"¡Vamos, Carlos!"
Era un entrenamiento, pero el público se lo tomó como un partido. Un partido serio. Peloteaban Carlos Moyà, ex número uno, y Roger Federer, el rey del tenis. Jugaban en la pista central. Llevaban con gesto serio el marcador, bola a bola y juego a juego. Fueron minutos espléndidos. Y la grada, niños y padres reunidos al calor del mediodía dominguero, lo agradeció.
"¡Vamos, Carlos!", gritaba la chiquillería, celebrando cada derechazo del mallorquín. "C'mon Federer!", contestaba otra parte de la grada, entusiasmada con las dejadas del suizo, que lleva un mes sin competir por voluntad propia y acabó conquistando al público. Quizás demasiado. Un par de pelotas gigantes le golpearon la cabeza tras la práctica: los cazautógrafos estaban desesperados. El resumen lo puso Moyà. "¿Qué tal ha visto a Federer?", le preguntaron. "Bueno...¿es el número uno del mundo, no?".
Luego llegaron la música rock, los decibelios desatados y el sorteo del cuadro del torneo. Lo vieron en primera fila Manolo Santana, David Ferrer y el propio Moyà. Los tenistas posaron ante tres estatuas de los guerreros de Xian con las caras de Federer, Nadal y Djokovic, ya clasificados para el torneo de maestros, que reunirá en noviembre a los ocho mejores del año en Shangai. Frente a ese escenario hubo apuestas temibles. "David ya tiene el 90 por ciento de la estatua construida, tan sólo le faltan los pies", dijo Moyà, que todavía tiene opciones, como Robredo, de clasificarse. Ferrer correspondió al piropo siendo consecuente con su camiseta. Era rosa. Moderna. Y sobre ella se leía Los locos. Quizás por eso dijo una locura: "Si no va él [Moyà], yo me quedo en casa".
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