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Columna
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Mujeres sin atributos

Hay mujeres que viajan con maletas llenas de lluvia, como dice la canción. También hay mujeres a quienes desde niñas las enseñan a avergonzarse de su sexo y a las que obligan a cubrirse de arriba a abajo, haciéndoles creer que se trata de una señal de identidad. Hay mujeres a las que fuerzan a callarse siempre delante de un hombre, convenciéndolas de que esa norma responde a una ley divina. Hay mujeres que no pueden entrar en un café ni bañarse en una piscina pública. Hay jóvenes a las que educan para plegarse hasta a las más bajas exigencias del marido, disfrazando la sumisión como un sacrificio patriótico o religioso. Hay niñas a las que antes de cumplir los siete años les extirpan el clítoris para que nunca puedan sentir placer. Son millones las mujeres a las que diariamente se somete a este tipo de humillaciones y muchas más las que se ven obligadas a callar.

Algunas de estas prácticas no son, sin embargo, tan ajenas a nuestra cultura como cabría pensar. Hace no tanto tiempo nuestras madres no podían tomar ninguna decisión sin el consentimiento masculino: ni sacar el carné de conducir, ni realizar una operación bancaria, ni comprar un billete de avión... La lucha por la igualdad de derechos ha sido demasiado ardua para no recordarla ahora cuando la polémica sobre el velo en las escuelas ha abierto el debate de los límites entre las creencias religiosas y el respeto a los derechos humanos.

Algunos piensan ¿pero qué puede tener de malo que una cría magrebí vaya a clase con un pañuelo en la cabeza? Y ciertamente no debería haber nada malo en ello de no ser porque el hiyab no es un simple trozo de tela que la niña decide ponerse para imitar a su madre, sino un símbolo de la doma, adiestramiento y silencio que la esperan. Sobrecoge ver a una chiquilla tan pequeña cubierta con ese trapo siniestro.

Hay quien cree que al negarnos a admitir a las niñas con velo en los centros de enseñanza, vulneramos la tradición de un pueblo al que acogemos. Para otros, en cambio, se trata de defender unas libertades que aquí ha costado sangre conseguir. El tema del velo no es por tanto un asunto meramente religioso, sino una cuestión de principios.

La decisión de readmitir a las niñas con hiyab en las escuelas, haciendo prevalecer el derecho a su escolarización por encima de cualquier otra norma, ha sido interpretada por muchos como una claudicación del estado de derecho frente el fundamentalismo religioso. Pero si se piensa bien, quizá no haya sido una opción tan equivocada. Porque ese espacio público es probablemente el único con el que estas crías musulmanas pueden contar a su favor. La escuela es, o debería ser, un lugar donde los niños se aproximan no sólo al enigma de los números, al conocimiento de la Gramática o a los reveses de la Historia, sino también a los abismos del pensamiento libre. Y tal vez sea ésta la única manera de que dentro de unos años veamos a la niña Shaima a rostro descubierto, convertida en una adolescente valiente capaz de vestirse como le dé la gana, de enseñar hasta el ombligo si le place, de sentirse orgullosa de su cuerpo y de su mente, y de esbozar como única arma ante sus enemigos una sonrisa guerrera con la que aprender a ir por la vida sola.

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