Una selección poco nacional
La polémica por el bajo número de jugadores negros divide a Suráfrica, rival de Inglaterra
Los Springboks, el equipo de rugby surafricano, tienen el Mundial a su alcance esta noche (21.00, Canal+) en París, algo que no han conseguido desde 1995 y que les sitúa de nuevo en el punto de mira de los ciudadanos. Por dos razones. La primera, lógica: millones de aficionados, blancos y negros, mantendrán sus ojos en los televisores a la espera de celebrar la victoria sobre Inglaterra tras las desastrosas actuaciones en anteriores Mundiales. La segunda, controvertida: de los 30 jugadores sólo siete son negros -coloured, les llaman en el país- y de ellos sólo dos suelen jugar. Los políticos han vuelto a denunciar racismo en el equipo, coto de blancos hace poco más de una década, y piden que el conjunto refleje al país, con un 80% de población negra.
"Antes apoyábamos al rival por lo que el conjunto representaba", dice el poeta Kozain
Los seguidores son optimistas. Al fin y al cabo, los Springboks ya infligieron a Inglaterra una humillante derrota (36-0) en los preliminares. "El equipo está unido. La línea trasera mueve más el balón, amplía la acción, busca ángulos. Años atrás era sólo mêlée y poco más", explica el veterano periodista Johan Liebenberg. Sin presiones políticas, y gracias al trabajo del entrenador, Jake White, el equipo se ha cohesionado. Aunque no faltó el escándalo: la exclusión de Luke Watson, un jugador blanco de Port Elizabeth cuyo padre y tío fueron vetados durante el apartheid por jugar en clubes negros. Políticos del Congreso Nacional Africano, en el Gobierno desde 1994, no tardaron en tildar la exclusión de "racista". Y es que todavía los Springboks simbolizan el dominio exclusivo del Afrikaner, en el que se proyectaban los afanes de supremacía del Gobierno racista. "Por eso soy un fan de los All Blacks", asegura, irónico, el poeta negro Rustum Kozain, de 41 años, quien dice no saber cuándo podrá animar al equipo de su tierra: "En el pasado apoyábamos al contrario por lo que los Springboks representaban, por la cultura que los rodea". Para otros, la representación racista es agua pasada y destacan el papel de héroes de Brian Habana y JP Pietersen, los dos jugadores mulatos del equipo.
"Son una muestra de que la integración es posible", opina el escultor Egon Tania, de 39 años; "la calidad supone años de experiencia y una escuadra cohesionada. No se puede llegar y cambiar todo un equipo sin dañar resultados". "No se trata de raza, sino de calidad de juego", añade Liebenberg. El establecimiento de una cuota que fije un número de jugadores según su raza no agrada a nadie. "Y mucho menos a los jugadores negros. Es ofensivo que se les elija por su color", explica. El camarero Zolile Mali, de 29 años, opina: "Para mí, representan a mi país. Me da igual el color".
Para explicar la falta de un número extenso de jugadores negros sobre los que construir una selección competente, los seguidores culpan a la falta de dinero para las escuelas de los barrios negros; al favoritismo de las estructuras deportivas a los institutos privados, en los que el rugby es el rey y cuyas matrículas son impagables para la mayoría; a organizaciones muy cerradas a nivel provincial, y a que muchos de los partidos sólo se vean en cadenas de pago, inaccesibles para las familias negras. "El equipo es representativo de lo que ocurre. Hay muchas cosas por trabajar todavía y desde el nivel más bajo", comenta el psiquiatra Peter Ashman, de 40 años.
Los Springboks representan mucho más a la nación de lo que sus gobernantes nunca admitirían: la lenta transformación de la gacela, símbolo del equipo, puede equipararse a la lenta transformación de un país que, pese a los avances en la consolidación democrática y el desarrollo económico, sigue siendo el más desigual del mundo, en el que el capital sigue en manos de los blancos y de una poderosa élite negra, en el que el paro se sitúa en el 40% y millones de personas viven en chabolas, en el que la redistribución de tierras ha sido anecdótica y en el que el sida habrá dejado a cinco millones de niños huérfanos en 2015. El abrazo entre Nelson Mandela y el capitán de la selección, François Pienaar, en 1995, fue vendido como un momento de reconciliación. Tal vez por eso ahora los políticos, con el presidente Thabo Mbeki al frente, han llamado a una nueva unidad nacional para apoyar a "nuestros chicos".
TERCER PUESTO: Francia, 10: Argentina, 34.
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