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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Perfectas intenciones

Comencé la semana con la mejor disposición de ser otro, ser mejor. No es que me considerara mala persona, pero sí era, soy, manifiestamente mejorable. Necesitaba una buena dosis de modernidad, volver a Bilbao, al Guggenheim. Fui con no pocas prevenciones. Acababa de leer el libro de Iñaki Esteban, El efecto Guggenheim, y estaba aterrado ante el previsible crecimiento del espíritu Disney. Además estaba inmerso en el mundo según Ramiro Pinilla, volviendo a sus obras, a la vida de Antonio B. El ruso, y regresando a su universo de "verdes valles y colinas rojas".

Me puse a evocar ese espacio, su territorio en Getxo, cerca del lugar del primer fútbol de la Península, en esa campa en la que los ingleses jugaron contra unos mozos de estos parajes. Entre Riotinto en Huelva y ese lugar de Bilbao, al lado de donde hoy está "la flor de titanio" de Frank Gehry, es donde comenzó esa pasión que cada semana nos permite ajustar cuentas a patadas y cabezazos.

Antes de entrar al Guggenheim, y a pesar de esa mascota, Puppy, pensé que siempre merecería la pena porque, como dijo Philip Johnson: "Si la arquitectura es tan buena en Bilbao, que se joda el arte". En el interior, después de pasear por los laberintos de Serra, de perderme y encontrarme entre los serios y los juguetones de tres siglos de arte en el imperio de EE UU, recordé eso que escribió Woody Allen: "Errar es humano; flotar, divino". Me dejé llevar, me encontré flotando de placer en esa ciudad, en ese islote. Sé que pasan otras cosas, otras peleas, otras polémicas, pero lo mío fue gozar. Optimista como para mezclar el mundo de Pinilla con el del Guggenheim y no pelearme ni conmigo.

Con Azcona en mi bolsillo, volví a Madrid. Me eché unas risas con sus Memorias de un señor bajito. Su protagonista, que es bajito desde niño, da muchos tumbos y también conoce momentos felices: cuando consigue el empleo de inspector de tontos de pueblo. Y momentos duros: cuando se hace pobre de solemnidad.

Esa evocación de la pobreza me tocó la conciencia, y la cartera; salí de casa dispuesto a dar limosna. La vida, que da sorpresas, quiso que me tropezara con unas elegantes damas que bajo un palio púrpura tenían instalada una mesa petitoria. Eran las damas de la Cruz Roja. Entre las damas, presidiendo, brillando y dando esplendor, estaba la princesa Letizia. Como decía Woody Allen, esto parece un cuento. Hasta tenemos princesas de verdad. Discretamente di mi limosna, fuime y no hubo nada. Después soñé con Bob Dylan. Acudía al Premio Príncipe de Asturias, que cantaba eso de "el perdedor de hoy vencerá mañana, porque los tiempos están cambiando". Me desperté y el dinosaurio no estaba allí. -

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