que se sentara la consejera de Cultura. Al fondo de la sala, la alcaldesa de Palma y la responsable de Cultura del Consell de Mallorca, de pie, escuchaban. Tampoco pudo sentarse el dueño del local, máximo responsable de la Obra Social de la Caixa, escenario del acto. Literatos, profesionales, políticos, empresarios, profesores universitarios, pintores... ojeaban y hojeaban el texto mientras escuchaban al editor y profesor de Geografía Climent Picornell, al escritor y crítico Pep Toni Mendiola o al director de Hiperdimensional, Alberto Herran.

Para Picornell cada texto contiene un consejo, una cita, una metáfora o una advertencia, pero es un manifiesto a la sencillez en la alimentación de un periodista que come y cocina bien. No busquen en los trabajos una sola receta, no hay referencias a los recetarios de casas de la aristocracia local, ni platos de conventos y mucho menos de los nuevos restaurantes. Dice Mendiola que se trata de "delicias rellenas de información" sobre los ingredientes de este poderoso paisaje culinario también devastado. Manresa asistía al acto junto a ellos, desde el estrado, ocupadísimo: con su cámara retrataba el suceso, trabajando, se diría que sin escuchar a los presentadores que iban desgranando las diversas sugerencias de sus escritos. Es ésta la primera o segunda memoria de un niño de la década de 1960 que entre semana se ve obligado a jugar los naipes, feos naipes, que le sirven, pero que en domingo trata de envidar los suyos. Escribiendo, buscando los fines de semana con una preciosa lupa en una despensa de largo pasado y corta historia, para reclamar que sus compatriotas le quieran. Por lo visto en la presentación del libro, lo ha conseguido de manera rotunda.

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