Picasso y Sabartés, coleccionistas
El día 20 se inaugura en el museo Picasso de Barcelona La colección privada de Picasso, en la que se exhibirán las pinturas y los dibujos de otros artistas de los que Picasso no se desprendió nunca. Cada vez que se mudaba de morada, Jaime Sabartés las embalaba y transportaba al nuevo domicilio estudio. Así, en las fotos que Duncan, Brassai y Cartier Bresson le hicieron mientras trabajaba reconocemos al fondo un modigliani, un renoir (?), incluso algún corot, unas máscaras y estatuillas de arte africano y primitivo. En su testamento, cedió esos cuadros de amigos y maestros al Estado francés; a partir del año 1978 se incorporaron al museo Picasso de París, y de allí vendrán de visita al museo barcelonés.
El pintor malagueño tenía en casa cinco o seis obras de Matisse, el único entre sus contemporáneos cuya rivalidad temía. Tenía también unas enigmáticas niñas de Balthus, con el pigmento hoy muy deteriorado, de forma que no pueden trasladarse a Barcelona ni se exponen siquiera en París. Tenía un espléndido autorretrato de Miró y algún derain, algún ernst. Tenía varios paisajes y bañistas de Cézanne, fuente inspiradora del cubismo, y una Guitarra de Braque (en unas semanas de actividad febril y secreta, Picasso y él inventaron ese estilo y lo impusieron). Tenía una multitud de embajadores con banderitas y un Retrato de muchacha del aduanero Rousseau, el pintor naïf y autodidacta de las grandes junglas pobladas de fieras salvajes en las que nunca se aventuró, ni falta que le hacía porque para pintar la vegetación se instruía con revistas y postales sobre el trópico, y para pintar las fieras visitaba incesantemente el Jardin des Plantes de París. Como es notorio Picasso sentía una seria inclinación por Rousseau, y con la complicidad de otros artistas le organizó un banquete de homenaje, homenaje que algunos de ellos interpretaron en clave de rechifla, pero que complació mucho al aduanero, el cual, a los postres, le dijo a Picasso que ellos dos eran los dos artistas más destacados del momento, aunque cada uno en su estilo: él, en el estilo clásico, y Picasso, "en estilo egipcio".
Ésta va a ser la segunda exposición (Lee Miller fue la primera) que organiza Pepe Serra como director del Museo Picasso. "Es como el cumplimiento de una cuenta pendiente, pues un museo monográfico de un artista en un momento u otro tiene que mostrar la colección particular de éste". Mientras habla a su acostumbrada alta velocidad, ya está pensando en otras cosas, en cómo aligerar el museo de su naturaleza de imán para el turismo de masas, sin por ello sacarlo del todo del carril guiris; en cómo conducir hacia él de nuevo a los ciudadanos, relacionarlo con las universidades; En Velázquez-Picasso, la exposición de mayo próximo en torno a las 58 telas sobre las Meninas que Picasso cedió a Barcelona en 1968, a la muerte de su secretario y amigo Jaime Sabartés, el cual ya había cedido cinco años antes su colección particular para levantar ese museo sobre sus cenizas, según sus propias palabras.
En torno a la curiosa y muy interesante vida de Sabartés, a las peripecias del nacimiento del museo y a la amistad entre aquellos dos hombres, trabajan ahora Serra y su equipo, registrando archivos, reuniendo información dispersa y hablando con testigos aún vivos de aquella curiosa aventura y muy leal amistad, para una exposición y publicación todavía sin fecha definitiva, coincidiendo con la cual se abrirá en el museo un espacio Sabartés tan impregnado de él que nada tendría de raro que allá se apareciese don Jaime, los lunes, cuando cierran los museos, porque cualquier otro día lo freirían a flases.
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