Izquierda en desbandada / 1
Nada sucede porque sí. La imparable estampida de las gentes de la izquierda hacia otros espacios ideológicos y hacia otras opciones políticas más benévolas y acogedoras ha tenido y sigue teniendo lugar gracias al desalojo de los ocupantes izquierdistas de esos territorios, expulsados con rudeza de sus posiciones y sustituidos inmediatamente por sus antagonistas. El triunfo absoluto de la revolución conservadora en el mundo occidental y la completa derechización de los países del Norte que ha producido reclaman una urgente exploración sociohistórica que nos cuente el porqué, el cómo y las consecuencias de esa inclemente demolición ideológica sin cuyo conocimiento es difícil orientarse. Exploración que, desgraciadamente, ni el tiempo ni las energías que me quedan me permiten emprender. Voy a situar en consecuencia mi análisis en la realidad francesa que es seguramente la que menos mal conozco y sobre la que disponemos de análisis más fiables. Entre ellos y en primer lugar los libros de Serge Halimi Les nouveaux chiens de garde. Liber Raisons d'Agir 1997 y Le grand bond en arrière, Fayard 2004; de Gérard Noiriel Les fils maudits de la République, Fayard 2005; de Perry Anderson La pensée tiède, Le Seuil 2005; y de Didier Eribon, D'une révolution conservatrice, Edit. Léo Scherer 2007, con un largo etcétera. Los protagonistas referenciales de esta demolición han sido: en primer lugar Raymond Aron, compañero de estudios de Sartre y su antagonista permanente, que como inspirador principal de la derecha conservadora y de su órgano de expresión Le Figaro durante 40 años ha tenido un papel esencial en la operación.
El triunfo absoluto de la revolución conservadora (...) reclama una urgente exploración
Luego François Furet, prestigioso historiador, miembro de la Academia francesa y presidente de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, quien como promotor de la Fundación San Simón y presidente del Instituto Raymond Aron fue uno de los más importantes actores y soportes de la impugnación del pensamiento marxista y de la ideología izquierdista, que conocía bien, como militante que había sido del Partido Comunista y fundador del Partido Socialista Unificado (PSU) en 1960. Su gran contribución en este sentido fue el cambio total de la interpretación de la Revolución francesa, que se opera gracias a su obra, sobre todo a sus libros -La Révolution Française, con Denis Richet, y Penser la Révolution Française- en virtud de los cuales la Revolución deja de ser la obra de las masas populares para las que el movimiento jacobino y los sans culottes fueron elementos esenciales y se cancela la lectura de los historiadores marxistas Soboul y Lefevre, con lo que el periodo revolucionario se alarga para incluir en él la Convención Thermidoriana y el Directorio. Lo que la transforma en un proceso de modernización operado por las élites desde arriba, que es confiscado y pervertido por la violencia durante la fase del Terror, traicionando así sus mejores promesas. Esta desmitificación popular de la Revolución de 1789 y la inevitable connivencia de terror/violencia y revolución, se acompaña de una catarsis personal anticomunista que tiene su expresión más colmada en su autobiografía ideológico-intelectual Le passé d'une illusion. Essai sur l'idée communiste du XXe siècle, Ed. Robert Laffont 1995, en la que el autor combina su nueva concepción de la Revolución Francesa con su experiencia personal como militante comunista y gauchista, no sólo para exorcizar el estalinismo sino para rechazar cualquier forma de marxismo, incluyendo la posibilidad de una reflexión marxiana más allá de Marx que tantos antiestalinistas defendían. Pero, sobre todo, su insistencia en la indisociabilidad de todo planteamiento de cambio radical, revolucionario o reformista, con la violencia y con el totalitarismo en que necesariamente desemboca, no sólo clausura el horizonte de cualquier transformación sin sangre, sino que además constituye al despotismo y a las dictaduras en el inescapable destino de los proyectos de mutación fundamental. La invocación unánime al totalitarismo como el fantasma de todos los procesos revolucionarios de liberación y felicidad colectiva ha encontrado ahí su antecedente más preclaro. Al que han acompañado la mitificación de los derechos humanos, la apoteosis del sujeto y el aborrecimiento de lo común, privado o público, constituyendo el zócalo ideológico del conservadurismo francés actual y de los valores de la derecha política que lo representa.
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