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Columna
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El Partido Comunista en el Olimpo

Visito la sede del Partido Comunista de España (PCE) de la calle del Olimpo, tan próxima a las calles de Arturo Soria y Julián Hernández -nombre, por cierto, del líder del fantástico grupo gallego Siniestro Total- y siento en diferido una fascinación por Marx y Lenin como no sentí por ellos en mi primera juventud. Me extraña un poco sentirme tan hechizado por Marx y Lenin cuando, como comprador y no lector de la revista marxista El Viejo Topo, en la transición democrática, casi nunca lograba pasar de la portada: en cuanto empezaba a leer el editorial, me entraba un sueñecillo que, por desgracia, no podía combatir con unas coca-colas porque era la bebida del Imperio. Y me pregunto si esta fascinación, con tanto retraso, por tan grandes ideólogos no tendrá su raíz en que, en la recepción de la sede del PCE, que es un partido internacionalista y, por tanto, antirracista, me ha atendido una mujer de raza negra.

Dicen los neurólogos -y, si no lo han dicho, lo van a decir muy pronto- que, para una persona de etnia blanca, la visión de un negro, o de una negra, como en mi caso, equivale en impresión cerebral a la visión de tres blancas. Sin entrar en analizar a fondo la causa de este amor súbito por los autores de El Capital y del leniniano El Estado y la Revolución, el hecho para mí inesperado es que, en estos momentos, estoy leyendo con fruición el texto del discurso que Francisco Frutos, secretario general del PCE, pronunció en la Casa de Campo. La fecha de ese mitin -22 de septiembre- habría que grabarla con letras de oro rojo en la fachada de la sede del Partido.

Se han cumplido pues tres decenios de la legalización del PCE, que, como hijo de Marx, Engels y Lenin, hunde sus raíces en los evangelios donde los parias de la tierra son tratados casi como obispos. Y, para decirlo con el lenguaje marxista de la misa, era digno, justo y saludable asistir a la Fiesta organizada por el PCE en la Casa de Campo. Aunque la web del PCE anunciaba que no se podía acceder a la Casa de Campo en coche, el caso es que al menos, en la noche del primer día de la fiesta, el acceso en coche por la entrada de la avenida de Portugal estaba permitido. En las proximidades del lago, a dos pasos del Recinto de Cristal, donde tenía lugar la Feria, las prostitutas trabajaban en las habituales condiciones humillantes. Y lo peor de tan durísimo trabajo no es el ejercicio del sexo, según cuentan las portavoces de las organizaciones de prostitutas: lo peor es el miedo que pasan porque un trabajador sexual -que, por lo general, es trabajadora- nunca sabe si el cliente que requiere sus servicios es un psicópata que viene a agredirle. En la Feria intenté emular en cosmopolitismo a la hermana de Rafael Alberti de quien dijo el poeta: "Nadie sabe más geografía / que la hermana mía": visité los pabellones de Finlandia, Cuba, Colombia, Ecuador y Chile. El instinto, del que es bueno fiarse siempre, me llevó a un concierto de Reincidentes, el espléndido grupo sevillano de rock que arrasa entre gente que va de los 15 a los 130 años.

Es verdad, no obstante, que, en este concierto, ver a gente con más de 20 años, era un milagro bolchevique. Reincidentes cantó su sublime canción Vicio y la vibración de los asistentes fue unánime. Con qué entusiasmo cantaban las chicas y los chicos: "Vicio, vicio, mucho vicio...". Como se ve, el vicio arrasa en todas las épocas. Reincidentes remató el concierto con la canción Mierda de ciudad, que, hace ya más de 20 años, inmortalizó el grupo irunés Kortatu. Esta canción obtuvo tal éxito en unos sanfermines ya prehistóricos -¿1985? ¿1986?- que no es exageración decir que se cantó, a lo largo de aquella semana, varios miles de veces. Me alegró comprobar que docenas de jóvenes la siguen cantando en Madrid a los 22 años de su edición en disco. Tanto la música como la letra de esta canción de Kortatu me parecen prodigiosas. La primera sede madrileña del PCE, durante la transición democrática, según me recuerda el soberbio lingüista Manuel Seco en el Instituto Cervantes, estaba en la calle de la Santísima Trinidad. Hoy el PCE es ya más pagano y tiene su sede en la calle del Olimpo, la dulce morada de los dioses griegos que, como dicen los ferreteros, movían bien el culo porque eran negros.

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