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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vanguardias / retaguardias

"Todas las banderas se hacen con sangre y con mierda". Así explicaba "su película expresionista, y nada épica, el libertario Carlos García Alix en la presentación. En un cine de Madrid, un sótano del Círculo de Bellas Artes, allí donde estuvo una de las más famosas checas. Se llama El honor de las injurias y recorre la vida de un perdedor, un anarquista de pistola rápida y pensamiento corto: Felipe Sandoval. Un hombre marcado por su barrio -Las Injurias-, por su vida marginal, por sus rebeldías con causas y por sus traiciones de superviviente. Una historia negra crecida y desvanecida en la retaguardia de aquellas vidas de los márgenes, de aquellas vanguardias políticas que construyeron héroes imaginarios y malditos reales.

Sandoval, y en la película se cuenta sin retórica, fue la metáfora de un anarquismo de arrabal, de una vanguardia de periferias, de mundos barojianos. Como una picaresca con pistolas. Una épica que tuvo su esplendor en los márgenes de la preguerra y la guerra. Mártir de sus propios errores, asesino de sí mismo, tan honorable, tan canalla como otros que se recuerdan con más penas que glorias en paredes de las iglesias, en valles que aplastan la memoria. Deseamos que esta vida nada ejemplar, esta película de García Alix sobre ese lado salvaje y sucio del anarquismo, se pueda ver más allá de las vanguardias cinéfilas.

La vanguardia histórica española o está en el diccionario de Juan Manuel Bonet o no existe. Libro fundamental que Bonet presentó en su nueva edición en la Residencia de Estudiantes. Vanguardistas con vidas de novela de aventuras, como Miguel Prieto, que después de morir en el exilio, en el olvido, se rescatan su memoria y su obra en su pueblo manchego, en Almodóvar del Campo.

Pero la gran sorpresa de las históricas vanguardias viene de Sigüenza. Viene de la aparición de una obra pictórica que vivía sin ruidos, escondida como topo en tiempo de guerras. Cuadros de un gran pintor del que apenas sabíamos cuatro cosas, gracias a Bonet, y que ahora se exponen en la casa del silencioso doncel seguntino. El pintor se llama Francisco Santa Cruz, también murió entre el olvido y el silencio. Tuvo los mejores amigos, su obra está en las revistas de los años vanguardistas, conoció y disfrutó el Madrid de los años treinta y se le ocurrió inaugurar su primera exposición en solitario, en el Lyceum Club, un 14 de abril de 1931. No era el mejor día para que te hicieran caso. Han pasado casi ochenta años, dos periodistas seguntinos.

Alicia Davara, Lorenzo de Grandes- con olfato, con tesón, han sido capaces de sacar de sus retaguardias la historia olvidada de un pintor de vanguardia. Todavía quedan memorias perdidas.

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