Un vagabundo loco en tu armario
John Wesley Jermien es la imagen de la ropa de The Crazy Robertson
Este señor con esas pintas es John Wesley Jermien. Tiene 57 años. Y no es un moderno. Es esquizofrénico y vagabundo. A veces grita o suelta palabrotas sin venir a cuento. A veces pronuncia a frases lúcidas y otras, largos soliloquios sin sentido. La enfermedad empezó a manifestarse hace 30 años. "Se me escapó de entre los dedos como un puñado de arena", recuerda su hermana Beverly, que intentó sin éxito que su hermano asistiera a terapia. John no quiere medicarse. Desde hace 20 años vive en la calle, concretamente en Robertson Boulevard, Los Ángeles (California). Le gusta bailar, las artes marciales, Jimi Hendrix, Prince, la filosofía zen, hacer coreografías, llevar estas pintas, hacer piruetas por la calle sobre patines de ruedas. No pasa desapercibido. La gente lo conoce como Crazy Robertson.
Hace un año, unos veinteañeros criados en el vecino Beverly Hills, tres chicos muy, muy modernos con gafas de pasta de colores, decidieron que John podía ser la imagen de una marca de ropa y crearon The Crazy Robertson. Tardaron lo suyo. Digamos que fue complicado contarle su plan. No es fácil hablar de negocios con un esquizofrénico. Pero llegaron a un trato, si es que en este caso se puede hablar de trato. John se lleva un 5% de los ingresos netos que se generen con su imagen.
Así que le hicieron fotos con sus pintas y sus patines. La estamparon en camisetas teñidas de colores chillones. Algunas llevan el eslogan No money, no problem, que entronca con la filosofía de John: no quiere que le paguen su porcentaje con dinero. Prefiere que le den alcohol, comida y material para poder desarrollar su "arte". La ropa se vende en Kitson, una de las tiendas que frecuenta Paris Hilton y que también vende la ropa que ha diseñado Victoria Beckham, para que se hagan una idea. Las camisetas cuestan 32 euros. Las sudaderas, 66 euros. Y se las quitan de las manos. Joel John Roberts, de la ONG People Assisting the Homeless, que ayuda a los vagabundos de Los Ángeles, opina que poner a John de imagen de una línea de ropa viene a ser tan cínico como poner a refugiados de la guerra de Irak. Su hermana Beverly cree que todo esto es un escándalo. Que están aprovechándose de un pobre loco.
Victor Ackerman, Teddy Hirsch y Alex Kelman, los culpables de este sarao, dicen que todo está en orden, que John es su socio y que está perfectamente al tanto de las decisiones (y encantado con ellas). Y que tampoco han ganado tanto dinero. En Estados Unidos, tener una camiseta de The Crazy Robertson es lo más de lo más. Y la intención del trío es seguir expandiendo la marca y la imagen de John. Hirsch, uno de ellos, es su manager y están abiertos a todo tipo de propuestas. Por lo pronto ya están organizando fiestas por la ciudad. En la última, en un local llamado Viper Room, pincharon, entre otros, el famoso dúo de indie dance Justice. Todo muy en la línea de unos tipos que se despiden en sus correos electrónicos con un "You rock in Spain!" (¡Sois la leche en España!).
Antes de dedicarse a ser "un artista callejero", según su propia definición, John fue estudiante de Psicología, surfero, batería y jugador de béisbol. Aunque siempre le gustó bailar. En Los Ángeles se ha especulado bastante sobre su pasado. El rumor más extendido es que en realidad es millonario. Bueno, su padre tenía un concesionario de Chevrolet. Pero su hermana Beverly le lleva comida dos veces por semana. Según un reportaje de The Wall Street Journal, John ha sido arrestado una docena de veces por allanamiento de morada o por cruzar la calle de forma imprudente, pero quien quiera saber más de todo esto puede seguir informándose en www.thecrazyrobertson.com o en la página personal de John, myspace.com/thecrazyrobertson.
El caso es que, después de que los chicos de las gafas de colores se cruzaran en su camino, John ha venido a engrosar la lista de artista esquizofrénico con fans, que ya cuenta con un poeta, el español Leopoldo María Panero, y con un cantante y artista estadounidense, Daniel Johnston. Y de nuevo, las dudas: ¿nos fascinan porque están locos o estamos locos porque nos fascinan? ¿Nos reímos con ellos o de ellos? ¿Somos el no va más de la modernidad o unos esnobs insaciables?
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