EXTRAVÍOS 'Gas'
"Vivimos en un espacio", afirma Yves Michaud en su ensayo El arte en estado gaseoso (Fondo de Cultura Económica), "en el que la estética celebra su triunfo final vaciándose de obras de arte". El citado pensador francés se refiere al espacio actual marcado por la estetización radical de la realidad hasta el punto de que el arte deviene sólo éter o una manifestación primaria para expresar signos elementales de identidad, algo así como llevar plumas, rugir a coro o tatuarse. Estando completamente de acuerdo con él, Zygmunt Bauman, en Arte, ¿líquido? (Sequitur), le parece que describe mejor nuestra situación la licuación de lo gaseoso, pues "la idea de belleza que informara el arte de la modernidad sólida está en crisis porque transmite esa idea de estancamiento: el fin del cambio, el fin de lo nuevo, de la experiencia y de la experimentación, el fin de la aventura". Ambos, en cualquier caso, coinciden en diagnosticar cómo nos hemos encaminado hacia un mundo de consumo de sensaciones, en el que lo único plástico es la forma real o virtual de revisión de nuestra propia imagen, cuya constante movilidad o cambio nos sustrae del pensamiento siniestro sobre nuestra mortalidad.
En relación con el consumo actual de las imágenes, que Baudrillard trató de estigmatizar definiendo como "simulacro" todo icono sin referente real; o sea: cada vez más las de nuestro mundo presente, el historiador del arte alemán Hans Belting, en Antropología de la imagen (Katz), opina que, en el fondo, la realidad ha sido siempre un simulacro, con lo que pigmentadas, grabadas, emulsionadas o digitalizadas, ayer u hoy, nos pasamos el breve tránsito de nuestra existencia palpando fantasmas, cuya variación depende tan sólo del filtro o pátina de sus circunstanciales epifanías. Por lo demás, como ninguno de estos autores, elegidos aquí por formar parte de la última legión de quienes hoy opinan sobre arte y han sido editados recientemente en nuestra lengua, se permite el desvarío metafísico de pensar que pudiera haber algo distinto de lo que hoy se nos muestra como fácticamente real, nos dejan flotando en el aire o el agua de nuestra inestable corriente sin fin, como si nada.
En un fantástico cuento, cuyo título original podríamos traducir como 'Las noches al sereno del sabio profesor Encina', de Kenji Miyazawa (1896-1933), este escritor japonés, todavía inserto en el periodo de la "modernidad sólida", nos relata la experiencia vivida por un afamado gemólogo, que, habiéndose echado a dormir sobre una blanca piedra, al haberse visto sorprendido por la noche en medio del campo en una de sus excursiones científicas, fue despertado por la discusión mantenida por cuatro promontorios vecinos, de origen volcánico, adoptando cada uno de los cuales una opinión distinta, fiel reflejo de sus respectivos talantes, acerca de su incómoda presente suerte geológica: la indeseada de verse convertidos en roca, progresivamente endurecida, quienes originalmente fueron un mar de ardiente lava. Y es que, a la postre, al ser humano le resulta arduamente inalcanzable descifrar el misterio del cosmos mirándose al espejo, por mucho que su imagen se desdoble.
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