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Columna
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Europa se nos vuelve rara

En Lisboa el funcionariado europeo y toda la clase política celebraron la semana pasada la firma de un nuevo tratado. Se intenta así remediar el fiasco del tratado constitucional frustrado y debe de ser por eso que en todas las crónicas periodísticas en las que he intentado recabar información sobre los contenidos de esas más de 300 páginas, todas vienen a coincidir en que hasta los especialistas más versados tendrán serios problemas para su comprensión. Es un tratado "sin alma", se reitera. Y digo yo ¿para qué nos sirve una Europa sin alma? El propio ritual de la firma tuvo mucho de acartonado y retórico. Excepto la cantante Dulce Pontes, que intervino en el acto, todos eran políticos, eurofuncionarios o policías. Ausencia total de la sociedad civil. La liturgia bien hubiera podido ser una superproducción documental para nutrir los informativos de las televisiones internacionales, fruto de un guión previsible en el que hasta el calculado retraso de Gordon Brown (tan british) resultó tan obvio como aburrido.

Desde un punto de vista 'galeguista' resulta preferible más Europa y menos España Un continente unido debe ser necesariamente políglota, y nada mejor para romper la diglosia

Algunos dirán que en esa construida ambigüedad consiste la eficacia de la diplomacia, pero posiblemente lo que realmente esté en juego sea la eficacia real de la Unión y su percepción en la vida cotidiana de los hombres y mujeres de Europa. Ni siquiera ha rebrotado la vieja polémica entre la Europa de los pueblos y la Europa de los Estados y los mercaderes. Si uno quisiera ser destructivo, podría afirmar sin equivocarse demasiado que lo único que funciona en Europa es el euro, la Europol y las restricciones mercantiles y de producción que siempre van en detrimento de los más pequeños.

Con todo, me resisto a instalarme y autocomplacerme en ese pensamiento, entre otras cosas porque profesionalmente conozco las buenas intenciones y principios de iniciativas como el programa Media, que afecta a la creación de un Espacio Audiovisual Europeo y todas las políticas comunitarias de I+D+i (ahora englobadas en el programa Marco). Aunque digo bien buenas intenciones y principios, porque gran parte de su efectividad choca con la enorme burocracia que llevan aparejadas Y, sobre todo, porque resultaría insolidario juzgar el todo sólo por la parte que a uno le toca experimentar.

No podemos conformarnos con una Europa retórica e incomprensible, porque Europa es la mejor vacuna contra los nacionalismos expansivos y centralistas. Desde un punto de vista galeguista resulta preferible más Europa y menos España. Desde el punto de vista de la soberanía política y de la representación de cada territorio y desde la diversidad cultural, debería ser admitido que así es. Una Europa que diluya el superávit de poder de los Estados centrales debería arbitrar sistemas de representación parlamentaria que expresen más fielmente la realidad plurinacional, federal o autonómica de los Estados miembros.

El nuevo tratado mantiene intacta la consideración de circunscripciones electorales únicas a la totalidad de los Estados en las elecciones al Parlamento europeo, en detrimento de las nuevas realidades políticas emergentes. Es decir, en las elecciones al Parlamento europeo no votamos listas que representen a los vascos, a los gallegos o a los andaluces sino listas únicas por un único territorio que es España. Esto no sólo contradice la lógica política y de representación democrática, sino la aplastante lógica funcional y racional de que nadie mejor que los gallegos para tratar asuntos que afecten a nuestra pesca, a la construcción naval o a la producción láctea, igual que resulta bastante excéntrica la percepción que tenga un representante de Galicia sobre los problemas del trigo o del olivar.

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Una Europa sin complejos, abierta y solidaria sería la mejor garantía de nuestra sobrevivencia diferenciada, hasta para el idioma gallego, porque una Europa unida debe ser necesariamente políglota y nada mejor que eso para romper la viciada diglosia gallego-español. Cualquier Europa mejor que esta Europa incomprensible y rara.

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