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UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Columna
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Un sarcástico incurable

Enric González

Hoy vamos a terminar enseguida: si no ha leído a Jorge Ibargüengoitia, compre alguno de sus libros y léalo. Es muy probable que no encuentre nada en las librerías españolas, lo que demuestra, una vez más, que la vida puede estar muy bien, pero el mundo está muy mal. Si tiene un amigo en México, consiga que le envíe las obras de Ibargüengoitia. Si no tiene ese amigo, laméntelo amargamente. Insisto: lea a Ibargüengoitia. Ya está dicho lo esencial. Yo sigo con esto porque hay que rellenar un par de folios, pero usted no se sienta obligado. A no ser que, como me ocurría a mí hasta hace poco, esté poco informado sobre Ibargüengoitia, y carezca de grandes planes para los próximos minutos.

Ibargüengoitia nació sarcástico y así murió. Lo que otros llaman sentido del humor, en él era una tara congénita

Quiso vivir seriamente, adoptaba un gesto grave en las fotografías y se marcaba horarios de trabajo. Incluso sufrió esa enfermedad psicosomática que empieza por una hinchazón de los pies, sigue con un vistoso engorde de las piernas y culmina con un abdomen espectacular, haciendo del cuerpo la estatua de sí mismo. Lo de Cela, para entendernos. En el caso de Ibargüengoitia, todos los esfuerzos resultaron inútiles: nació sarcástico y murió sarcástico. Lo que otros llaman sentido del humor era en él una tara congénita.

Cinco días después de la muerte de su madre, el 29 de agosto de 1973, publicó en el diario Excelsior un artículo titulado 'No manden flores'. No había conocido a su padre, y su madre constituía toda su familia. Ibargüengoitia tenía la mejor ocasión de su vida para ponerse dramático, pero fracasó: 'No manden flores' es una nota necrológica delicadamente humorística, una joya inclasificable. Hoy se encuentra en Instrucciones para vivir en México, uno de los libros que recopilan sus artículos.

Fue anglófilo, gran consumidor de whisky y de martinis, viajero y receloso de los franceses. "Entrar en Francia, para mí, es como entrar en casa de alguien que acaba de heredar la mitad de lo que esperaba. Voltea uno a su alrededor y no ve más que opulencia y malos humores", escribió en 1975, viajando desde Barcelona hacia París. Pese a sus prejuicios, residió en París muchos años.

Sus novelas poseen la falsa simplicidad de un Woodehouse, o de un Waugh sin la pompa católica. Pueden ser relatos policiales (Dos crímenes), sátiras sobre las dictaduras latinoamericanas (Maten al león) o buceos en la historia mexicana (Los relámpagos de agosto); resultan, en todos los casos, piezas feroces, hilarantes, magníficas, enjutas, sin una palabra de más.

En julio de 1974, el presidente Luis Echeverría le invitó a formar parte de una comitiva de intelectuales, más de cien, que había de acompañarle a Buenos Aires, en visita oficial a la indescriptible presidenta de Argentina, Isabelita, viuda de Perón. Aceptó, después de asegurarse de que era gratis, y aprovechó la ocasión para contar el viaje en varios artículos. Un ejemplo: "Mi primer acto oficial consistió en salir del bar para ver llegar a Echeverría al hotel Plaza. Había filas de policías de azul marino, con abrigo, metralleta y banda azul celeste en la gorra, motocicletas y filas de curiosos en la plaza San Martín. Una cosa muy rara: la comitiva llegó precedida de una grúa. Supongo que para el caso de bombazo tener manera de llevarse los restos sin interrumpir el tráfico".

Vivió los últimos 20 años de su vida con Joy Laville, una pintora inglesa que amaba el whisky y el ajedrez.

Ibargüengoitia nació en Guanajuato (México) el 22 de enero de 1928 y falleció en Mejorada del Campo, a bordo de un Boeing 747 de la compañía Avianca, el 27 de noviembre de 1983. El avión había partido de París y se dirigía a Bogotá, con escala en Madrid. El piloto efectuó una aproximación incorrecta al aeropuerto de Barajas y la nave se estrelló contra una colina. Murieron todos, 181 personas. Ibargüengoitia era uno de los pasajeros. Le habían invitado a un congreso de escritores en Colombia, se había resistido a acudir y sólo al final, a regañadientes, aceptó embarcar en el vuelo fatídico. Llevaba consigo el manuscrito de su última novela, desintegrado, como el cuerpo de Ibargüengoitia y el de otros muchos pasajeros, en el impacto. -

Instrucciones para vivir en México, Jorge Ibargüengoitia. Editorial Joaquín Mortiz / Editorial Planeta Mexicana, 1998. 295 páginas.

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