Inagotable Sierra i Fabra
El premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil es un autor prolífico donde los haya, con un libro nuevo cada 40 días. Por
La inaudita presencia de Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) en las letras españolas se podría traducir en números: espectaculares, irrepetibles. Sólo uno: cada 40 días, más o menos, publica un libro, ya sea de haikus o de novela histórica, si bien son mayoría los de narrativa para jóvenes. Si se quiere un argumento más literario, se podría contar así: la biografía del último premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Kafka y la muñeca viajera (Siruela) -y van con ése 26 galardones- es la viva encarnación del patito feo que acabó en cisne blanco.
Cuando uno escucha sus vicisitudes para convertirse en el escritor que soñó ser desde niño se da cuenta de que la predestinación existe. Todo lo que explica desde el principio, como cuando escribe, está ya cerca del clímax: era muy tartamudo de pequeño y por eso se escondía escribiendo ("ahí descubrí que no tartamudeaba") y leyendo, algo que casi le cuesta la vida el 22 de septiembre de 1955. "Fui con mis padres a ver unos pisos en construcción. Iba leyendo un tebeo cuando crucé una gran cristalera; quedé hecho una piltrafa", resume. Tuvo tiempo durante los días de hospital para darle vueltas a una historieta se convirtió en los tres folios de Asalto al First National Bank. "Mira qué he escrito, padre', le dije ilusionado. Y me lanzó: 'Qué tontería, está lleno de faltas; has de estudiar: somos pobres, eres tartamudo y no encontrarás ningún trabajo en el que tengas que hablar con la gente'. Ésa fue su respuesta: era un modestísimo empleado de seguros y para él era inconcebible que pudiera vivirse de escribir; pero fue una losa para mí", recuerda el hoy escritor.
Hace tres años nació la idea de crear una fundación. "Me juré que nunca daría la espalda a un chaval que quisiera leer y escribir"
"Los capítulos han de ser muy cortos, para dar rapidez de acción; cuantos más haya, más fácil es dominar una novela"
El mito del patito feo no hizo más que crecer: una profesora de lengua que le ponía un cero porque creyó que se burlaba de ella tras una redacción sobre extraterrestres, los compañeros que se mofaban de su tartamudez, la necesidad de tener que escribir en cualquier sitio ("en las aceras, en el patio del cole") o por la noche, lejos de la mirada fiscalizadora del padre. Y, sobre todo, ahorrar hasta la obsesión para poder alquilar novelas para leer, porque "comprarlas por tres pesetas era imposible por caro". Por unos pocos céntimos, la literatura sólo alcanzaba para historietas de quiosco, como las del Oeste de Silver Kane y Donald Curtis, un pulp español que marcaría su estilo.
Creaba sus libritos. "Me hacía los pliegos de papel y entonces ajustaba los contenidos a ese espacio", dice mientras rescata de un armario algunos ejemplares. A bolígrafo, están reproducidos al milímetro. La editorial la bautizó Cóndor; las ilustraciones también eran suyas. Algunos títulos: Trece horas, Venganza para cinco, Los rubíes robados..., que cuentan incluso con Níhil óbstat: "Calificación de muestro asesor moral: APTO para todos", se cita en el interior, mientras en la última se apunta el comercial "otros títulos de la colección". Casi no hay tachaduras y la redacción es la de un niño de 10 años, pero ya muy fluida. Algo que se ratificará cuando el precoz autor apenas tenga 12 años y concluya una primera novela, Las memorias de un perro: 500 páginas manuscritas que guarda encuadernadas.
Demostraciones de ese tipo le hicieron decir a su padre tras la enésima trifulca: "Si ganas un premio, me creeré que puedes ser escritor". No pudo verlo: Sierra i Fabra obtenía su primer reconocimiento, el Villa de Bilbao 1975 por La revolución del 32 de Triciembre, dos semanas después de morir su progenitor. Pero igual éste ya había intuido, con resignación, alguna cosa: el joven había dejado sus estudios de aparejador cinco años antes para hacer sus escarceos con el periodismo musical. "Me dijeron que me sería más fácil publicar si tiraba por ese camino", recuerda. Momento clave: su madre es la que le había comprado la máquina de escribir, primero, y luego el tocadiscos. Otro: está jugando en un billar cuando suena Twist and Shout de The Beatles. "Me quedé paralizado: era la primera vez que los oía; yo aún no tenía ni tocadiscos". Y fue así como se convirtió en un experto de ese grupo. Fruto de ese proceso, Sierra i Fabra estuvo en la creación de programas radiofónicos como Gran Musical o revistas como Popular 1 y Súper Pop. También quedaron con los años su primer libro -1962-72 Historia de la música pop (1972)-, un montón más de dedicados a la música y 30.000 discos, impolutos, que ahora tapizan su despacho.
En 1976 lo dejaba todo para escribir. Y a fe que lo hizo: hoy tiene, asegura, 359 libros hechos, de los cuales 315 publicados. "Los otros están en cajones de por aquí o presentados a editoriales y a concursos", dice. No hace falta formularle la pregunta ante esas cifras: "No, no tengo negros". Y a las pruebas se remite: abre un armario y aparecen multitud de gruesas carpetas. Cada una suele responder a un libro. En ellas hay recortes de prensa, un detallado esquema de cada capítulo, muchos y muy cortos; y todo sujeto con un clip, un bloque que encabeza un papel algebraico: en un listado, los días de trabajo; en el otro, los folios realizados y acumulados. Raras veces el cómputo llega al mes. "Tengo siempre 50 ideas en la cabeza". Y necesitan salir rápido. Lo hacen con orden cartesiano: de once a una de la mañana, y de cuatro y media a ocho y media de la noche. "Luego ceno y voy al cine. Si no, no podría dormirme de la tensión acumulada en la cabeza: sé en cada momento dónde tengo una palabra puesta", dice.
