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Reportaje:TEATRO

Cruel como Artaud

Javier Vallejo

No modelarás a tu descendencia", dijo Yahvé Dios a Moisés, que se olvidó de transmitírnoslo. Aurora Rodríguez, ferrolana, ilustrada y atea, sometió a su hija Hildegart a un programa educativo inmisericorde. La niña creció con don de lenguas, fue pionera de la sexología en España, se carteó con H. G. Wells y empezó a apartarse del camino marcado por su madre, que, disgustada, la mató de cuatro tiros, con 17 años. También la señora de Jelinek educó a la pequeña Elfriede para que fuese un prodigio, con resultados paradójicos: su unigénita obtuvo el Nobel de literatura, pero las fobias que florecieron con su genialidad le impidieron ir a recogerlo. Los padres de Katurian Katurian Katurian, protagonista de El hombre almohada, son del lote peor de esa estirpe: hay que ser aviesos para bautizar al niño con su apellido dúplex. Su hijo empezó a escribir precozmente y ganó el primer concurso literario al que se presentó. Al comienzo de la representación encontramos a Katurian ya adulto, arrestado y con los ojos vendados, mientras dos detectives lo interrogan sobre sus cuentos inéditos: los protagonistas de la mayoría son niños acosados y torturados. Todos tienen el aroma cruel de la literatura popular recogida por los Grimm. El policía bueno le lee en voz alta Los tres condenados, y le hace leer La ciudad sobre el río, donde habla, sin desvelarlo hasta el final, de los protagonistas de El flautista de Hamelin. El hermano del autor, discapacitado psíquico, también ha sido detenido. Katurian cree que esta situación puede obedecer a que alguien poderoso ha leído sus relatos en clave política: vive en un país indeterminado de Europa del Este, antes de la caída del telón de acero. Pero no ha sido arrestado por eso. Se le acusa de la muerte de cuatro niños, asesinados todos con procedimientos descritos en sus cuentos. No desvelo más, El hombre almohada es una comedia de suspense cuyos giros se producen a golpe de relatos sucesivos, un teatro de la crueldad en la palabra que seguro hubiera fascinado a Antonin Artaud.

Martin McDonagh, nacido en Londres en 1970 en una familia irlandesa, tiene pulso de narrador, además de filo de dramaturgo, como el dublinés Conor McPherson, autor de La presa, otra obra espléndida enhebrada con cuentos. El público español conoce a McDonagh por La reina de belleza de Leeninne, éxito de Mario Gas. El hombre almohada es un texto tan bueno o mejor, muy bien dirigido por Denis Rafter. Relata el lado oscuro de la vida como si fuera una fabulilla y lo pone sobre la mesa en crudo, con humor macabro. Está tallado con la madera de La noche del cazador, la película única de Charles Laughton, y es mucho más terrible que Sweeney Todd. Habla también de cómo la obra de arte es siempre biográfica en alguna medida, y, en nivel metafórico, de que, tal y como está organizado el mundo, el beneficio propio suele cimentarse en un daño ajeno directamente proporcional. Está estupendamente interpretado por José Vicente Moirón, Javier Magariño y Gabriel Moreno. Luis Mariano López Brega con el cliché del discapacitado psíquico. El mejor texto que he visto en lo que va de temporada se merece un sitio en las carteleras madrileña y barcelonesa. Por una vez, no es un tópico decir que a nadie dejará indiferente.

El hombre almohada. Guadalajara. Teatro Moderno. 26 de octubre. Haro La Rioja. Teatro Bretón de los Herreros. 18 de noviembre.

Una escena de 'El hombre almohada'.
Una escena de 'El hombre almohada'.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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