Raymond Pellegrin, actor
Trabajó con Marcel Pagnol, Claude Lelouch, Sacha Guitry, Jean-Luc Godard y Nicholas Ray
Dueño de una prolífica carrera que abarca seis décadas de trabajo y más de 80 películas, la mejor etapa profesional de Raymond Pellegrin fue la de los años cincuenta y sesenta, cuando se convirtió en uno de los actores más populares de Francia gracias a sus filmes realizados con directores tan importantes como Marcel Pagnol y Sacha Guitry.
Nacido en Niza, el 1 de enero de 1925, y actor vocacional, Pellegrin encontró un lugar en los cursos de arte dramático del legendario Yvan Noé, y rápidamente se enfrentaría con el público en las tablas del teatro Palais de la Mediterranée.
Abordó el cine con 18 años, como figurante con frase, en la película Six petites filles en blanc (1943), de su mentor Noé; su verdadero debut, ya afincado en París, debe considerarse el filme Mariela misère (1945), de Jacques de Baroncelli.
Raymond Pellegrin siempre estará asociado a las películas policiacas y a los film noir franceses, por más que en su carrera interpretase todo tipo de personajes. Obras como Un flic (1947) y Le diamant de cent sous (1949) comenzaron a situar su rostro en la memoria cinéfila de los espectadores, pero su gran eclosión como actor llegaría a partir de 1950, gracias al clásico Manon des sources (1953), de Pagnol, y a Napoleón (1955), de Guitry; incluso realizaría incursiones internacionales como La romana (1955), de Luigi Zampa, junto a Gina Lollobrigida.
Son años en los que Pellegrin se convierte en un actor de reparto imprescindible en el cine francés (en 1954 participaría en cuatro películas, que se convertirían en siete en 1955). En 1957, entregó uno de sus trabajos más memorables, al ser reclamado por el maestro Nicholas Ray para participar en Bitter victory, filme al que Jean-Luc Godard lanzaría encendidos elogios y una obra antibelicista en la que el actor explotaba su rotundo talento y su rostro rocoso entre estrellas como Richard Burton y Curd Jurgens.
La década de los sesenta afianzó aún más su popularidad al prestar su voz, profunda, modulada, a uno de los iconos populares del cine francés, Fantomas, en la trilogía de André Hunebelle formada por Fantomas (1964), Fantomas vuelve (1965) y Fantomas contra Scotland Yard (1967); entre ellas, Pellegrin protagonizó junto a Lino Ventura la excelente película gangsteril Hasta el último aliento (1967). En su filmografía brilla en 1971 otro gran éxito, de nuevo un filme policiaco, Los secuaces, de Ives Boisset.
Siempre fue un actor solvente y sobrio, excelente encarnación de la mejor tradición europea de los actores de reparto. Con una carrera en cierto modo encasillada, sí, pero tan sólida como eficiente, que para sí quisieran algunas pretendidas estrellas.
Nunca dejó de trabajar, incansable, aunque en los años setenta lo hiciera en demasiadas medianías, hasta que Claude Lelouch lo reclutase en 1981 para su formidable fresco Los unos y los otros, un relato sobre tres generaciones en cuatro países diferentes al término de la II Guerra Mundial, y para su posterior ¡Vive la vie! (1884).
Como tantos otros, Pellegrin se refugió casi exclusivamente en producciones televisivas, consciente de encarnar un modelo de cine que ya desaparecía.
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