El proceso parece tener una lógica industrial, pero no exenta de algo emotivo, visceral: "Nunca empiezo una novela que no pueda escribir de un tirón; no tiene sentido estar seis meses con una obra; en ese tiempo, quien la ha escrito ha cambiado; por lo tanto, cuanto más rápido vas en hacer un libro más unidad tiene; lo importante es el guión, que ha de estar muy trabajado", argumenta. De corregir, poco. "Yo no toco ni una coma, o acabaría loco; corregir un libro es refundarlo; siempre digo: '¡Sé tú mismo!'; no sé si un libro está bien o mal, no soy consciente; cuando los escribí fue porque sentía algo y tenía que contarlo; en cualquier caso, si no gustaran no se venderían, ¿no?".
La frescura del autor no es total. Existe un método Sierra i Fabra, que él ha convertido, claro, en libro, La página escrita, y del que pueden entresacarse trucos que cuenta con generosidad: "Los capítulos han de ser muy cortos, para dar rapidez de acción; cuantos más haya, más fácil es dominar una novela", expone en primer lugar, para pasar a comentar que los libros "han de empezar en un punto altísimo para atrapar al lector de inmediato". En su caso a eso ayuda que siempre habla "de sentimientos, de personas", que tiene muy bien dibujadas pero que nunca detalla: "Todos tienen dentro de sí sus personajes, fantasmas y miedos; yo dejo que el lector rellene mis protagonistas con su material", del mismo modo que hace con los lugares donde transcurre la acción, que no suelen especificarse.
Sierra i Fabra habla también de una cosa más intangible, la "musicalidad de los textos". "Tengo un diapasón en la cabeza", dice. Pero al poco, añade: "Sé que nunca voy a ganar el Cervantes ni el Nobel, pero me temo que tampoco la Creu de Sant Jordi". Lo último suena más a lamento que a queja. "Soy un autor catalán y me sorprende que me ignoren tanto en mi casa: a la Feria del Libro de Guadalajara dedicada a Cataluña hace tres años fui pagado por la Federación de Gremios de Editores de España; la Generalitat me dijo que no volvería a pasar, pero en la última Feria de Francfort tampoco se me invitó habiendo más de 130 autores catalanes... ¿Quizá es que tengo que pedir perdón por tener éxito?".
Lamentarse quita tiempo y Sierra i Fabra no está para perderlo. Especialmente, desde hace unos años, cuando se reforzaron sus preocupaciones sociales. Y eso se ha traducido en sus últimos libros, que abordan la droga, los niños-esclavos, el terrorismo de ETA... "Tengo cuatro casas y un supercoche, mi vida está resuelta, pero no puedo desentenderme de lo que veo y escribo". De ahí y de su época de patito feo nació hace tres años la idea de crear una fundación. "Me juré que nunca daría la espalda a un chaval que quisiera leer y escribir". La Fundación Jordi Sierra i Fabra convoca un premio literario para jóvenes y su también Fundación Taller de Letras, con 20 personas en su sede en Medellín (Colombia), realiza proyectos sociales de lectura y escritura. "Todo son traumas y trabas para empezar a escribir: que si la primera línea es vital... Tonterías. ¿De cuántas primeras líneas de novelas se acuerda uno? Yo les digo a los críos: escribe y sé feliz y pasa de todo".
El cisne blanco, a sus 60 años, mantiene la inquietud del patito feo que fue. "Nací para esto", dice. Y da más muestras de su pasión: en su ordenador atesora casi 200 títulos de futuras novelas. "No quiere decir que las escriba, pero siempre es recomendable tener un buen título", comenta mientras señala uno viejo que ya no podrá utilizar: La sombra del viento. "Lo tenía antes de que Carlos Ruiz Zafón lo utilizara". En otro documento aparecen ideas de novelas, con un epígrafe y dos líneas sobre el desarrollo: llenan 18 folios... Sierra i Fabra practica lo que predica y siempre soñó: escribe y sé feliz.
Kafka y la muñeca viajera. Siruela. Madrid, 2006. 152 páginas. 15 euros.
El octavo más leído en las escuelas
El fenómeno Jordi Sierra i Fabra puede traducirse en muchos números, algunos de los más significativos podrían ser los siguientes:
8. El puesto en el ranking del autor más leído en las escuelas españolas, tras Gustavo Adolfo Bécquer, Miguel Delibes, Benito Pérez Galdós, Federico García Lorca, Pío Baroja, Eduardo Mendoza y Gabriel García Márquez.
26. Los premios obtenidos; el último, el Bancaixa de narrativa juvenil, el 9 de noviembre, apenas días después del Nacional de Literatura Infantil.
35. Los años que lleva dedicados a la literatura.
316. Los libros editados.
2.000. Las biografías que escribió para su Los grandes del rock de la A a la Z, cien fascículos en cinco tomos que realizó, él solo, en 1993.
30.000. Los discos que atesora en su casa.
398.000. Los libros que ha vendido sólo en 2006.
450.000. Los ejemplares que lleva vendidos de Campos de fresas, su libro con más reimpresiones (50).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.