Un mal día

Empezó mal el día. La compositora Matilde Salvador, esa figura siempre presente, que veíamos ya de muy jóvenes en todas las salas de concierto, y que continuamos viendo, incansable, hasta la temporada pasada, había fallecido por la mañana. Por la tarde, antes de empezar el concierto en el Auditorio de Torrent, se guardó por ella un respetuoso minuto de silencio.

Y el día continuó mal, aun con intérpretes excelentes o quizás, precisamente, por ello. Desembocó en el auditorio, como por arte de magia (puesto que casi nadie se había enterado), la sección de cuerdas de la mejor orquesta que tiene hoy esta comunidad.

Muy poca gente, como es lógico, acudió a una cita que no se conocía. Ignoramos quién, pero alguien debió tener la feliz idea, hace muy poco, de organizar un programa con la sección de cuerdas de la orquesta del Palau de les Arts en Torrent y -el mismo día y a la misma hora- otro para la sección de vientos en su sede de Valencia.

Ninguno de ellos aparece en las programaciones oficiales de los respectivos auditorios, y hasta el día 3 no se colgó el anuncio en la página web del Palau de les Arts (sede de la Orquesta de la Comunidad Valenciana).

Formas de tirar el dinero

Cuatro anuncios de última hora y basta. Los aficionados de L'Horta Nord perdieron así la oportunidad de escuchar a una agrupación que también ellos pagan con sus impuestos. En el Aula Magistral del Palau de les Arts, donde actuaba la sección de vientos, dirigida por Joan Enric Lluna, hubo media entrada. Hay muchas formas de tirar el dinero. La del viernes fue una de ellas.

El dinero y el esfuerzo. Porque los instrumentistas de cuerda que tocaron en Torrent -y pensamos que el nivel de los vientos en el Aula Magistral sería parejo- dieron una auténtica lección de cómo puede y debe sonar una orquesta en el repertorio camerístico.

El concertino Ígor Malinovski, ejerciendo esta vez de director, no se limitó a marcar el compás ni a dar las entradas, sino que procuró -y consiguió- proporcionarle a cada pieza el carácter y la expresión oportuna.

Precisión y ligereza en el Mendelssohn juvenil de la Sinfonía 10, sincero idiomatismo en La Oración del Torero (Joaquín Turina), tristeza y serenidad en el Opus 20 de Elgar, (¡qué dulzura, por cierto la de las violas!), y limpieza absoluta (pasajes contrapuntísticos incluídos) en la Serenata de Dvorák.

Que todo esto lo disfrutaran únicamente cincuenta personas -como mucho- es un auténtico disparate. Torrent llena con agrupaciones de mucho menor calibre. Pero no se puede esperar que la gente acuda cuando se improvisan los conciertos, se hacen coincidir y se publicitan mal.